¿Angustias? Muchacha, desde que te pusieron ese nombre te han marcado. Siempre estás como perdida en tus sueños. No sé cómo eres, solo sé que te siento como un pequeño ángel protector. Mi madre me decía que cuando viniste al mundo, parecías un pájaro perdido. Pero no, ahora eres indispensable en esta casa.
El anciano Gaspar, tu abuelo, no duerme si estás lejos de su lecho. Tu padre, que se sienta en la noche a mirar las estrellas por ese aparato que las acerca, jura, que viniste de alguna de esas estrellas, que están tan lejanas. Pero hubo una gran discusión, cuando vino su amigo Andrés y le dijo que las estrellas lejanas, están muertas hace siglos.
Angustias, ven, acércate. Toma mis manos y dime si al estar tan tibias te recuerdan tu infancia. Yo te alzaba y cantaba las nanas como si hubieras bajado de alguna nube o de la luna. Eres tan necesaria como el canto de las aves. ¡Nunca te ausentes!
Hace unos días te veo que te aferras a uno de los troncos donde crecen las orquídeas, me pareció que ovillabas una suerte de fina seda de color ambarino. ¿No estarás por invernar? Angustias, eres un ser humano. Pero, ya veo en tus ojos una lejanía de tiempo. Vete a dormir, el abuelo espera.
Nunca
imaginamos lo que nos iba a ocurrir. Angustias ha hilado un capullo y está
envuelta en él, como una futura mariposa. Su crisálida es de color dorado, y se
siente el palpitar de un corazón dentro del mismo. Pasan los días y va
cambiando de color y de tamaño. ¿Qué pasará con el abuelo? Ya no duerme,
espera. Yo también espero.
Mañana
es el día más largo del año y se nota un movimiento errático en el capullo.
Ahora de color granate. Se va abriendo lentamente y emerge una enorme mariposa.
Es
de colores vivos y brillantes. Angustia ha vuelto a nacer. ¿Qué nombre le
pondremos? Tal vez, Violeta, tal vez Azucena, tal vez… ya sé, la llamaremos
Cristal.
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