El tren pasaba lento por las desvastadas praderas neblinosas del Valle del Manantial. Un hilo oprimido de humo dejaba la estela en una bolsa despellejada de nubes gris claro. Todo aparecía desdibujado en la quimera del pueblo. Algunas chimeneas se atrevían con otro tono rubicundo de un fuego incestuoso de troncos secos y crujientes. Esas casas tenían el orgullo de la mina que aportaba trabajo a sus habitantes.
Las calles emboscaban a los pocos transeúntes que se animaban a moverse en la niebla. Perros solitarios merodeaban entre los festines inútiles de los basureros. Flacos y desanimados burlaban los pocos desechos que encontraban desperdigando en el lodo lo inservible. Nada bueno había en los vertederos. La población estaba detenida en el sitio mismo de la pobreza y el desánimo.
Las mujeres, avejentadas y cansadas, hacían milagroso pucheros con lo que se les proveía por sus compañeros de vida. Como una miserable inoportuna, la muerte merodeaba en el caserío.
Fausto se encasquetó el sombrero. Cogió la capa y se alistó para salir. Buscaría una ayuda en la alquería de uno de los patrones, allí solía la mujer pasarles un par de tarros de harina de centeno y algo de azúcar de remolachas, que en el tiempo bueno, traían de un pueblo vecino. ¡Era una buena ama! Mujer de carácter fuerte y solidaria, enfrentaba a su marido, que en su avaricia, no quería dejar una pizca demás para los obreros de la mina.
Llegó casi arrastrado por el viento, que sonaba en sus oídos como las flautas de mil pájaros desconocidos. ¡Parezco un mastín derrotado pidiendo un hueso! Golpeó. La aldaba se movió oscilante dejando una marca en la madera despintada de la gran puerta. Un visillo florido se corrió un instante. Los ojos verdes de la mujer lo miraron con un extraño movimiento como pidiendo auxilio.
¡Soy Evelio Lucero, dama, necesito...! La mujer gesticuló con su rostro pálido y desfigurado. Váyase por favor, venga más tarde. ¿Don Demetrio no puede atenderme? El sofoco de la ama, lo alertó. Algo anda mal aquí. Necesito hablar con el patrón y entonces vio que un cuchillo se acercaba al cuello de la mujer y un brazo la tenía atrapada con fuerza contra la ventana.
El rústico Evelio, sintió un terror inusitado, pero no se movió del lugar que parecía el más profundo fuego del infierno. ¡Esa dama, no merecía sufrir porque era buena! ¿Quién está allí? ¿Quién se atreve a tocar a la señora Concepción? Sofocada la mujer fue sacada del marco de la ventana. El muchacho salió corriendo a buscar ayuda. Llegó agitado a la tienda del panadero. Estaba cerrada y con un fuerte candado inusitado a esa hora. El boticario... pensó y hasta allí se aventuro por socorro. El anciano, se enfundó la capa y el sombrero y lo siguió.
La casa estaba en penumbras. Ni luz ni humo de chimenea, distraían la sensación de soledad y muerte. A lo lejos, se sintió el silbo del tren que se alejaba. El perro aullaba lastimero. Otros canes acompañaban con ladridos disímiles al San Bernardo que lloraba.
Ingresaron ya que la puerta estaba abierta. Sobre la alfombra había un charco de sangre. Pero no había un cuerpo. El boticario asustado llamó y el eco de su voz, sonó destemplado y efímero. Nadie estaba allí para responder a su llamado. Vieron que un cuerpo había sido arrastrado por el suelo. La puerta del jardín se golpeaba incesante con el viento. Ambos hombres asombrados caminaron buscando a la dueña de casa y al jefe de familia. Y al patrón que era sostén del pueblo. Nadie.
Hacía unos minutos que el tren se había alejado de Valle del Manantial. Tal vez se fueron dijo Evelio esperanzado. En el jardín los vieron. Amos cuerpos dejados como un parva de ciervos muertos en la caza furtiva del invierno.
Salieron en busca del alguacil que dormitaba en la oficina junto a la estación del tren. El calor de una salamandra aquietaba su somnolencia y se despertó asustado. ¡Venga, urgentemente don Graciano! Ha sucedido un horrible hecho en lo de los patrones. El alguacil, se caló el sombrero y se cubrió con la capa. Salieron apurados mientras don Graciano hacía sonar el silbato de alerta llamando a su asistente.
Llegaron a la vivienda y todo estaba impecable. Cerradas la puertas y al intentar abrir la principal, la cortina de flores se movió un instante. La puerta cedió e ingresaron con el ayudante y el alguacil. Evelio y el boticario se acercaron a donde habían visto el charco de sangre. No había ni rastro y todo estaba pulcro. Salieron a la zona trasera de la casa... no estaban los cuerpos. El asombro de ambos se reflejó en el enojo y la ira del alguacil y el ayudante. ¡Ustedes están ebrios o locos! ¡Acá no hay nada!
Salieron en silencio, ensimismados y desorientados. Luego de un breve reproche de las autoridades, cada cual partió a su casa o su oficina. Algo andaba mal en el Valle del Manantial, pero ellos no sabían qué podía ser. Al pasar frente a la panadería, vieron que a una hora inusitada el horno ardía con su mejor fuego. ¡Qué raro! Evelio regresó a hablar con el boticario, la niebla estaba espesa y le pareció entrever una figura conocida.
¡Don Herminio me parece haber visto al patrón entre la niebla! Ahora el borracho es usted amigo. ¡No, lo juro! Yo nunca bebo y menos ahora. Tras la figura del boticario pasa una sombra con el vestido florido de doña Concepción. Mire es ella.
El turbado vecino, se asombra al ver cómo desaparece en la niebla la figura de la mujer que no usa capa ni abrigo. Es doña Concepción, estoy seguro. Si, y yo vi así al patrón hace unos instantes. No puede ser... si no estaban. ¿Muertos? Como que los vimos bien muertos. ¿Será una forma de decirnos algo? Entra el alguacil y dice... "Acabo de enfrentarme con dos fantasmas". Eran los occisos de acuerdo a sus palabras.
Se asomaron los tres y vieron como ingresaban unas débiles figuras en la panadería. El horno continuaba ardiendo y las puertas cerradas con candados, dentro el panadero saltaba y gritaba con una alegría descontrolada. ¿Será que él, los está abrasando en el infierno de su fogón? Los rostros vigilantes junto a los vidrios de las ventanas, hicieron que el enloquecido pastelero, comenzara a tirar cenizas a las caras que veía en las ventanas.
Salieron soplados del lugar. Un terrible suceso había transformado el pacífico Valle del Manantial en un extraño lugar de muertos y fantasmas.
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