La organización
envió a varios agentes de inteligencia a Kioto, nadie sabía bien quiénes serían
los que los recibirían. Viajaron en avión, ya que los miles de kilómetros que
los separaba de Fortaleza, impedía que llegaran en otro medio. El viaje fue
realmente mortal. Una fuerza superior los mantuvo alerta y allí abrieron los
sobres con las órdenes que emanaban del “Jefe”. Tenían allí la orden de
fisgonear a un Alias Kevin Khi, un chino-americano, que aparentaba ser un
oscuro comerciante en estatuas de mármol hechas en serie. Era un experto en
karate y sus oscuros ojos infundían
misterio.
Todo caminaba
bien, hasta que en el hotel donde se hospedaban comenzó un fuego que se
descubrió habían encendido con kerosene y que hacía entrar oleajes de humo
mortal entre los hombres. Se asfixiaban. Mantel, el mejor investigador que
había viajado, organizó una fiesta para tratar de descubrir a quien quería
deshacerse de ellos. Era evidente que el mestizo no estaba involucrado porque
lo tenían muy controlado.
Contrataron
un grupo de geishas y prepararon un menú extraordinario. Las muchachas con sus
kimonos y sus rostros de exquisita belleza trastornó a dos de sus hombres, que
cautivados, no advirtieron que entre los kiwis había una trampa mortal. En
pocas horas tuvieron una muerte dolorosa pero en la autopsia, no encontraron
nada extraño. La enorme maldad de quienes estaban involucrados era evidente.
Comenzó una búsqueda obscena, nada quedaba fuera de los ojos de los agentes.
Mantel, tenía fe que pronto sabrían de qué se trataba tanta maldad. Una
organización de traficantes de obras de arte antigua, estaba detrás de todo
eso, pero ninguno supuso que Kevin Khi, era un agente secreto de China, que
buscaba a los involucrados. Apareció ahogado entre el oleaje pútrido de la
laguna Biwa y con un mensaje en la boca escrito en un antiguo trozo de seda de
la dinastía Tokugawa.
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