Bautista
camina de prisa, quiere llegar antes que se termine el horario del transporte
de la tarde. No desea caer en la noche a la casona. Hace un repaso mental de
todos los temas que tiene que concluir en la ciudad. El trajinar en las veredas
es increíble para un hombre de la tierra. Sus ojos curiosos se mueven a un
ritmo ágil y frenético. Pasa junto a un escaparate y se detiene. Absorto pone
su vista intrusa en una imagen. Tras el cristal, una foto antigua, en colores
desvaídos y sepias, lo golpea en su intimidad. ¡Ese es el abuelo Fortunato!
Alguien lo empuja sin disculparse y firme sobre sus pies le sale un breve y feo
¡Eh, infeliz, no empuje! Mira, sin distraerse, detalladamente el retrato. Los
ojos son los típicos semicerrados del viejo, las manos, ásperas por el trabajo
duro, un traje desgastado y barato con la camisa raída y un corbatín ajeno a su
costumbre.
¡Me
olvidé la hora! Sos un aturdido Bautista Grassetti. Dejaste pasar el autobús
que tenías que tomar. ¡Ahora pasarás unas horas dando vueltas en este loquero
absurdo que es la ciudad!
El
hombre ingresa en la tienda. Mira las ofertas, pero sólo quiere preguntar por
la foto de la vidriera. Una regordeta mujer arrebolada, se le acerca con una desagradable
sonrisa esforzada. ¡No le gusta vender! ¿Qué necesita joven? Mueve las manos de
uñas largas y rojas con esmalte desprolijo. Acá tiene vinos de bodegas pequeñas
que no tienen mucha propaganda.
Perdone
señora, me puede decir: ¿Esa foto que está en el escaparate, dónde la
encontraron? La mujer revolea los ojazos maquillados de verde y negro y sonríe.
Es el tío abuelo de mi suegro. Eso me han dicho. La han hecho grande y usaron
un sistema nuevo para mejorar la imagen. ¿Por qué?
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