martes, 11 de octubre de 2022

UN TERREMOTO EN CHILE


Mi cumpleaños es en el mes de febrero. Para festejarme, me invitaron a ir al norte de Chile una semana. Adoro la comida chilena y sus playas del norte, donde se puede ingresar un poco al mar, ya que no hay agua tan fría. El hotel muy bonito, con amables personas que nos atendían de maravilla.

Siempre solemos ir a Santiago y a Viña del Mar, que queda en la Quinta Región, pero allí las playas son pequeñas y el agua muy fría. De todos modos, me gusta subir  a Valparaíso y andar por las calles del puerto y llegarme a la casa del poeta Pablo Neruda, La Chascona. Allí hay objetos que usaba en vida y como buen escritor, coleccionista de objetos varios.

El olor de las Caletas con los pescadores que venden los frutos de mar recién recogidos, el perfume de los mariscos que fríen en simpáticas pailas de cobre, los rumores del mar y gritos de la gente, me fascina.

Siempre usando las famosas “liebres” pequeños autobuses que atraviesan toda la costa, te permite recorrer ese paisaje típico de los puertos. ¡Pero nosotros estábamos en el norte, en una ciudad llamada “La Serena”. Allí caminábamos con mi hermana, por la orilla del mar, observando los diversos pájaros: pelícanos, albatros y ciertas palomas. En las playas no hay tumbonas, ni parasoles como en otras playas que conozco, la arena, es gris o marrón oscura a raíz de los frecuentes sismos que ha sufrido el territorio chileno.

Sin embargo, el mar es muy amable, poco salino y el aire fresco mengua el calor del sol del medio día. El desayuno era excelente con las variadas frutas que hay de primerísima calidad en Chile; que exportan por todo el mundo, cosa que he comprobado en otros viajes. Cenábamos en el hotel, generalmente las ricas paltas rellenas con camarones frescos y perfumados a mar… ¡Una delicia para el paladar!  Luego chupe de “jaiva” o albacora a la plancha, con abundantes verduras asadas. Y frutas varias de postre. Así, entre ricas comidas, paseos y playa pasaron siete días. ¡Mañana nos volvemos a Argentina, déme  la cuenta, por favor, le dije al conserje! Don Rosmando sonrió y se lamentó. ¡Lástima que ya las damas nos dejan! Muy amable su comentario, como siempre.

Esa noche nos hicieron una cena especial: entrada ”Jardín de mariscos”, segundo plato unas empanadas de salmón, seguimos con “machas a la parmesana” y finamente un flan de “chirimoya” que nos dejó fascinadas, rociado todo con un buen vino chileno blanco bien helado. Nos regalaron una pequeña paila de cobre con la banderita azul, roja y blanca del país y nos retiramos a terminar de armar nuestro breve equipaje.

Luego de revisar cajones y estantes, miramos un rato televisión y nos dispusimos a dormir. Nuestro avión salía hacia Mendoza, a las trece, por lo que debíamos estar en el aeropuerto a las diez.

Ya dormíamos profundamente cuando un sismo muy fuerte me despertó. Todo crujía y se movía con mucha fuerza. Acostumbrada a los sismos en mi tierra, ese me hizo asustar, ya que era muy, muy fuerte. Me asomé a la ventana y el agua en la piscina se elevaba hasta casi medio metro de la orilla y regresaba a su lugar con chasquidos insólitos. Mi hermana dormía bajo la medicina que toma por su salud, pero despertó y a mi pedido comenzamos rezar. Invocamos a cuanto santo y Vírgen conocemos. Fue mermando. Nosotros sabemos que suele haber “réplicas”; es decir se suceden temblores más suaves en cortos tiempos, como un acomodamiento de las capas tectónicas. ¡Era muy fuerte!

Al rato escuché voces en los pasillos del hotel. Me asomé. No había luz eléctrica, como es lógico. En casos así es aconsejable cortar electricidad y gas, para evitar incendios. Pero medio dormida, les pedí un poco de “silencio” porque nos teníamos que levantar temprano para ir al aeropuerto. Me pidieron disculpas. Yo me acosté y me dormí como si no hubiera pasado nada. ¡Deben haber pensado que estaba loca o drogada!

A la mañana siguiente nos levantamos y llegamos al desayunador, donde una trémula asistente nos miró con extrañeza. ¿Anoche no sintieron el Terremoto? ¡Sí, claro tembló, dijimos a coro! ¡No, señora, ha sido un terremoto grado 9,8 destruyó la Quinta Región!

Nos sirvió un desayuno magro, disculpándose porque no tenía ni gas, ni electricidad.

Cuando salimos con nuestras valijas, y quisimos llamar un taxi, don Rosmando nos dijo que creía que estaba cerrado el aeropuerto. Igual, con la esmerada atención llamó por su celular un taxi. Éste llegó al hotel y nos miraba como a dos extraterrestres. ¿Las damas no tienen miedo?

Ingenuas… yo le contesté, estamos acostumbradas a los sismos. ¡Pero esto ha sido grado 10 en ciertas zonas! Era el 27 de febrero. Por favor, llévenos al aeródromo. Y el buen hombre nos subió a su vehículo y nos llevó. Las calles rotas, casas con trozos caídos y grandes grietas, postes de luz en tierra… allí advertimos que había sido devastador. El aeropuerto Cerrado. La pista rota. No se podía salir por ahí.

El caballero, no puedo decir otra cosa, nos llevó a la terminal de ómnibus y consiguió dos pasajes en un bus de tipo doméstico, no como para atravesar la cordillera. Era el último par de tiketes que había. Subimos rezando para poder regresar a Mendoza, Argentina. Mi celular…muerto. No conseguíamos comunicarnos con la familia. En todos los lugares los teléfonos y medios de comunicación desactivados por razones de seguridad. Antes de subir preguntamos si podíamos hablar con un carabinero (policía de Chile, muy profesional) No, dama están todos desplegados por el terremoto en las zonas de mayor desastre. Me hice la Señal de la Cruz, ¿Cómo pude ser tan idiota? No tenía forma de avisar que estábamos bien, vivas y en viaje.

El autobús, era de cuarta. Pero nos llevó trepando por encima de los escombros, en algunos lugares se detenía y un tractor lo hacía pasar por enormes puentes de metal, que el ejército había desplegado. Las cuentas de mi rosario, brillaban y sacaban chispas. ¡Por fin supe lo que había pasado y sentí, no miedo, horror!

Cuando llegamos a la madrugada a “Libertadores” la frontera con nuestra patria, los comentarios eran de los muertos y de la catástrofe que dejábamos atrás. Ya en territorio argentino, sonó mi celular. Cuando lo atendí era mi nuera que lloraba. ¿Están vivas? Sí, y ya en tierra de nuestra patria. Tranquilos. Llegaremos a la terminal de buses alrededor del medio día. Hicimos aduana y nos miraban coma extraterrestres. Creo que no abrieron las valijas y bolsos por la sorpresa de ese cachivache que nos traía de Chile. Yo ahora lo veo como el mejor de los autobuses que usé en mi vida.

Cuando estacionó el coche en la terminal, toda la familia parecía ver a unos fantasmas. ¡Qué ignorante puede ser uno! Y tan soberbia que no se da cuenta que la naturaleza puede jugarnos una apuesta con la muerte. Cuando mostraban los noticiosos los lugares de Chile, yo comencé a llorar. Puentes carreteros derrumbados, casas que habían caído al mar desde las costas, autos arrojados en grietas enormes… ¡Dios, Gracias por ese taxista y ese valiente chofer que nos trajo!

Pero, ahora medito siempre, que somos una pequeña gota de agua en un océano que puede ser calmo o borrascoso. Que debemos estar preparados para sobreponernos a cosas similares, pero que yo, especialmente, debo ser más serena en mis actos y respetar con prudencia a mis congéneres. ¡Jamás debí creer que lo superaba todo! Gracias a esa buena gente chilena que nos ayudó sin pedir nada cuando tal vez ellos habían sufrido pérdidas importantes. Chile es muy bello, y seguí yendo cuando pude, sin dejar de estar alerta a los sismos.

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