SUEÑO QUE SUEÑA
Sheyla
descendió junto a Miranda Dronne del piso 45 donde eran gerentes de “Tyguert
& Louje S.R. Cansadas y discurriendo en las
operaciones financieras hechas.
Se
saludaron en 6° y 47°, tomando un taxi
bajo la fuerte lluvia que sometía a New York. Sheyla, bajó en el portal de su
edificio de apartamento. Recogió correspondencia y un bolso con alimentos que
comprara “Charito” su ayudante del hogar esa mañana. Los 72 pisos le resultaron
eternos. Su bolso con las llaves era un caos, dejó éste en el suelo y buscó
revolviendo el llavero enorme como todos los días. Ya era un rito.
Luego
de la ducha y de ordenar, comió el pastel que dejara la ecuatoriana en el
hornillo. Se tiró en el lecho y prendió el
Led. ¡No había nada! Pasó por todos los canales que solía ver y apagó esa
fuerte luz. Se durmió. Soñó toda la noche con su infancia en la graja de los
abuelos allá en Utah.
Un
rumor suave, velloso y húmedo se deslizó por su rostro adormilado. De pronto se despertó,
irguiéndose encontró unos belfos rosados, calientes y con enormes dientes que
la observaban desde una considerable altura. Un Zaino Colorado, apacible arrimaba su cabezota y la miraba. Sonrió y se
tapó el pecho con las sábanas.
Instintivo
el animal, agachó la testa y con la mano derecha hizo una pequeña inclinación.
Sheyla pegó un salto y salió del lecho. ¡Cómo
hizo o hicieron para entrar ese bello caballo en el departamento? ¡Está
prohibido terminantemente tener animales en el edificio! Pensó ¿quién sería el
atrevido que lo ingresó? ¿Cómo lo saco sin pasar por delante de portería y los
hombres de vigilancia? Mil preguntas pasaban raudas por su mente.
Yo
soy una persona normal, debo estar soñando. Caminó en el amplio estar de su
habitación seguida por el dócil zaino y hasta imaginó tirarlo por el altísimo
balcón. Sería un insulto al pobre potro. Revisó puertas y ventanas. Todo estaba
en orden. Su cabeza era una tropilla de ideas que recorrían desde degollarlo
hasta transformarlo en mascota. ¡Estoy soñando!
El
noble bruto, se hincó y con la mano señaló el rellano de la ventana, ella abrió
y el aire de Manhathan la golpeó, pero el animal colocó su cola hacia fuera y
orinó y algo más. Sheyla se preparó un café, sacó varias zanahorias y se las
dejó junto a la mesada de la ínfima cocina. ¡Ya veré qué hago, se dijo! Y
sacando un cigarrillo siguió tomando el café frente a su nuevo comensal.
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