Con la mano despejando chalas del maíz, llora. Sangran las manos con la mazorca que debe desgranar sin pausa. El tiempo apremia. Las trenzas caen sobre su cuerpo cargado de trabajo. Doloridos los brazos, sangrando los dedos, van juntando el grano en vasijas de barro cocido. Cerca, muy cerca el “Ñasti” duerme su embriaguez de chicha sobre una manta de lana, que perece el regocijo del tiempo de la chaya.
Bajo el techo de paja, llueve la servidumbre desdichada. Un cuchillo brilla entre las chalas y el ruido gorgoteante de la sangre ingresa entre los granos amarillos como el agua del río cuando crece. La tormenta ha pasado. Nadie oirá el chasquido del hombre río abajo.
Crees que me dejaré engañar en la otra vida,
te equivocas. Ríete de mí. Ya verás mi venganza. Volveré siendo como un aguijón
imantado a trepar por el rostro de quien me hirió en la confianza. Yo estaré
esperando regresar de ese limbo del que hablan las mujeres dolidas. Creo. Creo
que será como el revertir la noche, el regreso de la ola en el mar calmo. Un
trueno resuena en el valle.
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