miércoles, 17 de noviembre de 2021

2038, UN AÑO DESPUÉS

              

            Dejo los dibujos y el guión sobre el escritorio de mi trabajo y comienzo a leer los mensajes de texto que recibo a diario. Un sofoco de papeles llena mi mesa. Detrás, en los estantes la colección de historietas de los años 1920, 1930, 1940, hasta la fecha, son el mismísimo collar de diamantes y perlas que regresan a la vida, no sólo a sus autores, dibujantes y guionistas, sino a los personajes como “Alvar Mayor” y tantos otros que me inspiran.

Estoy produciendo un personaje nuevo, con dibujos hiperrealistas.

            Son pocos los creadores cuyas viñetas no estudié y que conozco como el contorno de la cintura de mi amada Gaby. Puedo relatar y diseñar a Trillo o Brecchia como una tabla de multiplicar, pienso mientras abro uno a uno los mensajes en mi pantalla táctil. Hay una invitación  que despierta mi atención. Me tienta con palabras interesantes. Es de un tal Arthur Mc. Harrynthon. Tiene historietas de Oesterheld, inéditas, dice. Otra de Wood editada en Edimburgo en el siglo pasado. He aceptado una cita en Agoterre y Selteviño, en el café de “Los Argonautas”. Hacia allá me dirijo.

            Miro el reloj y tomo un taxi hasta estación Carapallo. Allí, me meto en la estación de trenes. El andén está vacío. Me siento en una banqueta de acero. Una pantalla gigante sirve de distracción con propaganda política de las nuevas élite. Cierro los párpados. Instalo en mi interior un mundo de viñetas para la nueva tanda en la revista “El Innegable Rufián”.

            Llega la máquina y al tañido agudo de un gong se abren las puertas. Subo. Me siento. No hay otro pasajero. Arranca y el silbido aletarga mi mente. Coloco en la ranura del GPS., la tarjeta con la dirección a la que asisto. La máquina me la devuelve marcada. No podré usarla nuevamente Un sonido musical, anuncia la próxima detención del tren. Se abren las portezuelas e ingresan varios hombres de unos veinte a treinta años. Altos, delgados, vestidos de traje de fibra micro elástica gris, camisa celeste, corbata  azul con rayas plateadas que monitorean sus movimientos. Todos peinados y afeitados igual. Parecen clones de un humano del siglo XX. En su teléfono móvil comienzan a escribir mensajes. ¿Qué dirán éstos? En sus oídos, mínimos micrófonos, le agregan, tal vez, noticias, música u órdenes del dictador.

No me miran y eso me permite observarlos. Extraigo sutil una libreta electrónica dibujo sus movimientos: exactos, febriles. El convoy apresta su  movimiento con un sonido diferente.

Tras un trecho corto se detiene en otro punto de la ruta, ingresan féminas jóvenes. Todas vestidas con trajes de fibra adhesiva activadora de código numérico de Dignidad Vital, con diferente estructura molecular a las ya usadas en el otro nivel de superficie. Botas altas, abrigos de paño de fibra óptico-termo variable  y un bolso de tamaño regulable. Como tocadas por un instrumento invisible, abren el bolso y comienzan a extraer una pantalla de cristal de cuarzo espejada. Con una mano la sostienen y con un tubo, de una crema coloreada, la van esparciendo por el rostro, dándoles aspecto humano. Luego se aplican un tornasol con brillo de diferentes tonos iridiscente en los párpados. Los ojos adquieren el tono del polvo desparramado. Un lápiz óptico láser delinea el contorno de las órbitas aumentando la profundidad de la visión para ver en 3D, luego con otro artilugio extraño arquean las pestañas. Un pequeño cilindro con tono rojo les devuelve forma y color, a lo que parece ser su boca.     

Están maquilladas igual a las mujeres de mis historietas y dibujos que transitan mi pantalla. ¡Pero a medida que ellas van logrando esa transformación casi humana los robot-masculinos tornan pálidos y demacrados desdibujando su atuendo!

En la próxima parada, elevándose de sus asientos, se apretujan en la puerta y descienden apurados, desaparecen.

El tren continúa y me dispongo a salir en la estación donde debo encontrarme con el desconocido, pero una de las mujeres que está sentada allí, pone un pie y me hace caer de bruces. Todas se agazapan sobre mí. Me tocan, me palpan y me muestran sus bragas fosforescentes. Nunca pensé que pasaría por esta situación. Me arañan, incluso quieren desvestirme. Tironeo y puedo desprenderme de sus manos.

Prácticamente me largo del coche de un salto antes que cierren la puerta y continúe el convoy. El ruido del tren se extingue en la profundidad de la tierra. Las luces me indican por dónde debo ascender a la superficie. Un zorro-policía-verde se acerca y me da una insignia. “Usted es un héroe”, me dice. “Logró evitar ser usado como semental por la manada del Tercer Grado Infra Terreno”. Sólo atino a seguir, agradeciendo el lazo amarillo, que se pega en la pechera de mi traje. ¿Será un signo de supervivencia?

            Al salir a la calle, veo el famoso café de “Los Argonautas”. Sonriente un hombre muy anciano de larga barba cana, me muestra detrás del vidrio del escaparate, unos amarillentos álbumes. Corro, y en cuanto entro, comprendo que estoy en una de las oficinas del Dictador. Me esperaban. Caí en una trampa, pienso.

            Ahora estoy en un asilo en la campiña. El edificio es una vieja fábrica de productos lácteos que han reciclado. Hay perfume a leche y desinfectante. Un personaje por habitáculo. No hablo con nadie. Nadie habla acá. Se sienten quejas y llantos. Yo no me lamento, porque ponen en mi mesa papel y lapiceras de color y puedo dibujar y crear. Cada noche desaparecen mis viñetas y trabajos. No puedo seguir el hilo secuencial como antes hacía. Día a día empiezo un trabajo nuevo, distinto. La soledad me exaspera. Soy un ser lúdico y social. Espero, siempre espero, que entre alguien y hable conmigo. Quiero contar que soy… era, un gran historietista. ¿Ahora qué soy?

            En mi otro escritorio, el de antes que sucediera esto, están las pruebas de mi trabajo. Nunca podré hacer conocer a la verdadera gente del futuro que hay un mundo hermoso, diferente, donde se puede pensar y mostrar lo que es la Libertad de Crear.

            En el asilo donde me guardan, hago a hurtadillas como un Conde de Montecristo, las historietas que espero algún siglo aparezcan y demuestren lo que ha sido capaz un hombre de ADN humano. En ellas cuento que fui indiferente a las mujeres del tren. ¿Cómo será el mundo lejos de esta celda en los años transcurridos? ¿Existirán los laboratorios genéticos? ¿Me habrán clonado? ¿Seré el Clon de un Historietista?

           

    

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