La casa de Acevedo, era
la más antigua del barrio. El Bondi pasaba por ahí, gracias a las conexiones de
Francisco Acevedo. Tenía una entrada para coches y ventanales altos donde
fulguraban vidrios biselados y algunas flores de colores en un centro de las
ventanas. Los pisos de granito blanco y escalones de mármol de un suave tono
rosado traído de Italia. Su primer dueño, el suegro de Acevedo, era un
inmigrante de la zona central de la “bella Italia”.
Cuando abrieron el
negocio en el barrio, los Cannoni comenzaron a llenarse de dinero. Era un
almacén de ramos generales. Vendían cualquier cosa que se pudiera vender y que
la gente necesitara. Desde ropa para salir hasta materiales de construcción y
eso los llevó a ser grandes ganadores.
El viejo Cannoni, tenía
un dicho: Si es para comer se vende al fiado, si es para otra cosa: ¡Nunca! Y
llegaron los hijos. El Aldo, nació igualito a la madre. Era rubio de ojos
claros y piel muy blanca. Luego
Los anotaron en un
colegio del centro. Don Remo compró un coche y todas las mañanas los llevaba y
los traía al medio día. Debía estudiar el Aldo para ser “doctor”. En cualquier
cosa, pero doctor. Las chicas podían ser modistas o como mucho maestras. Pero
nunca pensaron lo que sucedió.
Cuando Don Remo terminó
de hacer la casa, uno de los albañiles, se enamoró de Gina. Ella también. Ya
tenía quince años y una noche se escaparon. A don Remo le dio un colapso y en
una semana murió.
Al año se casó con
Acevedo. Quien se armó no sólo de una bellísima esposa, rica y fina sino de la
heredera de la casa y el negocio, ya que la hermana murió tuberculosa en un
conventillo de
A Ornella le dicen mamá
y ella es feliz tan solo con verlos tan buenos y estudiosos. De Aldo se sabe
que es un alcohólico perdido en boliches de mala muerte, pero se acerca cuando
las deudas lo tienen contra las murallas. La buena hermana siempre lo saca de
apuro ya que el apellido Cannoni para ella es importantísimo.
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