la porcelana agreste de tus senos invierten la mirada
un colmo de sedosos argumentos estiran tu palidez de nube
en la trastienda congelada de las penas.
Tenías la palidez desnuda
camafeo blanco que atraviesa la tarde de verano
con la frágil insistencia de la risa en la boca dormida
podías estar viva como un durazno maduro
salir a platicar con las ruedas del solsticio solitario
lejano el sol de la aventura
marchito el cuello de cisne en los lagos de la tarde
tenías la palidez de un brújula que apunta al celeste inventario
de los mares a los lagos semi quietos
tenías la palidez rota entre los dedos de un unicornio escondido
en la espesura de un mágico bosque de naranjos
no estés triste. Nada vale una lágrima. Nada el llanto
que cierre la garganta.
El viento ajeno tiene el sabor amargo de todo desencanto
tiene la poesía inapropiada de un territorio sin rocío.
Ahora quédate con mis manos en tus manos.
Ves, son tan pálidas como las manos de la doncella dormida
en las tinieblas del pasado.
Recuéstate en mi lecho a esperar el sol con su tibieza.
Platiquemos de “ella” que hace un largo tiempo que duerme
en su triste palidez de sudario viejo y olvidado.
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