El día refleja un sueño de oro sobre la arena en el Odeón donde el
pueblo, de hombres rudos y fervorosos, aclama al héroe. El cielo despliega
rubores dorados para embellecer la faena.
El joven atleta más brillante, y amado por los dioses, muestra el
trofeo que le ha entregado el Cónsul. Una diadema de hojas de olivo, con
orfebrería manual en oro, enrosca su frente de perfil helénico. Ha ganado cada
uno de los juegos y su figura muestra músculos iguales al dios Mercurio.
Serpentea cada sitio de la explanada con los brazos en alto.
La multitud lo victorea y
nombra con fervor. Es el hijo de un dios, seguramente, que viene para desafiar
a sus enemigos. Ganó y su madre, que preparó al atleta, tiene prohibido entrar
al espacio. Por ser mujer, no puede ver a su bien amado Euleo.
Kalipátera busca ingresar de alguna manera para abrazar al joven.
Imposible. Será asesinada de inmediato por la ley de Leyes de Grecia y del
Olimpo. Tiene que engañar a los hombres que merodean entre las altas columnas
de mármol del Coliseo.
Piensa cómo burlar a esos necios, que no comprenden lo que es ser
madre de un semi dios. ¡Se disfrazará de hombre! Corre hacia su lar y regresa
diferente. Se envuelve en una manta más larga y gruesa que la que usan las
damas de su rango. Cubre su cabello con una malla de algodón del Nilo y
desmaquilla su rostro. El polvo y el carmín ya han desaparecido y ha despojado
de su cara cualquier rastro de feminidad para dar paso a un sombrío aspecto de
anciano.
Pero los dioses saben y ven todo. No se puede enfadarlos. Por eso, un verdadero problema surge al
ingresar, su túnica enredada, se desprende y descubre el sinuoso cuerpo. Ha
caído en desgracia ante los Prohombres del Coliseo. Rompió con las Leyes que
legitiman a sus poderosos señores. Los hombres braman y comienzan a lanzarle
piedras.
Llora Kalipátera y se desgarra por su falta de honor. Euleo se
acerca y rápido abraza a su madre, resguardando a la mujer que adora. El gentío
hosco y malhumorado, lentamente se tranquiliza y comienza a murmurar el nombre
del héroe.
El Rey observa desde su trono e
inclina la augusta cabeza coronada de laureles de oro. Ese gesto les perdona la
vida porque Kalipátera es la esposa y progenitora de los dos héroes más grandes
de todos los tiempos, en la
Grecia donde un atleta es tan valioso como un dios.
El Rey levanta su copa de vino, se la dedica al joven y a su
madre. Es un brindis para asegurar que desde ese instante una mujer puede
ingresar a la arena. Bebe y apura el licor de los dioses.
Zeus duerme y Palas Athenea sonríe. Kalipátera, ¿estará protegida
por la diosa?
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