viernes, 31 de mayo de 2024

El titiritero

 

Llegó a la escuela trasladada de una escuelita de frontera. Llegó así de pronto, con sus ojos azules, profundos y bellos, el cabello canoso y rizado. Callada, tenue y bondadosa.

Nadie se atrevía a calcular su edad. La piel quemada por los fuertes soles y vientos arrachados de la montaña, no nos permitía imaginar cuántos años había pasado allá, entre los criadores de cabras.

Cuando acariciaba a un niño, con sus manos callosas y arrugadas, parecía que regalaba pétalos de flores silvestres.

Se llamaba Justina. Su nombre hacía mérito a su bondad y dulzura, ya que siempre tenía una palabra amable y una sonrisa en los labios, para todos. Era soltera y estaba sola.

Cuando alguien no sabía realizar alguna tarea de cualquier tipo, ella calladamente se ofrecía para hacerla en su lugar.

Era "la maestra"; la madre; la amiga; pero, ¡estaba tan sola! Cuando terminaba la jornada, tomaba su portafolio y con pasos lentos salía de la escuela, sin apuro, hacia el oeste.

Vivía sola. Ahora, ¡imagino su habitación, que debía oler a espliego y colonia fresca!  Prolija, ordenada, limpia y tal como era ella, una dama a la antigua.

Un día llegó a la escuela un hombre calvo, delgadísimo, que transportaba, una  vieja y gastada valija de cartón. ¡Oh, maravilla, había llegado el "titiritero", con la magia de sus muñecos de pasta, madera y trapos coloridos!

Cuando vio a Justina, parada en el patio; rodeada por los niños que gritaban y corrían en el recreo; tembló como un muchacho joven y se quedó parado, clavado en el piso, tal si nunca fuese a despertar de ese sueño increíble.

¡Hacía más de treinta y cinco años, que buscaba a esa mujer...! Pálido y presuroso, a grandes pasos se plantó frente a ella. Mudos, ambos, se contemplaron.

Unas lágrimas suaves comenzaron a recorrer las mejillas de esa adorada mujer y del cansado "titiritero".

La escuela siempre bulliciosa, de golpe se quedó silenciosa, todos intuían un gran acontecimiento; los niños como pájaros callados, los rodearon, los miraban y esperaban ansiosos algún suceso, que creyeron estaba ahí, ante sus ojos.

Las manos avejentadas, tendidas y trémulas, apenas trataban de tocarse; pero no se atrevían, no lo hacían, para no romper el hechizo. Era un éxtasis tal, que apenas parecía que los corazones se oían al unísono.

Caminaron hasta la calle, juntos, y salieron, sin decir nada.

Todos nos quedamos callados y volvimos a nuestras tareas, con una rara sensación de sorpresa.

Al día siguiente, volvió Justina a la escuela muy alegre, feliz, pero silenciosa. Como siempre. Nadie se atrevía a preguntarle nada, sobre lo acontecido. A la hora del té ,las maestras la rodearon expectantes, ella sonrió y comenzó  a decir... -El, se llama Nicolás y fue mi primer y único novio, allá por mil novecientos cincuenta y siete, pero mi padre, que era muy severo, me prohibió verlo, me llevó muy lejos, a vivir en el campo y no lo vi más.  ¡Nunca supe la causa!- dijo mientras revolvía su té frío. -Ayer cuando lo miré, mi corazón casi se detuvo. No podía creer lo que veía! Él, también me buscó durante todos estos años, como yo lo esperaba .Dejó su carrera de profesor y se dedicó a esta vida trashumante, buscándome. ¡Nunca se casó y me encontró después que hemos sufrido mucho! -se quedó callada y respetamos su silencio.

Pasaron los días y vimos como se transformaba. Estaba alegre, cantaba. Usaba ropa clara y fresca; hasta parecía mas joven.

Llegó el otoño, y una tarde entró un policía al colegio, buscándola. El revuelo fue tal, que hizo que todas las maestras saliéramos al patio.

 

- Un accidente, un micro había atropellado al "titiritero"- habían encontrado en su vieja y destartalada valija, cartas, fotografías y sus muñecos, como mudos testigos del amor y fidelidad infinita, junto a la libreta de casamiento de Justina y Nicolás.

Justina no volvió a la escuela. Tratamos de acompañarla en su dolor y soledad pero ella se resistía.

Hace unos días, un alumno de mi grado, que es muy andariego, me dijo.-Señorita Rosalía, sabe, vi a la maestra Justina, dándole de comer a las palomas en la plaza de Godoy Cruz, toda vestida de negro, yo me acerqué a saludarla, pero no me reconoció y me preguntó si yo no había visto a Nicolás, el "titiritero" - y a todos los que pasaban les regalaba una flor.-

 

                                Tolón- Tolón; Tilín, tilín, este triste cuento llegó a su fin.

 

EL DESEO DE UNA SOMBRA

 


            Llegué de la ciudad para trabajar sin que nadie me molestara. Pronto vendría  Javier con carpetas y otros elementos para consultar. Mi prima Catia encantada, me dio las llaves de la vieja casona que era de todos y de nadie en particular dentro de la familia. Estaba sentado frente a la chimenea, afuera hacía muchísimo frío y mi amigo y compañero aún no había llegado con el resto de trabajo que teníamos que realizar. Me extasiaba el crepitar de fuego entre las viejas piedras, que desprendían un exquisito perfume de pino y desde donde saltaban pequeñas chispas que explotaban en una ronda alegre y alocada. Yo me arropé con la manta que había tejido la tía Eleonora, antes de morir, allí en la casa. ¡Qué satisfecho me sentía! Me levanté y observé por la ventana. Ya comenzaba a nevar nuevamente, me encaminé al mueble donde las tías habían dejado sus ricos licores caseros, me serví en una copa de cristal color rubí y me volví a sentar. Observé el licor y a través de su colorido cristal miré el retrato de la chimenea. Era una mujer pintada quién sabe cuándo y dónde, que me miraba y en realidad tenía un defecto en los ojos y sólo me miraba con un solo ojo. Era horrible nunca le había puesto mucha atención. ¡Qué fea era! Hasta tenía una suave pelusa sobre los labios. ¡Pero tenía el mejor cuerpo que había visto en años! ¿Quién habrá sido?- me dije sonriendo. Ya les preguntaré a las mujeres por qué aun está allí. Mañana lo voy a sacar, pensé y continué revisando mis papeles. La pondré en la mansarda donde había un sin fin de cosas arrumbadas. El sopor del licor y el calor me hicieron dormir. Desperté con un fuerte golpe en la puerta. Había llegado Javier muerto de frío y su auto cubierto de nieve. Bajamos computadoras y cajas. Abrí la cochera y guardó el auto. Luego nos enfrascamos en nuestra charla y trabajo. Cuando se hicieron las dos de la madrugada nos dio hambre, nos hicimos comida. Fuimos a dormir cansadísimos deseando que parara de nevar pues de no ser así, tendríamos mucho trabajo para despejar la nieve.

                        Cuando me acosté y apagué la luz un suave resplandor asomó tímidamente entre los pesados cortinados y un crujido suave atrapó mi espíritu somnoliento atisbé en el cuarto pero por supuesto no vi nada extraño y me dormí. En la otra habitación Javier roncaba sin pausa.¡Gracias a Dios no había traído consigo a su joven esposa con el bebé! Yo después de mi separación  no estaba para problemas domésticos. No recuerdo qué pasó, pero me desperté sobresaltado al alba, con un suave murmullo de gente que hablaba muy quedo, presté atención y con pocas ganas bajé los escalones para mirar de dónde provenía esa charla, pero no había nadie. Un frío me recorrió la espalda. ¡Yo era un hombre moderno, agnóstico y positivo! Acá no hay nada  y subí a mi alcoba donde me acosté para recuperar el calor y la calma. ¿Había sentido miedo? No era tan sólo mucho frío. Javier era una orquesta sinfónica de ronquidos, dichoso de él que ignoraría la inoportuna visita fantasmal.

                        - ¡Despertate, Carlos, que tenemos que trabajar, hoy hay que terminar con todo¡- dijo Javier sacudiéndome con colcha y sábanas mientras pasaba por mi nariz una tostada caliente con manteca y mermelada- hice café y ya podemos desayunar, gracias a Dios dejó de nevar y salió el sol, hay barro por todos lados; y bajó las escaleras  cantando.

                        Yo me disponía a desvestirme para darme una ducha caliente cuando frente a mí se planta una vigorosa mujer extrañamente trajeada que me miraba descaradamente. Mi instinto me hizo tapar como podía, y, ¡oh! sorpresa descubro que era la mujer del retrato en la chimenea. ¡No puede ser!- me dije. Traté  de entrar rápido a la ducha pero el espectro me seguía mirando encantada de mi desnudez. Le hice señas y la eché con palabras non santas pero ella allí firme mirando mis intimidades. De pronto desapareció por el espejo del baño y yo suspiré encolerizado conmigo mismo. No me animé a decirle nada a Javier porque pensaría que estaba de chanzas. Bajé y me acerqué al cuadro, pero había desaparecido. Le pregunté a mi amigo si él lo había sacado y me miró extrañado: ¿de qué cuadro me estás hablando si yo no vi ninguno? Y, ¿yo comencé a preocuparme...me estaría enfermando o sería algún problema psíquico?

                        Comenzamos a trabajar y enfrascados por tanta tarea no advertimos que en la mesa las tasas del café se habían alejado y estaban al borde y que bailoteaban en sus platillos. Ahí fue cuando Javier me increpó con severidad:- ¡Carlos me estás tomando el pelo?, no te hagas el mago conmigo que yo soy muy impresionable!- para qué dijo eso, allí fue cuando comenzaron nuestros pesares...verdaderamente esas fueron cosas muy locas. ¡Nunca imaginamos que a un par de oficinistas de ciudad, encontraríamos una casa llenita de fantasmas!, y digo, llena porque comenzaron a aparecer unas jóvenes llenas de veladas que nos acariciaban, nos tocaban y no nos permitían terminar con nuestra labor. Al principio nos dio miedo y no nos podíamos mover, pero fue demasiado y comenzamos a defendernos. Yo las increpé, les expliqué que teníamos que completar los trabajos y se fueron riendo escaleras arriba mostrando larguísimas cabelleras de mujeres jóvenes y cuerpos muy tentadores. Se apagó la luz bajamos al sótano y allí encontramos en un destartalado sillón un grupo de viejos seres que parecían esperar a alguien, en realidad eran señorones con unas manifiestas calvas y relojes de gruesas cadenas de oro que aguardaban a alguien. Ni nos miraron cuando con nuestras linternas intentábamos arreglar los fusibles, así comprendimos nuestra situación. Estábamos en una casa extrañísima. Ya habíamos conseguido arreglar el desperfecto cuando nos sobresaltó el ruido estruendoso de la planta alta, donde algo había caído estrepitosamente. Javier se negó a acompañarme pero no aceptó quedarse solo en el salón. Subimos y encontramos todo en su lugar excepto nuestras ropas repartidas por todos lados y en especial nuestra ropa interior que colgaba de las añosas arañas de cristal.

                        Comenzó a sonar insistentemente el teléfono de Javier, atendió y suspiró tranquilizándose cuando escuchó la voz de su adorada Erica, que le preguntaba por su vida, ya que con tanta confusión y trabajo fantasmagórico había olvidado llamarle. ¡Pero no pudo decirle que estaba en esos raros trances ya que nadie le creería! ¡Ah mientras hablaba una figura exquisita le acariciaba las entrepiernas! Claro que era un ser transparente y muy inestable pues aparecía y desaparecía.

                        Yo aproveché para llamar a mi prima Catia que no se sorprendió, sólo se reía a más no poder de nosotros...-Yo me olvidé de contarte que en esa casa  vivió la amante de nuestro tatarabuelo que se llamaba Irinalda del Mar era una famosa bailarina de teatro y el abuelo le permitía tener discípulas que esperaban a los amigos del viejo pícaro, hay por allí un retrato de la mujer  y cuando le gusta un hombre, lo vuelve loco como al  desvergonzado abuelo.- Yo no podía creer lo que escuchaba, así me enteré algunas verdades de mi preciosa familia. ¡Pensar que ahora eran pura sacristía y beneficios parroquiales! Así, como pudimos, terminamos de hacer nuestro trabajo para huir de la casa  de fantasmas  del lupanar.

                        Cuando cerré la puerta sentimos las carcajadas de las muy bribonas que quedaban de gran jolgorio con sus viejos espectros. Les aseguro que no vuelvo nunca más.

 

TERREMOTO

 


            La casa era casi un sueño.Y nada ni nadie puede decir que no fue fruto del esfuerzo demencial de los viejos. Juntos levantaron las paredes sobre unas vigas de hierro y concreto tan sólido como el amor  y la fidelidad que sentían uno por el otro. Tal vez carecía de belleza y de detalles de terminación que después fueron agregando Yecenia y Lisandro, mis hermanos que estudiaron arquitectura e ingienería respectivamente. Yo la recuerdo a mamá con sus delantales hechos con antiguas enaguas de algodón amasando pan frente a un rústico fogón, o a papá arreglando su bicicleta para ir al centro a comprar algún elemento para la quinta.

            Un día llegó el progreso, el tan esperado y mentado progreso. En el club o en el banco no se hablaba de otra cosa por tiempo y tiempo y cuando supimos lo que significaba casi le da una ataque tanto a mi viejo como a mi viejita. Se obligó a todos a cerrar las medianeras, matar y comer todas las gallinas, patos y pavos que hacían más económica la vida de la gente sencilla de nuestro distrito. Ni hablar de los que aún tenían chanchos. Esos que se juntaba toda la familia en el mes de julio para hacer chorizos que metían en botijones con aceite de oliva y a colgar jamones bien sasonados en los altos techos de la cocina o un galponcito interno. Allí se le ofrecía un poco al médico de cabecera, al dentista del abuelo y al farmaceútico que a veces fiaba algún remedio o venía en la noche para poner una inyección .¡ Eso se acavó y para siempre ! .Fue un terrible momento pero uno se acostumbra casi a todo. Los que se fueron muriendo y los hijos vendieron para hacer unos barrios sin personalidad, donde vivía tanto gente decente como malandras ( a decir del tío Oscar) , esos no vivieron nuestro dolor...

            Fue una mañana muy temprano que desperté sorprendida por un rumor extraño que realmente no sabía desde donde provenía. "Geniol" el loro se avalanzó volando desde la jaula y quedó con sus alas abiertas y apoyadas sobre el patio casi en el medio del cantero de violetas. El perro, Cristobal, se pegaba al suelo y aullaba con sonidos lastimeros . Un silencio con rumores sorprendentes se produjo y comencé a ver que la tierra , el suelo,se ondulaba como una proceción de orugas hambrientas que frenéticamente se alejaban en oleadas una tras otras, eran también un tintinéo acústico de vidrios que caían por todos lados con estrépitos de fuegos artificiales, era una silla que se golpeaba y otra y otra, y miré un cielo oscuro de polvo y miedo. ¡Tiembla !. No, ésto es más fuerte, esto es terremoto y vi caer un trozo del techo sobre el mesón del comedor. Y...corrí hacia la habitación y me aferré con pasión al antigüo retrato de los viejos, ese, ovalado que tiene el vidrio bombé y que mamá adoraba. Cuando intentaba regresar a la seguridad del patio algo estalló junto a mi y ya no recuerdo...Cuando desperté no quedaba casi nada. La casa había quedado destruida. La casa de los viejos amasada con pasión y fuerza entre las manos callosas de mamá y los brazos fuertes de papá. El amor. Los recuerdos. La familia.       

                        Hoy tenemos una coqueta casa y lo que preside la sala es lo único que pude salvar, el cuadro que mis hijos quieren hacer desaparecer por vergüenza . No obstante todos mis hermanos se mueren  por poseer el único objeto que se salvó y que representa la unión de un grupo de gente laboriosa y honesta. Nuestra familia.

LA DUEÑA DEL CORRALÓN

  

            La casa de Acevedo, era la más antigua del barrio. El Bondi pasaba por ahí, gracias a las conexiones de Francisco Acevedo. Tenía una entrada para coches y ventanales altos donde fulguraban vidrios biselados y algunas flores de colores en un centro de las ventanas. Los pisos de granito blanco y escalones de mármol de un suave tono rosado traído de Italia. Su primer dueño, el suegro de Acevedo, era un inmigrante de la zona central de la “bella Italia”.

            Cuando abrieron el negocio en el barrio, los Cannoni comenzaron a llenarse de dinero. Era un almacén de ramos generales. Vendían cualquier cosa que se pudiera vender y que la gente necesitara. Desde ropa para salir hasta materiales de construcción y eso los llevó a ser grandes ganadores.

            El viejo Cannoni, tenía un dicho: Si es para comer se vende al fiado, si es para otra cosa: ¡Nunca! Y llegaron los hijos. El Aldo, nació igualito a la madre. Era rubio de ojos claros y piel muy blanca. Luego la Gina era la misma figura y color del padre. Mal carácter y poco parlanchina. Finalmente vino al mundo Ornella. Una verdadera muñeca. La madre y toda la familia la tenían en exposición hasta que cumplió los diez años. Allí, cuando veían las miradas de los clientes, se dieron cuenta que había que guardarla bajo tres puertas con candado.

            Los anotaron en un colegio del centro. Don Remo compró un coche y todas las mañanas los llevaba y los traía al medio día. Debía estudiar el Aldo para ser “doctor”. En cualquier cosa, pero doctor. Las chicas podían ser modistas o como mucho maestras. Pero nunca pensaron lo que sucedió.

            Cuando Don Remo terminó de hacer la casa, uno de los albañiles, se enamoró de Gina. Ella también. Ya tenía quince años y una noche se escaparon. A don Remo le dio un colapso y en una semana murió. La María, su mujer vestida de negro lloraba y lloraba todo el día en su cama. Aldo se escapaba para ir al cinematógrafo, fumar y jugar al póker. Entonces la Ornella se hizo cargo del negocio. Llovían los clientes. No tanto para comprar como para flirtear con la muchacha.

            Al año se casó con Acevedo. Quien se armó no sólo de una bellísima esposa, rica y fina sino de la heredera de la casa y el negocio, ya que la hermana murió tuberculosa en un conventillo de La Boca. Dejando tres creaturas huérfanas a cargo de su hermana y su madre. Ésta nunca se sacó el luto. Francisco Acevedo, pronto se acomodó como diputado de un partido popular y lleno de vicios. Ornella al frente de la familia, se hizo una matrona digna y respetada. La gente la quería y respondía con su negocio. No tuvo hijos propios, pero crió a los de su hermana con amor y de tal manera que ellos sí, fueron y son excelentes “doctores en medicina, veterinaria y abogacía.

            A Ornella le dicen mamá y ella es feliz tan solo con verlos tan buenos y estudiosos. De Aldo se sabe que es un alcohólico perdido en boliches de mala muerte, pero se acerca cuando las deudas lo tienen contra las murallas. La buena hermana siempre lo saca de apuro ya que el apellido Cannoni para ella es importantísimo.

lunes, 27 de mayo de 2024

ATRAPAR UN SUEÑO


 

El camino parecía un velo de gasa ocre. Alguien venía por la polvorienta vereda que arrimaba a la vieja casa. No había llovido desde hacía varios meses y el sol era un enemigo que perduraba hasta casi perderse en el horizonte. Me senté en un resto de pared de adobe que había construido mi abuelo y que con el viento y el tiempo se iba deshilachando como un trozo de paño viejo. Las gallinas se apiñaban cerca de mis pies hinchados y doloridos. Picoteaban en busca de comida y yo, lamentablemente ya no tengo mucho para darles. Todo está seco. De repente como un fantasma desleal, apareció un muchacho de no más de trece años, en una destartalada bicicleta y se detuvo frente a mí. ¿Fátima .... es usted? Apenas le entendí. Yo hablo "tarifit" y el me hablaba en árabe. Me entregó un mensaje en papel sellado con una pasta roja. ¡Yo no se leer ni escribir! En mi infancia las niñas no íbamos a la escuela. Hoy sí, pero para mí fue tarde.

El muchacho desapareció rodeado de una nube de arena y polvo. Me quedé quieta. Una lágrima corría por mis arrugadas mejillas. ¿Cómo haría para saber qué contenía ese papel? Tuve siete hijos y casi todos se fueron alejando hacia las ciudades o están en España. Me sentí sola por primera vez desde que mi esposo Yussuf partió para trabajar en la ciudad y no regresó hasta hoy. Yo lo espero. Siempre lo espero.

Ingresé a la casa. Entre las sombras de los muros, busqué dónde poner seguro el billete que parecía jugaba con mi soledad. Me acerqué a la cocina. Tenía unos trozos de cordero y el "cus cus" que entre las brasas daban ese perfume maternal de la infancia.

Me senté a la sombra, sentía el murmullo de las aves y animales que aun conservo en la parte trasera de la casa. Recordar... mi niñez. ¡Qué tiempo en que mis abuelos y mi madre trabajaban en la huerta, en los corrales, en la casa! Yo tendría seis años, cuando me perdí buscando una gallina que se había escapado... y crucé varias chacras y llegué al camino. Caminé por una calle que parecía un laberinto. De pronto, en una ventana lo vi. ¡Era un maestro! Escribía en una tablilla con un objeto que dejaba huellas con bellos dibujos. Unos muchachos me vieron y uno, me tiró un higo seco. Me golpeó la frente y empecé a llorar. Salió el escribiente. Era un hombre anciano de barbas blancas como la luna, sus manos entintadas y secas, parecían alas de un ave desconocida para mí. Salí corriendo pero uno de los muchachos me atrapó. Un coro de ellos reían. Había de varias edades. El maestro, me preguntó qué hacía allí y si mis padres sabían dónde estaba. Yo entre sollozos le dije en mi lengua que buscaba una gallina. Más risas. Me dio un higo y me dijo que regresara a casa. ¡Las niñas obedientes no salen de casa sin compañía! Yo corrí hacia los lugares por donde había pasado hasta topetar con mi padre que me buscaba. Su enojo era muy grande. Me hizo entrar a la casa y me dio una penitencia. No podrás salir a jugar con tu gato y tu perro hasta el próximo día de luna llena. ¡Mamá me hizo un guiño! Faltaban tres días para la luna llena. Ellos se manejaban con el sol y la luna para plantar o cosechar. ¡Era una vida simple y bella!

Perdonada, me atreví a preguntar: ¿Padre por qué los muchachos van a la casa del escriba, el maestro de árabe y las niñas no? Me miró muy serio. Tú, tendrás que memorizar con la ayuda de tu madre las palabras sagradas. Las niñas no van a la escuela. Y menos tú, que aun eres muy pequeña. ¡Yo lloré una tarde entera! Quería saber escribir como los varones. ¿Padre me enseñarás a escribir mi nombre?  No. Pero una tarde me trajo en una pequeña tablilla esos maravillosos dibujos y me dijo: ¡Fátima, ahí está escrito tu nombre! Nunca más me pidas otra cosa así.

A partir de ese día me sentí una elegida. Lo dibujé en la tierra, en los muros de los alrededor con carbón que sacaba del fogón, lo bordé en un almohadón con hilos que me dio mi abuela. ¡Pero nunca más pude escribir otra palabra y menos leer!

Ahora miro el papel con inquietud. El maestro, supe por Yussuf, que murió con noventa años. Vino un extranjero a enseñar. Era un joven que reemplazó al viejo maestro. Y su imagen aun está viva en mi memoria, ya que un día se acercó a mis padres y les preguntó si podía enseñarme a leer y escribir para que le ayudara en la escuela. Mis padres fueron amables y hospitalarios, como es nuestra costumbre, pero le dieron un No rotundo. Ella es mujer y no debe aprender esas cosas. El se fue muy apenado.  

¡Ah, al poco tiempo, me casaron con ese muchacho que me tiró el higo frente a la ventana del escriba! Yo tenía trece años y él, veinte. Era bueno. Trabajaba a la par de mis padres. ¡Mis abuelos ya estaban en el paraíso! Una mañana mi padre se descompuso y Yussuf, tomó el carro y lo llevó a un médico a Larache. Ahí, quedó internado y lo trajo muy enfermo. Papá murió y a los pocos meses mamá cayó en la cocina rotunda como una mula vieja. No pudo superar sola el trabajo y la falta de su compañero. Yo ayudaba en todo. Con la huerta, las higueras, los nogales y los animales. De los olivos se ocupaba mi esposo. Hasta que llegó una sequía como la que hay ahora. Decidió ir a buscar trabajo a la ciudad. ¡Gracias al maestro, tomó un trabajo en una empresa española!

Todos los meses venía con dirham para costear el alimento y la educación, de los niños. Yo trabajaba por los dos. ¡Pero cada día me pesaba más! Casé a Sara con un buen vecino que la llevó a Tánger. Supe que tuvo siete hijos. Casé a Mahmet con una muchacha de Larache y lo obligó a mudarse a ese hermoso pueblo. Pero no vino más y se poco de ellos. Me fui quedando sola. Mustafá está en España. Logró entrar en la milicia y no sé, pero no regresó más; a veces llegan noticias a Larache y algún vecino me las trae. ¡Si supiera leer y escribir! Ahora ya las niñas pueden ir a estudiar por orden del Rey Mohamed VI. Qué suerte tienen.

Por eso me pregunto a quién llevaré el mensaje que me trajo el muchacho para saber qué dice. Allí está junto al almohadón con mi nombre bordado. Parece que me sonríe. ¿Y si es una mala noticia? Será mejor que espere un poco.

Salió a la parte trasera de la casona. Miró el cielo y vio nubes agoreras de tormenta. Juntó las aves, los corderitos y las cabras. Acomodó las celosías. ¡Si hay viento fuerte se volarán ya están muy viejas! Trajo carbón seco y palos para el fogón, encendió la lámpara y comenzó a limpiar algunas verduras para agregar a los garbanzos.

Todo el ardor del Mediterráneo y del Océano, se enfrentaron en una gigantesca tormenta. Rayos, relámpago y una tromba de agua caía en torrentes del cielo oscuro y aterrador. Fátima, se sentó en la hamaca del abuelo junto al fogón que apenas refulgía en rojos azulados en el hogar. Sacó el mensaje y se lo puso en el pecho junto con el viejo almohadón. De repente, el techo abrió una boca de barro y caña, y el agua entró como turbión sobre la mujer. Ahí quedó.

Las noticias de los terribles acontecimientos llegaron a todo el país. Yussuf, salió tras la tormenta hacia su hogar. Llegó y su corazón quedó sombrío. La casa semi destruida aparentaba un derrumbe total. Con ayuda de algunos vecinos, logró ingresar y allí... en la hamaca encontró a la dulce Fátima. Tenía entre sus heladas manos azulosas el cojín que bordara de niña, pegado a los senos húmedos estaba el mensaje cuya tinta desdibujada no se podía leer. Allí, él, le había pedido que empacara y fuera a Tetuán donde ya tenía un nuevo hogar para ambos, donde pasarían los últimos años de su vida

NICANOR ÁNGEL PARRA


 

Ha partido un poeta…

Su canción lo acompaña por valles y montañas.

 

Su música de áspera cadencia milenaria, se deja echar al aire

Como rosas al viento.

 

Ha partido un poeta.

Su voz arranca abrazos lejanos, sorprendidos.

 

La vuelta de su esfera

Calmará las olas de un mar que lo pregona libre

 

Ha partido un poeta

Zozobran las palabras que escogen sus plegarias azules

 

Una gaviota revolotea

sobre su rostro de mirada de duende enamorado.

 

Ha muerto ese poeta

Capaz de abrir heridas en su corazón hirviente de amor

 

Su coraje de canciones dormidas en la frente

En las palmas de dedos agredidos las notas juegan

De una canción lejana de labios olvidados.

 

MEDIANOCHE

 

            La calle se había poblado de ruidos extraños. Un racimo de nubes parecía esconder la figura mezquina de la muerte. Acechaba en cada oscuro rincón del arrabal. Retumbaba el taconeo de una mujer que buscaba un retazo de piel para conseguir comida. Un compadrito, un obrero, un pibe. Nada. Nadie.

            Su larga cabellera negra apenas cubría la desnudez de su hambreado cuerpo anonadado.

            Se detuvo un coche, azul, brillante y altanero. Lentamente fue descubriendo el rostro de un hombre cuya mirada lasciva inquietó su figura recorriéndola como despellejando cada trozo del cuerpo.

            La luz de la cantina colmó de colores el breve vestido de la “hembra”. Un rumor  de bandoneón, violín y piano se destrabó entre los vidrios mugrientos y abrazó el cuerpo de la “mina”. Un tango de Cadícamo apretó la garganta reseca de un forastero que pasaba y la miró con pena.

            Una seña. Subió al auto y partieron con el calor húmedo de la calle del bajo. El puerto olía a bacalao podrido y a ratas merodeando los resumideros. Sonaba un tango dentro de automóvil, se detuvo y se bajaron y ahí con el solo alumbrar de un farol ahumado y amarillo, bailó un tango con el influjo demoníaco del fuego de ese “macho”. Bailaron hasta que la luna se aburrió de alumbrarlos y el farol se quedó ciego. La dejó en la esquina. Ella miró la hora en el campanario del puerto. El reloj, nunca había movido las agujas. Era la medianoche y ella siguió esperando que alguien la llevara para ganar unos “morlacos” y pudiera comer algún puchero.

 

 

UNA MUJER VALIENTE


 

            La nieve caía como un mantón de suspiros helados. Cubría con sus sueños de hielo el techo dormido de la cabaña. Los pinos, rato a rato, se desperezaban descargando sus vellones de plumas de garza blanca. ¡Un ruido desgajaba las ramas sobrecargadas, fomentando la huída de los pájaros que se abrigaban entre sus pinochas!

            El sonido que provocaba el viento entre los tablones de la casucha repetía el eco doloroso del invierno.

Lorena dejó el telar, los vellones caían domesticando sus colores, espejando los leños en el hogar. El olor acre de las ramas secas penetraba el pequeño ambiente. El niño dormía enroscado en la cola de “Copete”, ovejero alemán, que ya viejo, arrastraba las paletas traseras reumáticas y doloridas. Tejer era una forma de espantar la soledad y el miedo.

            A lo lejos se escuchaba el aullido de las jaurías salvajes de lobos y perros, que merodeaban en busca de conejos o aves, que pudieran refugiarse en los corrales.

No eran tiempos de olvidos. Alerta, Lorena, afinaba el oído y los sentidos a los sonidos que disparara el bosque.

            La yegua pateaba en el pequeño corral cubierto que Mauro había reparado ese verano. La parición de “Marga”, era importante para el trabajo de la pequeña parcela. En cualquier momento, se escucharía el relincho peculiar del animal. No iba a salir a socorrerla. Mauro no tardaría en regresar y ya tenía preparado el aparejo para ayudar al potrillo en la parición.

            La marmita con un caldo grueso y poderoso, borboteaba entre las brasas. El perfume de hinojo, laurel y ajo, competía con el de la leña.  Sintió un cosquilleo dentro de su vientre. ¿Era hambre o se movía un niño dentro de su cuerpo? ¿Otro hijo?

La cosecha no había sido buena, la venta magra y el pago nulo. El huso se cayó de su regazo y cuando se agachó, sintió un dolor agudo que fue momentáneo pero que despertó mucho miedo en Lorena.

            Nevaba y la ventisca llenaba la zona de gélidos capullos blancos que se acumulaban irremediablemente sobre la casucha. El niño lloraba. La mujer se detuvo y trató de abrir la puerta, tuvo que hacer mucha fuerza y al fin, vio la silueta de su amado Mauro entre las ráfagas. Cuando se acercó el rostro rígido y amoratado la sorprendió.

            Escuchó el grito: -Voy al corral…- y se metió de lleno al cobertizo donde la yegua intentaba parir. Los relinchos y coces aumentaban. Prendió al niño a su pecho para que mamara y dejara de llorar.

            Cuando ingresó Mauro a la cabaña, cubierto de sangre y estiércol, su rostro se deleitó en el olor familiar de la cocina y de su vida hogareña. –Ha nacido un potrillo… es sano y ya está en pie. Se tiró en el viejo sillón y abrazó a la mujer. Afuera había dejado de nevar y el viento amainaba. Era pronto para darle la novedad… ¿tendrían otro hijo?

 

  

DIGNIDAD DE MUJER

  

            “Con cada sonrisa que desparramo, planto una flor con color de esperanza”

 

            La guerra había amenazado con su furia a un pueblo pequeño. Desde la altura del minarete de la mezquita se podía ver el humo que se desprendía de las casas quemadas y arrasadas. Ságar, un campesino oraba con mayor fortaleza esperando que ese horror terminara. Pensaba en su mujer, la joven Narine y en sus hijos, que aun eran pequeños, pero que seguro se llevarían si llegaba el ejército a buscar hombres. Él, ciego de nacimiento, solía dar gracias a Alá su Dios, por haberle evitado tener que ir a matar hermanos. Cada amanecer escuchaba más cerca el ruido espantoso de los cañones. Cada tanto oía que se acercaba alguien y escondía a su familia en un pozo profundo que había en la casucha y que tapaba con extremo cuidado con una raída alfombra de oración.

            No cocinaba con especias para evitar curiosos. Hervía agua del pozo y allí ponía un puñado de arroz  con algunas legumbres. Nada que pudiera ser codiciado por seres malignos. Su primer llamado a orar era antes del amanecer y aprovechaba para oír con mucho cuidado los ruidos de alrededor de la casucha, luego buscaba una de las pocas cabras que le quedaba y le extraía leche para hacer cuajada y quesillo. Finalmente cuando sentía el canto de ese pájaro tan misterioso que le avisaba la salida del sol regresaba a fabricar cestas de mimbre.

            Una tarde cuando estaba orando sintió ruidos sordos y supo que llegaban. Como pudo hizo lo que debía, esconder a su familia y seguir orando. Un golpe derribó la endeble puerta y entraron. Sintió el frío de un arma en su espalda. Siguió rezando las aleyas que murmuraba desde niño. Lo golpearon hasta desfallecer pero no hizo nada. Alá, el misericordioso, le exigía ser muy astuto. Revolvieron cada rincón, cada cesto, cada trasto. Le arrancaron lo poco que tenía para comer y luego le dispararon sin que el impacto le hiciera más daño de lo esperado. Quedó vivo, medio muerto, pero había logrado ocultar a su familia.

            Se fueron gritando y enarbolando armas que disparaban al aire. Cuando el silencio cubrió la casa, como pudo sacó la alfombra y abrió. Su amada mujer había logrado  mantener la calma y anegada en lágrimas le hizo tocar con sus ásperas manos el cadáver de su pequeño al que un proyectil que había perforado el piso arrebató la breve vida. Se abrazaron  Ságar y Narine, ella lo limpió, le cubrió con cenizas las heridas y al oscurecer en el profundo silencio enterraron al bello Jarub de 4 años. Ella se armó de fuerza y acompañó en su dolor al resto de su familia, en especial a su esposo ciego.

            Cada vez que sus hijos la miraban, su dulce sonrisa, era un mensaje mudo de amor y esperanza.

 

                                               Los valientes campesinos de Siria, siguen defendiendo la paz y el amor que necesita cada ser para sobrevivir.

 

 

 

 

CRISÁLIDA

  

¿Angustias? Muchacha, desde que te pusieron ese nombre te han marcado. Siempre estás como perdida en tus sueños. No sé cómo eres, solo sé que te siento como un pequeño ángel protector. Mi madre me decía que cuando viniste al mundo, parecías un pájaro perdido. Pero no, ahora eres indispensable en esta casa.

El anciano Gaspar, tu abuelo, no duerme si estás lejos de su lecho. Tu padre, que se sienta en la noche a mirar las estrellas por ese aparato que las acerca, jura, que viniste de alguna de esas estrellas, que están tan lejanas. Pero hubo una gran discusión, cuando vino su amigo Andrés y le dijo que las estrellas lejanas, están muertas hace siglos.

Angustias, ven, acércate. Toma mis manos y dime si al estar tan tibias te recuerdan tu infancia. Yo te alzaba y cantaba las nanas como si hubieras bajado de alguna nube o de la luna. Eres tan necesaria como el canto de las aves. ¡Nunca te ausentes!

Hace unos días te veo que te aferras a uno de los troncos donde crecen las orquídeas, me pareció que ovillabas una suerte de fina seda de color ambarino. ¿No estarás por invernar? Angustias, eres un ser humano. Pero, ya veo en tus ojos una lejanía de tiempo. Vete a dormir, el abuelo espera.

Nunca imaginamos lo que nos iba a ocurrir. Angustias ha hilado un capullo y está envuelta en él, como una futura mariposa. Su crisálida es de color dorado, y se siente el palpitar de un corazón dentro del mismo. Pasan los días y va cambiando de color y de tamaño. ¿Qué pasará con el abuelo? Ya no duerme, espera. Yo también espero.

Mañana es el día más largo del año y se nota un movimiento errático en el capullo. Ahora de color granate. Se va abriendo lentamente y emerge una enorme mariposa.

Es de colores vivos y brillantes. Angustia ha vuelto a nacer. ¿Qué nombre le pondremos? Tal vez, Violeta, tal vez Azucena, tal vez… ya sé, la llamaremos Cristal. 

viernes, 24 de mayo de 2024

DE VIRTUDES Y DE VICIOS

                                                                                 En un claro del bosque, un día de primavera, se encontraba “ Inteligencia”, esa joven excéntrica hamacándose entre las ramas de un sauce cuando llegó “ Emoción” la dulce amiga, y sentándose cerca le habló:

                        - Sabes que estoy preocupada pensando en... si tú, puedes cambiar algo del mundo, aun no se ve.- y sacando una flor de la enredadera siguió observando a Inteligencia que miraba hacia el inmenso cosmos. Creo que es inútil tu influencia.

                       - ¿Yo?, como puedes apreciar, tengo todo el poder de resolver cada uno de los problemas que se pueden presentar en el Universo, sólo es cuestión de que quiera hacerlo. – dejando con una sonrisa soberbia de mirar a su interlocutora.

                         -No veo que los niños dejen de tener hambre, ni que las guerras terminen...- sólo se enjugó una lágrima para soportar el dolor que sentía.  

-                                  - Aparte siempre hablan de las mismas cosas, no dicen que descubrí el genoma humano, no dicen tampoco que hago trasplantes y salvo vidas, que logré llegar a Marte y estoy descubriendo constantemente sistemas para enfriar embriones, en fin, simples cosas.- y su figura espléndida se apoyó en un lateral de un inmenso roble. Allí mismo donde apenas se asomaban otras virtudes y algunos vicios se escondían.

-                   En realidad creo que  eres algo ciega – dijo sin reparo Emoción, buscando apoyo en aquellos que se iban acercando- si supieras lo importante que son las cosas sencillas...¡ de que le sirven a los pequeños seres que tu viajes por Marte o los agujeros negros o cosas semejantes! – se avecinó “Tolerancia” y asintió con su suave sonrisa colocándose una bella corona de jazmines en su larga cabellera.

-                   Espero señoras que esta charla traiga alguna respuesta positiva para el planeta y sus habitantes, sino es sólo otra tonta discrepancia entre ustedes...-  un grupo de vicios se aproximó disfrutando de la discusión. Pero ninguna virtud se sentía feliz de polemizar. Así cada cual propuso hacer algo para mejorar el universo. Decidieron  que cada virtud al mes regresaría con una propuesta o un hecho que se comprobara. Y partieron hacia el norte, el sur, el este y el oeste,. Pero los vicios comenzaron a preocuparse y se reunieron buscando la forma de impedir buenos resultados.

                      Así fue que todavía andan la Inteligencia, la Tolerancia y la Emoción con otras virtudes, como la Nobleza, el Honor, la Honradez, el Pudor, la Caridad y la Justicia, tratando de hacer mejor la vida de la gente simple del planeta. Y los vicios, como la Envidia, la Codicia, la Avaricia, el Miedo, el Deseo de Poder, la Cobardía, la Ira, y otros muchos más poniendo trabas de todo tipo para evitar que la vida sea digna de ser vivida.

                          

TENÍA LA PALIDEZ DE

 

la porcelana agreste de tus senos invierten la mirada

un colmo de sedosos argumentos estiran tu palidez de nube

en la trastienda congelada de las penas.

 

Tenías la palidez desnuda

camafeo blanco que atraviesa la tarde de verano

con la frágil insistencia de la risa en la boca dormida

podías estar viva como un durazno maduro

salir a platicar con las ruedas del solsticio solitario

lejano el sol de la aventura

marchito el cuello de cisne en los lagos de la tarde

tenías la palidez de un brújula que apunta al celeste inventario

de los mares             a  los lagos semi quietos

tenías la palidez rota  entre los dedos de un unicornio escondido

en la espesura de un mágico bosque de naranjos

 

no estés triste. Nada vale una lágrima. Nada el llanto

que cierre la garganta.

El viento ajeno tiene el sabor amargo de todo desencanto

tiene la poesía inapropiada  de un territorio sin rocío.

Ahora  quédate con mis manos en tus manos.

Ves, son tan pálidas como las manos de la doncella dormida

en las tinieblas del pasado.

Recuéstate en mi lecho a esperar el sol con su tibieza.

Platiquemos de “ella” que hace un largo tiempo que duerme

en su triste palidez de sudario viejo y olvidado.

SOMBRAS EN EL CORDEL


            El viento juega con la silueta en la terraza antigua. Un rumor agiganta las sombras. Llovizna y el cordel sostiene gotas de agua, pequeños diamantes que reflejan tu ausencia. ¿Dónde estarás ahora? La pregunta juega con la camiseta que envolvió tu cuerpo amado. Nadie responde. Sombras. Soledad. Una ausencia que se agiganta en la tarde cuando el candado de silencio atrapa tu recuerdo. Presiento que otro amor despertó en tu pecho. Allí estará jugando mi fantasma, el de mis besos y mi cuerpo acoplado a tus brazos. El perfume de jabón y lejía, atraviesa la terraza donde busco en cada prenda tu presencia. Se expande el perfume de la nostalgia celeste que se agranda en tu alejamiento. ¿Volverás algún día? El cordel solitario acuna broches. Ya, hasta faltan tus risas colgadas al viento. Los broches parecen tus hombros apelando a ser hombre en mi esperanza. ¿Volverás? Serás tan sólo un recuerdo en mis noches solitarias. Apoyaré mi rostro en la almohada para percibir el perfume de nostalgia. Ayer llamó buscándote por tu nombre, no era sino ella que dudó de tu amor.  Sabes, presiente muy en su interior que acá está el verdadero, el que te devolvió a la vida. Yo sabré esperarte. Mi corazón abrumado construirá un nuevo nido para acunarte. Eres más niño que hombre. ¿Maduran los duraznos en invierno sin el calor de unos brazos tiernos? Yo esperaré con mi silencio retratando sonrisas en la calle, cocinando bollitos de anís y nueces, caminando sobre los parques descalza sobre el césped. La lluvia volvió sobre el cordel y sólo queda una camiseta que vuela llevándote mis besos.

ESE ALTILLO LLENO DE SORPRESAS

 

            Mamá nos ordenó “ nunca entrarán en el altillo”. Ese fue el peor error que pudo cometer. No dormíamos la siesta ni podíamos concentrarnos en las tareas de la escuela pensando en lo que guardaban en ese altillo misterioso.

            La corta escalera tenía ocho, sólo ocho escalones y se encontraba detrás de ellos una puerta de madera oscura con una vieja cerradura metálica. Solamente mamá y el tío Eugenio tenían la llave. Siempre la limpiaban cuando estábamos en la escuela. Nunca pudimos ver qué había ocultado el viejo gruñón, del tío, en ese rincón famoso.

            El viejo llegó un día de otoño. Era soltero y había vendido su casa en la capital para venir a vivir con nosotros. Mi hermana Chachi, tuvo que dejar su habitación y cederle su cama, su ropero y su paz. Vino a dormir con Luciana y conmigo. Estábamos apretadas en el dormitorio que daba  al sur, era frío y el baño quedaba a cierta distancia. Siempre había que esperar que el hermano de papá terminara de vestirse, peinar su larga cabellera que pasaba de un lado a otro haciendo un enrejado parecido a una cesta de mimbre, en su calva reluciente.

            La primera semana fue muy agradable contándonos chistes y anécdotas, de su juventud. Luego habló de sus viajes y finalmente nos hablaba de sus maravillosas compras de anticuario. Nos veíamos obligadas a buscar en el diccionario la mayoría de las palabras que decía porque no sabíamos qué querían decir. Mamá nos retaba diciendo que para eso papá pagaba una escuela tan cara. ¡ Es que el tío es tan antiguo, que nos se le entiende de qué habla! Le contestábamos nosotras.

            Comenzamos a imaginar que en el altillo había un tesoro robado en algún lejano país exótico. Luego decidimos que había una momia de Egipto, donde según él, había vivido entre traficantes de tesoros perdidos. A partir de las tres o cuatro semanas, ya habíamos llegado a la conclusión que había un cadáver de alguna mujer, a la que había comprado a los beduinos del África y luego de matarla, la había descuartizado para no estar preso en Devoto. Así, en las interminables noches desveladas, hablábamos tantas tonterías, que mamá terminó por prohibirnos dejar la luz encendida hasta que las campanadas daban doce golpes de bronce. El reloj, es verdad, era del tío. Era hermoso y tenía además unas bailarinas que salían de una especie de teatrito de terciopelo rojo. Lo había comprado en Italia, en Venecia. Con eso habían llegado dos sillones color azul y plata, de forma exótica; una vitrina repleta de miniaturas de cristal de colores, hechas muchas de ellas en países con nombre difíciles. En fin nuestra vida de niñas tranquilas había terminado con el famoso altillo prohibido.

            Descubrimos que el tío, estaba muy enfermo. Una extraña fiebre tropical, que había contraído en África o en Australia. Eso creaba mayor curiosidad entre nosotros. Esa llave... era un imán perfecto a nuestra imaginación. La cerradura herméticamente cerrada, ponía un murallón entre los ojos despabilados y el corazón palpitante. Mamá también escondía algo. Y para los chicos todo lo que es prohibido es la invitación a transgredir.

            Pero, un día, salieron los tres, papá, mamá y el tío Eugenio en busca de un médico especialista. Luciana encontró la llave y allá fuimos. Subir los escalones fue una aventura indescriptible. El olor a humedad y el polvo, golpeó nuestras narices. Un sin fin de cajas, baúles y arcones con maravillas se abrió a nuestras pupilas dilatadas por el asombro.

            Había un sin número de trenes eléctricos, a cuerda, muñecas con brazos y piernas articuladas cuyos ojitos de porcelana brillaban con el suave movimiento de sus cabezas. Se abrían y cerraban rítmicamente , mientras de sus vientres salía un sonido semejante al llanto o a la palabra: mamá.  Quedamos boquiabiertas. Un cajón contenía cajas de música. Las había de madera, de madre perla, de carey, de vidrio...; algunas tenían pequeñas muñecas que danzaban otras, una cascada de nieve que caía sobre un trineo. Había soldaditos de plomo vestidos con sus perfectos atuendos de época. Nos distrajimos tanto que cuando quisimos salir, descubrimos, ya tarde, que la puerta se había cerrado y no teníamos forma de abrirla desde adentro. Yo comencé a llorar y Luciana me trataba de consolar, pero sabíamos lo que se venía. Pasó un tiempo, para mi, interminable y escuchamos las voces familiares. Papá discutía con el ¡famoso! Tío Eusebio. Estaba tan enojado, que gritaba. –Han entrado sin mi autorización.-  La ira lo hacía temblar, dijo luego mamá, relatando la discusión. Chachi, por celos nos había encerrado y cuando mamá abrió la puerta... la abrazamos, pidiéndole perdón y que nos protegiera. Todos estaban muy serios. Papá nos habló con serenidad, pero con la formalidad de los momentos difíciles.

            La cara del tío era una estatua de madera, pero, luego del susto, al final, nos regaló uno de sus tesoros. Yo recibí una muñeca alemana, de cabellos rubios naturales, que hablaba con un extraño mecanismo dentro de su cuerpo. Fui la más feliz de las muchachas de mi barrio. Luciana recibió una cajita de música siciliana con una arlequín que tocaba una pequeñísima guitarra y Chachi un tren a cuerda que giraba y giraba alrededor de vías que pasaban por una ciudad en miniatura. ¡Ah, mi muñeca tenía un precioso vestido de color azul! Aun la conservo a pesar de mis ochenta años.

LAS CARTAS DE MI AMO

  

                        Llegué a la ciudad desde mi aldea, gracias al socorro que me envió tía Tymoti, ella me necesitaba en las habitaciones de sus amos para ayudar en tareas sencillas para mi lady. Lo primero que objetó el amo fue mis ruidosos escarpines de cuero y madera con que atravesaba el pavimento de mármol de los largos pasillos del palacio, por lo que pronto se me obligó a usar zapatos de cuero que dejara mi ama, casi sin usar. Yo, comencé a parecer una dama. Tía cosió unos vestidos de tafetán con esmero y sobre ellos usé unos delantales de organdí con viejas puntillas rescatadas de ropa de mi señora. Realmente era yo, con mis recién cumplidos diecisiete años, otra persona.

                        Tengo que agregar que traté en todo momento de no ser vista por Milord, mi presencia era por demás insoportable para ese gran político, que estaba siempre rodeado por jóvenes alegres, que le ayudaban en su tarea de escribir largos textos y discursos. Sus estrategias eran fundamentales para el estado. Lo visitaban ministros y embajadores, en forma permanente, haciendo proyectos para agrandar el país.

                        Un día se escuchó una terrible discusión entre el amo y el señor D., que había llegado a visitarlo. Una carta muy personal había desaparecido del escritorio del amo. Más, según escuché luego, cuando llegó el inspector de policía, el amo, vio cuando el señor D. sacó su legítima carta y la sustituyó por otra. El asunto es que en medio de las discusiones, el señor despidió a sus secretarios, que con profundo dolor se fueron, sin más que reproches y palabras amargas.

                        Yo había advertido, cuando me acercaba a los aposentos de mi señora en las madrugadas, que el joven secretario, Willians S. salía de la habitación del amo, vistiéndose, me echaba una mirada despreciativa y rápidamente desaparecía por la puerta de atrás de la galería de los retratos. Entraba luego como si no hubiera pasado la noche en los aposentos. Saludaba con desenfado y solía reír a voces contando en susurros alguna cosa a sus compañeros. Otras veces vi salir a George H. y también a Charles M., pero imaginé que trabajaban hasta altas horas de la madrugada y por eso quedaban en las habitaciones del amo. Después que sucedió lo de la carta, supe por el llanto constante y los reproches de mi lady, que algo era diferente. Parece que “ellos” duermen con el amo. Y la carta no es nada más y nada menos que la prueba de la vida licenciosa, a decir de tía Tymoti, que se desarrolla en esas alcobas. Lo que sí tengo que decir, es que es imposible aguantar la ira de cada uno de los habitantes del castillo. En especial de los sirvientes que se ven maltratados por los señores. Milady, tiene un arreglo con su esposo, de tipo comercial, creo, pues si bien no tienen hijos, ella ha obligado al caballero, que es jefe principal del Parlamento, a firmar papeles que la hacen dueña de tierras en el norte de Inglaterra y en África. Y tía Tymoti, me contó que madame, tiene dos hijos en Roma, que son de su difunto esposo, el primer marido. Bueno, en definitiva, la casa es un verdadero caos. Yo, trato de no aparecer en ningún lugar donde mi persona moleste. Trato de ser una sombra, ya que acá nunca he pasado frío ni hambre como en mi aldea. Lo que hagan mis amos es cosa que a mi, no me incumbe y yo seré fiel a mi labor hasta que me digan que no necesitan mi presencia.

                        El chofer me dijo, que parece que hay un inspector, que viene de vez en cuando, que ha hecho firmar al amo, un billete de 50 mil libras, para el que recupere la carta. Pero me dijo, también, que él, ha juntado de la recamara otras cinco cartas que son su pasaporte al futuro de su vejez.¡Menos mal que no se leer ni escribir! Pienso que eso, sólo sirve para crearse verdaderos problemas. Ahora voy corriendo a ayudar a mi ama que está desolada. Mañana vendrá el inspector Dupín, ¿Qué noticias traerá para mis amos?

DAIANA CHOIQUE SOLA Y TRISTE POR EL MUNDO

  

            Menudita y con los ojos brillantes se plantó frente a mí y con su sonrisa desdentada dijo – He dispuesto que usted sea desde hoy mi madre.

            Un sollozo quedito atrapó mi atención detrás de su cuerpito flaco. Era su hermana que con los mocos verdes y alargados sobre su carita morena me escondía el miedo. Daiana, tendría siete años de penar constante. Sus ropitas sucias con necesidad de espuma jabonosa no desmerecía su ingenua esperanza de recibir un sí de ésta mi boca abierta. ¿ Qué podía hacer yo para ahuecar mi instinto a sus necesidades? La pequeñita no tendría más de cinco años y miraba sorprendida el brillo misterioso de mi computadora que a esa hora castigaba planillas en mi oficina. Daiana arrastraba su historia desde uno de esos barrios de barro y pobreza. ¿Dónde estaba ahora su verdadera madre? Acaso la mujer que yo viera una mañana en la vereda de mi oficina las había dejado sin protección? Difícil.

            Me pidió un caramelo de esos que yo siempre guardo en mi cajón del escritorio. Ensayé un chiste cómplice sobre sus muelitas que sufrirían con los azúcares de colores e hizo un ademán de – No me importa tu caramelo- Y me quedé con la mano tendida y el papel brillante perdido entre los dedos. No lo quiso tomar. Su expresión de despecho me abrió una pequeña herida. Pero, ¿acaso ella estaba en condiciones de saber la importancia de cuidarse los dientes? Apenas comía día por medio y con mucha suerte. La más pequeña, se llamaba Abigail, un nombre extraño para una niña con su origen. Era de un color de piel indescifrable. Ni moreno ni blanco, el  casi color de la tierra que cubría todo por el camino de su caminata para conseguir sobrevivir al hambre perpetua. Abigail atrapó ambos caramelos y los comió casi con desesperación. Supe que no habían comido y que el hambre apretaba sus barrigas desinfladas. Me acerqué y las abracé con ternura. Volvió a decirme ya con más interés después de las caricias...-Serás mi mamá ahora.- Y acomodó una bolsita de plástico con algo de ropa y chucherías. No supe qué hacer.

            Comencé a interrogarla sobre la madre. El silencio se enquistó en sus ojos y en sus labios que cerraba con fuerza. La hermanita comenzó a balbucear que estaba presa. Lejos, dijo, en un lugar feo y no vendría por un tiempo. Yo sospeché que algo muy grave pasaba pero nunca algo así.

           

            La villa estaba abarrotada de gente que en otro tiempo labraba la tierra. Hoy sin precio, las verduras y las hortalizas, no permitían sobrevivir a esas pobres familias de gente sin estudio ni preparación. Las casillas precarias se derrumbaban con los temporales. El barro se entremezclaba con el orín, los excrementos, los desperdicios y los perros que vagabundeaban entre la mugre buscando alimento. Los niños, miríadas de niños de todas las edades,  también. De vez en cuando llegaba ayuda de algún político de turno. Lo de siempre...promesas incumplidas. Eso era la trastienda de la ciudad. Allí había gente que había perdido hasta el sentido mismo de su valor de humanos. Viejas amadrinando jóvenes sin futuro dedicadas a la prostitución temprana, madres solteras y solas, hombres sin esperanza bebiendo cualquier cosa que se pudiera comprar con alcohol. Y allí en esa villa nacían todos los días pequeñas y desválidas personitas con nombres de novela. Cada uno buscaba sobrevivir como podía. Y una enorme alegría por la vida y una enorme tristeza por la vida,  impregnaba el lugar junto al olor a grasa de los fritos y el carbón.

            En la villa cada refugio a los sueños permitía que siguieran soportando inviernos, veranos y que la historia continuara hasta el final. Las mujeres golpeadas salían temprano a buscar su día. Cada una como una cazadora de esperanza potenciando el posible alimento para sus crías. Muchos hijos, muchos por cada matriz fértil.¿ Si es lo único que saben hacer? – dijo un día una asistente social del gobierno en un programa de televisión por cable. Y las calles siempre pobladas de niños y perros hambrientos, costillas marcadas como cuerdas tensas de un  arpa artesanal, son una muda acusación a la utopía.

            La villa hervía con caldos de amores descontrolados. Su música de gritos y misterio era un carnaval sombrío. Sin ventanas ni puertas, con humedad y frío abrigaba el tedio de los innombrables para la gente del centro. Monumento al desprecio por la vida humana morían  sin decir el nombre de sus enemigos. Daban todo lo que tenían por los que creían eran sus amigos. Hasta allí vinieron la Braulia y el Serafín desde la finca de Piedra del Águila. Allá había quedado todo lo que los retenía a la esperanza de una vida digna.

            Analfabetos,¡ si allá no necesitaban eso que en la ciudad era tan necesario! Con nudos en las cuerdas contaban el ganado igual que lo había hecho su padre, su abuelo, su bisabuelo y quién sabe cuántos otros hacia atrás en la memoria de sus vidas pequeñas de campesinos pobres. No conocen de aparatos eléctricos ni automóviles. Sí de carro y caballos, de mulas y animales. Allí, donde viven ahora, está prohibido criar cerdos, gallinas y conejos. Si alguien trata de hacer una huerta se la rompen o le roban...esa es la ley de la villa. Nadie es más que otro. Bueno eso creyeron ellos. Sí había alguien. El “ Rubio”, un hombrecito de mirada áspera y malos tratos. Cuchillero y armado hasta los dientes, que se sentía dueño de todo y de todos. Como Serafín no lo saludó apenas llegaron, entró a la pequeña covacha y les rompió todo a patadas.¡ Esa es la ley acá! Había que respetarlo. Cínicamente y delante del Serafín le arrancó la ropa a la Braulia y la violó. ¡Esa es la ley del patrón de la villa! Y el dolor y la humillación transforman la esperanza en odio y en ganas de venganza. Calladamente va creciendo el monstruo de la venganza en el campesino. Que muerde la idea de matar al Rubio... pero es un cobarde.

            Pasan los días y la necesidad lo acerca a pedir ayuda a algún vecino. Nadie puede ayudar. Y aparece el matón con comida. El silencio se desparrama en un rugido animal que escapa de la garganta del hombre. Siente que un sudor frío le ataca el pescuezo y le atora las tripas. Se inflama la llama en sus ojos muertos de furia. Tiene que bajar los brazos y se va por las vías del ferrocarril  rumbo a la ciudad que  cada día es  más  indiferente.

            Regresa con una borrachera y duerme dos días sin conocer el sol  ni las estrellas. Está muerto y para la Braulia empieza el camino a sus desgracias, más desgracias que las que le endilgó el haber nacido hembra en un mundo de machos. En un país de pobres, de ignorantes, corruptos y estúpidos. Ella lo espera con algo caliente. Temprano recorre las calles buscando tablas y cartones. Con unos ladrillones arma un fogón a la usanza indígena, lo alimenta con guano seco, papeles, cartones y tablas. Allí calienta el agua que saca con baldes de una acequia que corre junto a las vías del tren.¡Hay que tener cuidado con el agua si no se hierve uno se va de las tripas y se muere! – Le había enseñado su abuela-  Eso lo hace bien temprano casi de madrugada. Pero alguien la observa. Se dan cuenta que es una mujer laboriosa y eso es peligroso en la villa. La siguen y dos hombres del Rubio le quitan el fardo que arrastra y le dan una paliza que la deja morada y exhausta. Se arrastra hasta la casilla y llora , tanto llora que se queda dormida. Cuando despierta está el Rubio observándola y se asusta.  El canalla está sorprendido con  esa mujer que trata la vida como un desafío. Una mujer inteligente es un peligro para él. Hay un desnivelado enfrentamiento entre ella y él. Pero de alguna manera se instala entre ambos un respeto distinguido. La mitad de lo que ella traiga es para el jefe. Ella pelea. No, lo que ella encuentre es de su hombre y suyo. ¿Eso un hombre? Piltrafa curda, grotesca apariencia de macho que sólo sirve para llorar su destino...y se ríe tanto que hasta Braulia comienza a esbozar una sonrisa. Sale con su eterna cohorte de mirones y matones. Ella se queda sola o casi sola porque el Serafín la mira con ojos extraviados por la eterna borrachera.

            Y comienza el lado oscuro de la historia. Está encinta. Ella sabe que ahora se le viene lo más feo. Su vientre se va hinchando. Siente hambre y trata de despertar a su hombre...pero nada. Viaja tarde a la ciudad buscando misericordia entre la gente linda. Algo encuentra. Va juntando trapitos y monedas. Come con lo que le guardan en algunos restaurantes de la estación de trenes. Ya le va quedando chico todo, está inquieta por el día de mañana. Llega un tal “Pastor de fieles” y le alcanza una cunita. Agradecida le promete ir a su templo. Nada. Ella no pierde el tiempo en cosas sin futuro.

            Llega la hora. Es una madrugada y como todas las hembras de su raza se higieniza, hace un pozo en la tierra en un rincón de la pieza que cubre primero con papel y sobre eso un trapo limpio. Se acluquilla y pare apretando un trozo de madera entre los dientes. Una vieja le corta el cordón y limpia el niño. ¡Gracias a la vida es machito! Lo recoge corajeando al dolor y a su espanto. Lo prende a la teta. Se ha comprado un pollo y ha hecho un caldo a la antigua. Come sabiendo que es bueno y es poco. Nada dura para ese tiempo de mierda.

            Serafín está sobrio por primera vez en meses. Sale en busca de algo...nada trae. Ella lo deja con la esperanza de encontrarlo bien a su regreso. El pequeño apretado en la espalda. Cuando vuelve lleva el niño en el pecho y un fardo en la espalda. Serafín está envuelto en un mar de sangre y sus gritos despiertan a los vecinos. Llora, Braulia, desesperada no tiene qué hacer. Pasa un eterno tiempo para ella, media hora de relojes y por la vereda aparece el Rubio escoltando a unos hombres vestidos de verde claro. Son médico y enfermero de una ambulancia que llamó el “jefe”. Auscultan al enfermo y hablan quedo con el hombre que los trajo hasta allí. Hay que llevarlo al hospital Central y el Rubio la empuja tras la camilla que transportan dos secuaces. Algo pone en su mano. Cuando la abre un rollo de billetes apretados le dan la bienvenida.

            El largo pasillo solitario es la entrada al infierno en la noche más negra de su vida. Gracias al cielo el hijo duerme prendido a su pecho. Tiene hambre pero se sienta en el suelo a esperar. No sabe qué espera en realidad. Pasa el tiempo amigo de su mente que se puebla de monstruos y demonios. Se va quedando tranquila. Ya casi no camina nadie por allí. De pronto se abre una puerta, para ella es la boca del infierno. Sale una mujer menuda, cansada y dulcemente la toma del brazo y la hace sentar junto a sí, en una banca de madera que está a pocos pasos. Braulia la observa. Es una mujer joven pero se la ve fuerte de carácter, firme y calma. Tiene un pantalón y un blusón verde claro casi igual al color de los ojos que la miran franca. Le cuelga del cuello un aparatito brillante y en la mano lleva una carpeta negra.

           

           

Bueno mi querida...¿cuál es tu nombre? Braulia. Bien Braulia yo soy la doctora Lourdes Miranda  y tengo que hablar seriamente contigo. Espero que me entiendas. Él es tu ¿ esposo o compañero? Está muy grave. Él tiene una enfermedad provocada por la picadura de un insecto. Se llama “Chagas – Masa” y por ahora no conocemos como curarlo. Además tiene “tuberculosis” ¿sabes lo que eso significa? Está muy grave. Si no tomara alcohol...tal vez no hubieras sabido hasta dentro de un tiempo de su enfermedad. Por ahora quedará internado y será mi responsabilidad intentar que regrese a tu casa mejorado. Sólo un poco mejor pero no creas que por siempre.

 

            La vida era una masa de hielo o fuego en su pecho. Se sintió atrapada en ese minuto y se quedó callada. Un verdadero tropel de golpes caían en su cabeza como cascotes de piedra muerta. Allí la Braulia se metió en el recuerdo del cuerpo de su madre y le pidió la muerte. La mujer bondadosa la miraba y le tocaba las manos que apretaban los billetes del Rubio. Estiró la palma abierta y le ofreció la ofrenda como quien le da a los dioses un sacrificio tratando de sobornar al destino. Sólo recibió un suave rechazo y una cálida sonrisa. Nada podía desarmar el ovillo tenebroso de su destino. La `señorita´ le explicó con palabras raras lo que atravesaba el  magro cuerpo ceniciento de su compañero. La invitó a entrar en una sala enorme donde camas abarrotadas de hombres sollozantes o distraídos no la miraban. Escondida en su miedo llegó hasta uno de los lechos entre níveos trapos blancos perfumados a yuyos fuertes, como un perdido niño acurrucado, estaba el Serafín. Al sentir su olor abrió los ojos y sorprendida vio que lloraba. Alargó sus afilados dedos fríos y tocó al niño. Ella dio un paso atrás. ¿Acaso era tan malo que podía pasarle al hijo esa enfermedad? La doctora le dijo que podían abrazarse, que le hacía bien al enfermo para querer curarse. Apareció otro médico y le preguntó tantas cosas que no podía pensar y contestarle. Le pidió tiempo. Así descubrió que aquella tos rotunda que tenía era mala. Que a veces escupía sangre y eso era más malo. Los doctores se miraban sorprendidos al ver la ingenua ignorancia de la Braulia. La despidieron. Le recomendaron que viniera sin el niño y sólo a ciertas horas. ¿Cómo iba a hacer ella si no tenía a nadie? 

 

            Cuando entré en casa me recosté en el sillón pensando en lo que me había sucedido. ¿ Qué puedo hacer con esta realidad? Soy una mujer soltera. No me quise casar por miedo a no poder superar mis miedos. Estudié hasta quedar miope y tengo un trabajo muy esclavizante para no tener tiempo para pensar. Mamá me crió dependiente hasta lo irrisorio. Con mi manía por la pulcritud no tengo mascota. Mi placard es un archivo perfecto en donde hasta las sábanas están envueltas en papel de seda y una cinta de color ajusta cada juego. Mis zapatos lustrados en cajas apiladas con etiqueta conforman un singular adorno en un mueble especial. Todo está tan limpio, cuidado y ordenado que para no pisar la alfombra blanca del departamento me quito el calzado en el palier. Cocino en microondas evitando aceites y frituras, al vapor las verduras, que traigo cortadas y lavadas del supermercado. ¿Qué voy a hacer ahora, me planteé?

            La imagen de Daiana y Abigail  se incrustaba en mi memoria casi a fuego. La mirada trastornada cuando les expliqué que yo no podía tenerlas...y el sollozo de ambas cuando después escucharon que hablaba con la asistente social. No podía comer. Recordé la carita frente a la comida que hice traer del bufet de la compañía. Devoraban todo y se relamían como gatitos desamparados. Cuando fui al baño para lavarle las manitos y la cara, descubrí que no habían visto nunca canillas desde donde el agua salía tibia en forma automática. No sabían usar el inodoro, ni el secador de manos y sentí que se me desgarraba el corazón cuando Daiana me dijo si en “nuestra casa había todo eso”. Pensé que los piojos me invadirían, los olores que tenían penetrado en la piel atravesarían las paredes de mi alcoba. Quise huir. La razón y mi amor por las niñas fue mayor que mis temores. Las acompañé hasta la llegada de la jovencita del servicio social. Ella les explicó que primero había que hacer trámites y luego tal vez, si un señor que se llamaba Juez, lo permitía vivirían conmigo. Yo -  cumpliré sesenta años en el verano, no me siento capaz de tener a las niñas conmigo- , pensé en voz alta y la licenciada me observó sorprendida. Sabía que las pequeñas habían quedado mirándome con un dolor extenuante. ¿O era odio? Ellas tenían un desparpajo irreal para expresar sus sentimientos. Tan diferente a mí, que siempre oculto y disfrazo mis sensaciones y deseos. Esa forma ambigua de encubrir los sentidos de alejarme de lo vulnerable que se aprieta en mi ser.

            Me senté frente a la compactera y me quedé escuchando arias de mis óperas favoritas interpretadas por Monserrat Caballe, María Callas y Renata Scotto. Cerré mis ojos y traté de cerrar mi conciencia. Fue inútil la imagen de las niñas desprotegidas y llorosas se prendía a mi retina aunque apretara los ojos. Me preparé un bocadillo que me supo agrio al recordar el hambre desesperado. ¿ Dónde dejaba la sociedad a los niños desprotegidos? ¿ Y yo no era acaso parte de esa sociedad descuidada? Me preparé un baño de espuma y desnuda me concentré en la voz de las cantantes, pero entre los agudos y bellos gorjeos aparecía la vocecita de Daiana o Abigail. El estridente campanilleo del celular me sacó del estado de irritación que tenía.

 

            Braulia logró que la gente de la villa le diera apoyo para ir al hospital sin el niño. Serafín regresó pero nunca se curaría. La vida continuaba. La juventud e ignorancia le trajo otro embarazo a la mujer que tenía veintidós años apenas y mil de sufrimientos. Nació una hermosa hembrita a quien el Rubio quiso apadrinar. Se llamaría Daiana. La heroína de la telenovela venezolana que veía toda el pueblo por ese tiempo. Tal vez si tenía suerte la nena conseguía apoderarse mágicamente del destino de la protagonista del culebrón y terminaba casada con el superhombre rico y famoso del “cauntry” aledaño al barrio de vagabundos.

            Un invierno extrañamente gélido propinó una recaída al padre de los niños. Nuevamente al nosocomio de donde no salió vivo. Braulia se había quedado con dos brazos acomodando hijos y sin saber que en sus entrañas crecía otros pedacito de carne con corazón que palpitaba. Nada le ayudaba en la vida y su desdén desgarró el instinto. Una palabra al Rubio y en pocos días con un desesperado instrumento desgajaron el cuerpito del pequeñito que dejó un ínfimo recuerdo a su paso por la villa. ¿Qué puedo hacer ahora pensaba la desgraciada? ¿Quién me puede ayudar a mí? Ya no tengo ni fuerzas para defenderme del demonio. Acalló su conciencia y caminó por las calles abarrotadas de apurada gente indiferente, que  a veces le daba una migaja de su abundancia o compasiva le alcanzaba una mirada de amor infinito con algo que achicaba su pobreza. Su pobreza no sólo era de cosas materiales...no, adolecía del favor de los dioses para pertenecer a los afortunados que sabían leer y escribir, que tenían un oficio y trabajo. La dignidad de pertenecer a la raza era un instinto en Braulia que no sabía las palabras pero sí el sentimiento y deseo de no tener que vivir casi como una exiliada de esa gente hermosa que veía...

¡ Ella no sabía que su belleza era tan digna como la de esos...!¡ su amor a los hijos...! Su sabiduría ancestral defendiendo lo que para ella era lo más importante, la hacía hermosa a los ojos de la humanidad y del Dios de todos los que la conocían!

            La soledad de la mujer sin hombre y viuda,  despertó el instinto de uno de los hombres del `jefe´ y una vez sintió la mano sobre su espalda. Se enderezó con furia y escupió. El hombre horrorizado por el estupor le propinó un golpe que la dejó ciega sobre el eterno barro del pasillo de su tapera. Le había quebrado la clavícula. La arrastró del cabello y la metió en una de las casillas. La gente que la habitaba  salió silenciosa. Los dueños eran los amigos del Rubio. Todo era del Rubio. El grito agudo pidiendo ayuda se perdió en el furioso ruido de una radio con música “bailantera de cumbia”. Nadie podía atreverse a auxiliar a la desgraciada. No ahora. Quedó tendida en el suelo. Otra vez se había perpetrado el ritual ancestral de la violencia. Una hembra no es nada más que una cosa para usar. La descartó y abandonó. Su vagina desgarrada le impedía ponerse de pie. Su humillación era una  pesada roca en el cuerpo. Se arrastró y alguien la ayudó a erguirse. Apoyándose en las frágiles paredes húmedas llegó a lo que quedaba de su casilla. La habían incendiado con su pequeñito adentro. Un vecino había sacado a escondidas a la pequeñita Daiana por orden del manda más, su padrino. Se quedó allí muda. Tomó a la nena y caminó- en la más terrible degradación- hacia la calle. Un compasivo cachorro trotaba atrás como queriendo aplacar su soledad. Así llegó al hospital donde reconstruyeron su intimidad destrozada.  

 

            Querida señora no quisiera darle malas noticias. Creemos, acá, con los doctores, que nunca más podrá tener otro hijo. Por su historia clínica y porque la conoce la doctora Miranda, sabemos que su compañero falleció hace un tiempo. ¿Cuántos años tiene? Veintitrés...es muy joven. El doctor de barba que la viene a ver, es especialista y la va a ayudar. Es siquiatra. Usted mi pequeña ha vivido un momento muy doloroso. Me dicen que en el incendio murió su hijo varón. ¡Malo...malísimo! Y que no tiene a nadie para que la refugie. Nosotros no la vamos a dejar. Será nuestra huésped por un tiempito hasta que suelde su hueso del hombro y cicatricen sus heridas. Después ya buscaremos que...bueno, ya veremos... ahora hay que seguir esperando con paciencia. Y los médicos cuidaron cuerpo y alma de Braulia en ese momento de horror.

 

            La encontré durmiendo una noche en un negocio cerrado. Estaba cubierta con cartones y plásticos.   Entre sus brazos firmes acunaba a la pequeña Daiana. La desperté y la llevé en un taxi a un refugio de mujeres abandonadas. Allí la ubicaron en un pequeño dormitorio. La ayudaron con ropa limpia, zapatillas y ropa para la nena. Una ducha caliente y parecía que el cielo había vuelto a abrirse para que el sol brillara. Comida caliente. Después supe que Braulia durmió dieciocho horas seguidas. En el refugio un médico le diagnosticó neumonitis. La volvieron a internar. Por esas raras vueltas del destino al salir del nosocomio se encontró con el Rubio. La mirada sorprendida del hombre no impidió la de odio de la mujer. Lo enfrentó con todo el rencor que acomodó displicentemente en su memoria para lo que le hicieron.

            Le ordenó que regresara a la villa. Ella se negó y trató de escapar a la mano hercúlea del macho enojado. No pudo desprenderse. Lo tuvo que seguir. La ubicó en una de las casillas más fuertes. Era el “dueño”. Le compró todo lo necesario para ella y la nena que ya caminaba. Ella supo callarse y aparentó estar agradecida. Comenzó una danza viperina entre un áspid y una cobra. El “jefe” trataba de seducir con mil artimañas y ella fingía que estaba encantada. Así con el milagro de lo imposible quedó embarazada del Rubio. Tuvo a Abigail, una inútil esperanza de paz. La ingenua soberbia del macho impidió desconfiar de la mujer memoriosa.

            Mi relación con las tres se había hecho algo imprescindible. Ella venía a mi oficina y se sentaba silenciosa mientras yo hacía mis planillas y servía el té, que yo bebía siempre con cariño. Me traía pequeños panecillos de pasas de uva que amasaba con grasa de cerdo y que horneaba en su vivienda. Otras veces me traía dulce casero de manzana o de damasco. No había perdido la capacidad doméstica de caserita pobre. Hablaba poco. Yo le admiraba el amor que ponía en el cuidado de sus hijas. No era frecuente verla llegar de día y en invierno se espaciaban sus visitas agradecidas de aquel salvataje primigenio. Ahora me enfrentaba con la verdad. ¿Dónde estaba? Yo no iría a enfrentarme con el Rubio que ya estaba canoso y avejentado, peleando su puesto de dueño con un pandillero pendenciero y sin escrúpulos. Las drogas hacían estragos en la villa. El alcohol era tiempo pasado. Yo era una mujer soltera, sola y muy educada. ¡No podía! Pero mi conciencia me impelía a conocer la suerte de Braulia.

           

            Había esperado ese momento. Ya las nenas conocían bien qué tenían que hacer. Buscarían a la Señorita Encarnación, la que les había ayudado siempre. Esa noche se preparó para la cena con su mejor vestidito dominguero. Se puso unos bigudíes y se esmaltó las uñas. Había cumplido hacía unos días veintiocho años. Ya era vieja...ya podía cumplir con la promesa. Lo esperó con una cerveza fría. Le relató, en el lecho de amor, un cuento indígena antiguo,  de cómo matan las “yarará”con la mirada. Puso un “gualicho” de bruja,  escondido en la cama. Y cumplió con el Serafín, con su hijo muerto...y - “ Total la señorita Encarna sabría qué hacer por ellas”- , las dos nenas.

 

            La policía me trajo algunos objetos encontrados en la casilla para que le diera a las nenas. Nadie quería tocar un extraño muñeco de madera y arpillera con la forma del Rubio cubierto de clavos, incrustado un diente de yarará en el corazón pintado con sangre humana. Lo encontraron en el mismo lugar donde había quedado el cadáver. Me explicó luego el comisario que el Rubio murió de muerte natural... ¿ O tal vez no sucedió así?

 

 

Bailantera: música popular de una región argentina ( Córdoba ) que se ha extendido en los suburbios de todo el país.

Chagas- Masa: enfermedad endémica provocada por el “tripanosoma cruci” y cuyo agente de contagio es un insecto llamado Vinchuca. Habita en zonas carenciadas con  viviendas de barro.

Gualicho: dícese a un encantamiento popular hecho con hierbas y plumas de aves muertas. Magia Negra de la región central de argentina  y periférica de la provincia de Buenos Aires.