Es
una mañana muy fría. Cuesta verdaderamente salir a la vereda y subir al
automóvil para ir al trabajo. Me abrigo y apurado, como siempre, urgente trago
un desayuno caliente. Un sopapo de hielo me atonta el rostro cuando abro el
portón y saco el coche del garaje.
Cuando
desciendo en el quiosco para comprar cigarrillos, veo un animal enroscado en la
alcantarilla, sucio y sangrante. Se mueve poco. Me acerco y es una mujer. Llamo
al 911 y al servicio de emergencia médica pública.
Pronto
siento las sirenas y juntos se acercan ambos vehículos. La médica que llega, se
arrodilla junto a ese jirón de persona. Está vestida con un uniforme de maestra
de primaria, pero desgarrado y sucio, parece trapo mugriento y lleno de sangre.
Baja un policía y la fotografía, además de taparla con una manta verde o azul,
para el caso es igual. Me interrogan. No la conozco, la encontré así. Muestro
mis documentos y asienten dándome las gracias como a un buen ciudadano. Me solicitan
atestiguar. Me corre un frío por la espalda, pero digo, insólitamente, que sí.
La sacan en camilla y encuentran su mochila debajo del herido cuerpo
acurrucado.
Hablan
entre ellos. Tiene quebrada la mandíbula, tres costillas y golpes en brazos y
piernas. La llevan a un hospital público. Pregunto a cuál, estoy conmovido. Al
San Agustín, me dice la doctora que demudada trata de elevarle la temperatura y
le sostiene la cara con gasas y una toalla limpia.
En
el trabajo, no puedo concentrarme. Le cuento a Mariano, mi compañero y a
Cristal, la secretaria del gerente. Ella me mira con tristeza. Nos cuenta que
ella fue “mujer golpeada” desde que se casó, incluso ha perdido dos embarazos y
cuando se enteró que estaba por tercera vez grávida, escapó de su pueblo y
hasta se cambió el color de cabello, engordó ocho kilos, usó lentes de contacto
de color celeste y se apropió de los segundos nombres y el apellido de la
madre. La policía poco la ayudó, pero encontró una casa de una O.N.G. que la
asiló hasta que pudo reponerse, tener a su niño y hasta le encontraron ese
trabajo digno. Nos suplicó silencio y por supuesto hicimos un pacto con Mariano
y Cristal.
A
las dieciocho, salimos y me acompañaron al nosocomio. Pregunté por una
accidentada que encontré en la mañana. La enfermera de admisión, me preguntó
nombre, apellido y nos hizo dejar los documentos. ¡Ah, nos pidió la relación
con la enferma!!! No la conozco, le dije y ellos tampoco, son mis amigos.
Se
acercó una asistente social y un policía. Era el mismo de la mañana. Me
reconoció y a regañadientes no dio información. Se llama Muniela Valenti, tiene
treinta y cuatro años. Trabaja en una escuela en turno mañana y en otra en
turno tarde. Hay un tipo que vino preguntando si acá estaba la “puta” de su
mujer… hasta que no se aclare lo que pasó, quedó detenido. Esa chica no murió,
gracias a Usted. Cristal pudo entrar a verla. Llegó llorando. La han operado, tiene muchas fracturas en
las costillas, el maxilar inferior en cinco partes, un brazo astillado y en el
paladar un objeto de metal que no pudieron sacar aun. Fue el esposo porque ella
se estaba vistiendo para asistir a un acto en la escuela. La cabeza está llena
de heridas de las horquillas que sostenían unos tubos de plástico para hacerse
unas ondas. La vio algo maquillada y comenzó un combate desigual que terminó…
moribunda.
Nos
quedamos en silencio, Mariano le pasó a nuestra amiga un pañuelo y ella sonrió,
pero los sollozos se profundizaron. Llamé a mi esposa. Daniela llegó en veinte
minutos. Sorprendida le expliqué lo accidentado de mi día. Nos abrazamos y
tranquilizó a Cristal. Se fueron a tomar algo en la cafetería.
Un
tiempo pasó y se acercaron tres compañeras de una de las escuelas donde
trabaja. Me miraron rarísimo. Yo les conté como la había encontrado y me
abrazaron sin timidez. Nos relataron cuánto sufre su colega. Anécdotas para
hacer un manual del maltrato. ¡Una vergüenza y cobardía de machista ignorante y
bruto!
Llagó
la madre. Lloraba quedo, con pocas lágrimas. “Ya no me quedan”. Mi hija se casó
creyendo que ese hombre era un dios; la maltrató como quiso. Cada paliza más y
más dura. Las denuncias… a veces, se las recibieron, cuando llegaba el
asistente social, llovían los insultos y otra zurra peor. Se quedó muda, en
estado catatónico en una silla.
Daniela
y Cristal volvieron, los ojos rojos entintados de sangre por tanto llorar, no
les permitió ver a las otras mujeres. Luego abrazaron a la anciana. No dijo
nada. Salimos de allí. Regresamos a nuestra casa y seguimos con la rutina.
Dos
meses después recibí una citación. Tenía un ataque de ciática que me dejaba
malhumorado y llegué al juzgado con cara de perro de caza. Me quería comer vivo
al hijo de puta capaz de golpear así a una mujer, bueno, a nadie se debe tratar
de modo inhumano. Me presenté, la sala era fría y sobrecogedora. Entraron
varios abogados, el juez y el maldito. Parecía un conejo a punto de ser
desollado.
Lo
miré, me miró de soslayo. El odio se mezcló con una sonrisa injuriosa. Me
pidieron que declarar. Conté lo que pasó aquel día. Comenzó a gritar que yo era
su amante y que me iba a matar con sus propias manos. La madre declaró tras de
mí, relató todo lo que ese cobarde le había hecho a su hija. El mal nacido no
se cansó de amenazarla e insultarla. Luego llegaron una a una sus compañeras de
escuela. Declarando en el estado en que entraba muchos días al colegio. ¡Una
barbaridad!
Lo
sentenciaron a veinte años de prisión y lo obligaban a hacer un tratamiento
psiquiátrico. Lo llevaron y vociferaba venganza. Para todo el foro, y en
especial para la pobre Muniela, que con vendas y unas férulas de yeso y muletas
tuvo que declarar. No pudo, el terror la enmudeció.
Pasó
un año o dos y un día la encontró Daniela, mi esposa en el supermercado. Ya
estaba bien, algo desfigurado el rostro, pero arreglada y cuidada, se mostraba
optimista. La invitó a casa. Se hicieron muy amigas. Cristal, la joven y mi
mujer. Para ella soy un héroe, yo sólo
pienso que nunca le permitan salir de la penitenciaría al maltratador, porque
…¿Ustedes creen que ese tipo puede cambiar? Yo no.