Desde la
ventana miraba el barco que cada semana partía rumbo al horizonte. No podía
caminar. La polio le había dejado dos hermosas piernas inútiles que servían
sólo para que soñara con algún día viajar. Buscaba en la biblioteca libros sobre
las rutas de las naves que la llevarían a países lejanos y llenos de aventuras.
En la noche
su nana, la arropaba con un atuendo que ella dibujó y que le hicieron para que
surcara los mares en sueños.
Paloma, era
una chica despierta e inteligente, pasaba horas leyendo sobre los viajes
de famosos hombres que con sus velas o a
fuerza de carbón, habían conquistado el mundo.
Una noche
de tormenta, surcaba el cielo una centella iluminando un barco que se
bamboleaba con esmero entre enormes olas y viento. Estaba tan alterada, que se
acercó tanto a la ventana que parecía pender del filo de la abertura. Su nana,
se aproximó y espiando sus movimientos, descubrió que Paloma se había erguido
sobre sus dos pies y se sostenía con fuerza hasta casi dar un paso.
Estalló un
rayo que lo iluminó todo. Entró por la parte superior de la misma por donde la
niña salió volando como un ave hacia el mar. La ventisca la elevaba y ella con
gritos de alegría volaba sin tener conciencia que el mar estaba esperándola
para abrazarla entre sus aguas saldas y turbulentas.
Dicen que
nunca regresó. Pero ya es una leyenda.
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