Cortar las tormentas de granizo
en una finca, entre parrales prietos de uva, cerca de la vendimia...
Isolina caminó chancleteando por las baldosas frías de la galería, su delantal de amasar estaba húmedo todavía. El vientre abultado de sus trece partos era una honorable cumbrecita de piel cubierta y enrojecida por el trabajo duro de la tierra.
Miró a la montaña y vio las nubes grises que anunciaban tormenta. Llamó al Ramón. Estaba en el galpón disponiendo las paseras. Si se mojan los orejones, este año no tenemos la entrada segura de don Jiménez. Son unos buenos pesos que nos paga el hombre. Provee a Santa Fe y a Corrientes.
Los truenos y refucilos atraviesan el horizonte. Comienza un viento frío. Trae hielo. Granizo. Isolina llora. Busca el santo de palo que le dejó su madre. Tanto trabajo y de pronto se puede ir como el aire.
Se golpean los postigos y las puertas. La gata “Tizne” y la “Coquita”, perra si raza pura, se achican bajo el camastro en la habitación de los dos. Ellos saben. Se esconden.
Relincha “Astilla” y cocea sobre la tierra del patio. Guardada la jardinera, los aperos y azadas, hay que proteger algunos almácigos.
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