martes, 9 de noviembre de 2021

EL NIDO, Capítulo de una novela

 


El paisaje se decolora con la velocidad que lleva el autobús. Kilómetros de nada rodean a la ruta, muy de vez en vez un hombrecillo y un carro al costado del camino. Dentro del móvil un niño que no se calla exasperando aún más mis irritados nervios. Las personas que hablan. Una mala película en un viejo televisor y yo que no puedo abrir el paquete de galletas que me acaba de dar la sobrecargo. Todo en una embotada cámara lenta

Esa sensación en mi pecho se ha hecho cada vez más fuerte. Ese impulso que debo controlar. Esa suerte de certeza de que pronto debo acabar con mi existencia se hace cada vez más fuerte. Las personas, los olores, los sonidos ya carecen de cualquier sentido para mí. Sé que están ahí. Los puedo percibir. Pero no dan significación alguna. Ya no río. No puedo llorar. Es muy poco lo que logro dormir o comer. A cada instante brotan imágenes de reminiscencias del pasado, o nuevas construcciones que se mezclan con lo que creo es la realidad. De repente amigos de mi niñez se sientan a mi lado en algún café a cambiarme figuritas que para colmo tengo  repetidas. O en algún instante me descubro realizando una tarea y no sé  porque la estoy llevando a cabo. Como por ejemplo, cómo demonios llegué a este autobús y hacia dónde se dirige.

- Señora, disculpe que le moleste. ¿Quisiera saber, este micro hacia donde se dirige?

La áspera cara de la mujer se frunce en extrañeza.

- Directo hacia Santa Clara de las Sierras.

Luego de agradecerle vuelvo a mi visión de la ventanilla. Santa Clara de las Sierras, solo hay un motivo por el que regresaría al pueblo. Mi padre y hermano. Seguramente es por eso que estoy en este vehículo que viola el límite de velocidad, como es de costumbre en mi país para los transportes de larga distancia.

Dejé la casa natal al iniciar mis estudios universitarios. Luego de recibirme, el consultorio, Inés y una vida en pareja me dejaron como residente definitivo, en la gran ciudad. Al pueblo solo he vuelto en esas oportunidades especiales.  El casamiento de Matías, algún cumpleaños de quince. La muerte de mi madre. Los habituales motivos por los que la familia se reúne después de pasado el tiempo. Pero esta oportunidad es muy especial. Es una despedida.

Los frenos silban al llegar a la pequeña terminal del pueblo. Todos se agolpan a retirar los bultos desde la parte inferior del autobús. Recojo mi mochila y comienzo a caminar por las pequeñas calles. Algunos lugares son reconocibles y otros han sido reemplazados por tiendas procedentes de las entrañas mismas de la globalización. Conforme me acerco al viejo barrio el paisaje va cambiando. Las calles de tierra con los centenarios álamos y paraísos. Niños que juegan en plena vereda a corretearse unos a otros aprovechando la tardecita de sol.

Llego al fin frente a la reja de la vieja casona. Dudo un momento. Si me voy ahora me puedo ahorrar tantas cosas, pero a la vez hace tanto que no veo al viejo. Si sintiera algo diría que hasta los extraño, pero hace tanto que dejé de sentir algo por cualquier cosa. Casi como reflejo y en pleno uso de mi cobardía giré sobre mis pasos para irme. Seguro si me apuro alcanzo el próximo autobús a capital.

-¡Baltazar!...eres tu. Sí, debes de serlo . Mi querido Baltazar tanto tiempo.-Mi efusiva cuñada me atrapó en plena huída-¿Qué hacías?, no me digas que te estabas yendo.-mientras me besa la mejilla y me abraza con fuerza.

-Toqué timbre, pero no sonó. Pensé en volver a pasar en otro momento, tal vez no habría nadie en casa - miento.

-Pero no hombre, la casa está repleta como siempre. Pasa, pasa. Adelante. Si este es tu hogar. Tu padre va a saltar de alegría cuando te vea. Tu hermano aún no sale de trabajar, por estas fechas le dejan horas extras, que no vienen nada mal te diré.

Un séquito de niños y  de gatos sale a mi encuentro. El más gordo y tuerto se entrelaza entre mis piernas mientras ronronea. La casa casi no ha cambiado en nada. La larga galería, las habitaciones abiertas hacia ella. Los enormes baldosones de corte colonial. El aljibe en donde ahogue por accidente a mi primer perrito. Detrás de la cocina la enorme higuera. El patio posterior aún conserva los rosales de mamá. Aquí parece que el tiempo no se ha movido ni un instante. Me parece ver entrar corriendo a Micaela perseguida por Matías y el resto de los niños de la cuadra para la época del carnaval. Y hoy es su esposa.

Ella está casi igual que entonces. Los embarazos le han dejado algo de carga en las caderas, pero mantiene la belleza que ostentaba desde que éramos niños. Ese pelo rojo intenso con largos mechones indómitos. Su clara tez lechosa y esos ojos turquesa. Nunca entendí como hizo mi hermano para enamorarla, pero fueron novios casi desde la incubadora. Ella siempre con esa actitud que tienen algunas personas que aunque no las conozcas, sabes que son buenas y que les puedes confiar un millón de dólares que no te ha de faltar ni una moneda. Al casarse y al morir mamá, se hizo cargo de mi ya anciano padre como si fuese el suyo. Micaela no conoció a su padre, una meningitis se lo llevó unos meses antes de que ella naciera, por lo que me parece que adoptó al mío como propio. De todas formas, mi viejo no podría estar en mejores manos.

-Sabes, tu padre no ha estado muy bien de salud últimamente. El médico le subió los diuréticos y le prohibió estrictamente la sal.-me susurra mientras trata de controlar su mechón rojizo rebelde y comienza a calentar agua en una herrumbrada tetera.- Ya viene, le he despertado de la siesta. En cuanto supo que estabas se ha puesto como loco. Se muere de ganas por verte.

-Y si tardabas un poco más eso de morir iba a dejar de ser una expresión.

Parado en el umbral de la puerta de su habitación mi padre extiende sus brazos hacia mí. Lo veo más avejentado que la última vez. Le cuesta llegar hasta la mesa, se sienta con mucha dificultad y al tenerme a distancia toma mi mano con fuerza. La suya es áspera por los años del arado y luego la herrería.

-Me da gusto que estés aquí- sonríe y el frondoso bigote hace aún mayor su expresión.-Siempre es un gusto para un padre que un hijo vuelva a su regazo.

-Solo quería verte Papá. A vos y a todos los demás. Digamos que estoy por emprender un largo viaje y pasará mucho tiempo para que nos volvamos a ver. También a Matías, pero Micaela me ha dicho que hoy viene tarde.

-Y qué problema hay, se queda en su vieja pieza a dormir y listo. Usted sabe que acá nadie toca lo que no le pertenece, está todo tal cual usted lo dejó. Mi niña, le puede servir algo caliente a mi hijo, por favor.

-Claro, sabe bien don Pedro que en esta casa nunca se le ha negado un plato caliente a nadie. Qué diría doña Ana si se enterase, que en paz descanse.

-Veo Micaela que cuidas las rosas de mamá muy bien. Quiero agradecértelo. Eran su más preciado tesoro.

-Justamente Baltasar, sabes bien lo que quise a Ana. Es lo menos que puedo hacer. Además, la jardinería es uno de mis pocos dones.

-Peca de modesta mi nuera querida.

Micaela agradece con una sonrisa cargada de timidez al tiempo que me alcanza una taza de café y la azucarera.

-¿Cómo han andado las cosas por acá? -Mientras revuelvo el café en la taza que quema mi mano izquierda al borde de una lágrima.

-Mira. La fábrica no está dando lo que uno espera, esto hace que haya reducción de personal y se trabaje a media máquina. A veces hay que apretarse el cinturón, respirar hondo y mirar para adelante. Mientras Matías tenga trabajo, por ahora algo para la sartén no nos ha faltado. Yo, algo puedo arrimar con mi magra jubilación. Otras veces, como hoy, se da la posibilidad de alguna horita extra que ayuda bastante. Y vos hijo, que cuentas de la ciudad.-Me regala esa sonrisa de lado que tanta sana envidia me genera.

-He dejado el laboratorio. Como te decía, estoy por emprender este viaje por lo que me he desprendido de muchas horas del hospital. Esto me deja más tiempo para, por ejemplo, visitar a la gente que quiero.-Les entrego una sonrisa esperanzado en que ya no me pregunten más al respecto y vuelvo a mi café.

-¿Y donde es ese viaje?- Fracasé ante la curiosidad de Micaela.

- Aún no lo tengo bien decidido, si te soy sincero. Necesito salir un tiempo. Las cosas con Inés no andan bien y necesitamos tomarnos nuestro espacio de todo para rehacer nuestra relación. Salir de la crisis, lejos de horarios y citas. Un tiempo solo para nosotros- Siempre fui bueno para mentir.

El resto de la tarde se desliza entre recuerdos cargados de nostalgias y humor. Con la llegada de Matías se renuevan los mejores momentos. Citas obligadas para mi desaparecida madre y aquellas horas que motivan que nos quedemos segundos en silencio como degustando el traerla de nuevo entre nosotros.

Pronto la noche nos cubre y los cansados huesos de mi padre acusaron recibo. Solo en la profundidad de la madrugada puedo tender un mano a mano con mi hermano mayor como hacía años que no lo hacía.

-Has cambiado…- vaso con vino a medio tomar, me señala como dibujando mi rostro en el aire - Podrás engañar a todo el mundo, pero la máscara que tenés se nota a kilómetros de distancia. Seguro el viejo no lo notó y de Micaela no lo espero, tampoco es que esté obligada. Pero yo soy tu sangre…Hay algo y todavía no puedo adivinar qué.

Se queda fijo en mí. Me incomoda que, como siempre, pueda ver a través de mí.

-No tengo idea de que me hablas. Seguro esa porquería que llamas vino y que estás tragando desde hace horas ya te fritó el cerebro.- le sonrío como para disimular.

El permanece serio. Me escudriña con su mirada en busca de la punta de la madeja.

-Lo veo en tus ojos. No te esfuerces más. Largalo de una vez.- deja el vaso de vino sobre la mesa de jardín y se acomoda en su silla como para contener lo que pueda salir de mi boca.

-No sé de qué estás hablando - Disimulo ya estar molestándome para ver si de esa forma cambia su blanco.

-Sos la sombra del tipo que alguna vez llamé mi hermano. Ese tipo tenía fuego en la mirada. Este que tengo en frente mío tiene los ojos pálidos, lo miro y no despierta nada en mí. Mi hermano no tenía que inventar estúpidas excusas para no decirme una verdad por más cruda que fuera. Además, qué son esas marcas en tus brazos.

-Querés respuestas a preguntas que no existen.- mientras cubro mis cicatrices- No sé qué es lo que crees que debería decirte. No entiendo a que viene todo esto. Estábamos hablando bien. Recordando viejos tiempos y me salís con estos planteamientos.

-No vas a hablar.

-No.

-¿Estás seguro?

-Sí

Se pone de pie y comienza a arremangarse los puños de su camisa.

-Será a la vieja forma entonces. Te lo saco a golpes como cuando pibes.

-¡Mamá, mamá vení pronto por favor!

Con sangre saliendo de mi nariz corría por la larga galería de la casa a los gritos en procura de socorro. Desde el patio posterior envuelta en su delantal de puntas desgastadas por el uso y el cariño, surgía como mi heroína más anhelada la figura de mi madre. Su pelo castaño atado en lo alto de su cuello largo y hermoso. Su rostro como tallado a cincel y sus manos que siempre olían a rosas y aceites.

-¿Qué pasa, qué son tantos gritos?

-Matías, me ha pegado y me viene persiguiendo desde la otra cuadra.

Mientras con su delantal que todo lo cubría y curaba me limpiaba, Matías hacia su ingreso a la galería con su gesto característico de ceño fruncido y labio inferior mordido al extremo de casi sangrar por la ira.

-Matías, le pegaste a Baltazar. ¿Por qué hiciste algo así con tu hermano?

-Sí. Y si me lo dejas a tiro lo surto de nuevo y más fuerte todavía.

Mis seis años eran suficientes para darme la claridad de que una amenaza de tal magnitud podría cumplirse de darse las condiciones de longitud requeridas por mi hermano, por lo que hundiendo mi rostro en el regazo de mi madre le imploré que me protegiera de su furia.

-¿Pero qué ha pasado, cómo podes decir cosas como esas? Es tu hermano, por Dios.

-Baltazar es una rata miedosa. Unos niños en la plaza le han sacado todo el dinero de la merienda, los colores y sus juguetes. Cuando le pregunté si había hecho algo para evitarlo me ha respondido que les tiene mucho miedo y que no se ha podido ni mover mientras ellos vaciaban su mochila.

Recuerdo que abrazaba con fuerza el vientre de mi madre y rompí en llanto al tiempo que confesaba que todo lo dicho por mi hermano era verdad.

-Amor, cuanto hace que esto viene pasando.

-Hace una semana que me piden el dinero de la merienda. Como no traía mucho esta vez porque compré papel de colores dijeron que se cobrarían con lo que encontraran en la mochila y se han llevado hasta mi Capitán Tornado.- Balbuceaba lo que me permitía mi llanto.

-Sí, el Capitán Tornado que le trajeron los Reyes Magos. Cuando se enteren seguro este año no te traen nada por imbécil.

-¡Matías! Deja de insultar a tu hermano. No entiendo que tiene que ver todo esto con que estés sangrando.

-Yo le saqué jugo a esa nariz. Cuando me dijo que se había quedado congelado, le pregunté por qué y me dijo que por miedo. Entonces le dije que si no hacía algo siempre iba a tener que estar dando sus cosas a esos mocosos. Y me contestó que estaba bien. Que algún día se cansarían y le dejarían en paz. Le dije que le enseñaría a defenderse. Le puse en guardia, pero este espárrago no aguantó más que un golpe y salió corriendo a los brazos de mamita.

-¿Te estás preparando para pegarme? Mira que ya no tengo seis años y has bebido demasiado. Además, no sé qué información me pretendes sacar de esa forma.

-Sé perfectamente que hay algo que no me querés decir. Me enferma que te guardés cosas. Como si no pudieras confiar en mí, como si no te hubiese sacado de líos en el pasado. Soy tu único hermano. Daría mi vida por vos.

-Pero…

Una larga mirada a los ojos me convence de que si hay alguien en el mundo, debe de ser él. Le pido que vuelva sus mangas a su estado original para calmar la situación. Acto seguido cargo con más vino nuestros vasos y me dispongo a tratar de explicarle lo mejor que me es posible aquello que me mueve a dar los pasos que vengo dando en los últimos días. Escucha cada palabra con atención. Sólo interrumpe para solicitar alguna aclaración puntual siempre tratando de no escabullirse por las ramas. Todo el tiempo me observa con un dejo de extrañeza en su mirada, pero siempre en el más absoluto y respetuoso de los silencios.

La plaza se bañaba en la siesta del sol de enero. El arenero en esas condiciones era un sitio solo para valientes. Evidentemente tanto el Orejón Pérez como el gordo Suárez y el resto de sus pequeños secuaces se sentían con el suficiente aplomo como para hacerse dueños del sitio de juegos en esas condiciones.

Por aquellos días Matías  debía alcanzar el metro cincuenta y pesar unos veinticinco kilos estando mojado. Nunca, ni de adulto fue de una contextura fornida. Siempre fue desgarbado y daba la impresión de portar alguna rara enfermedad. Su pelo en melena rubio contrastaba con un rostro que hasta la adolescencia no ganó proporción. De grandes dientes y orejas, contra una pequeña y respingada nariz de herencia materna. Y como para completar pecas en ambos pómulos. Lo desfavorecido que pudo haber resultado en lo físico le era compensado por un enorme corazón.

-Señores, creo que poseen cosas que no les pertenecen y he venido a que me los devuelvan.-Se plantó enfrente del grupo que hacía de sus delicias con varios objetos dentro de los que se encontraba mi querido Capitán Tornado.

-¿Ah sí, y quién se supone que sos pecoso?- El gordo Suárez siempre el primero en encarar por peso específico.

-No vengo a hablar mucho. O me dan las cosas que le quitaron a mi hermanito o hay goma. Como lo veo, les conviene entregar y que haya paz.

-Aparte de deformado sos bruto. No sabes contar. Somos cuatro y vos sos un sapo que no vale ni la hebilla del cinturón que tenés puesto.- A lo acotado por Pérez le correspondieron carcajadas de todo el grupo.

Me lastimaba aún la claridad de la tardecita al despertar de la siesta. Como era de costumbre me deslizaba lentamente pues todavía me resultaba alta la cama para mi estatura. Recuerdo haber tomado cubrecamas, sabanas y lentamente dejarme caer hasta tocar el suelo. Calzarme con las pantuflas hechas por la abuela y que fueran obsequio de mi última navidad. Aún restregando mis ojos salir a la galería y dirigirme hacia la cocina. Abrir la heladera. Servir un vaso de leche y al sentarme a la mesa encontrarme con mi amigo el Capitán Tornado, los colores y un puñado de monedas. Salí en búsqueda de quien fuera para que me dieran explicaciones de como se pudieron haber materializado objetos tan valiosos y que ya creía perdidos para siempre. Detrás de la cocina, sentado a la sombra de la vieja higuera encontré a Matías. Con su mano izquierda sostenía una bolsa de hielo sobre su ojo mientras silbaba muy suavemente. Capitán Tornado en una mano muy fuertemente apretado me quedé parado frente a mi héroe unos segundos sin saber qué hacer. Matías retiró la bolsa con hielo y pude ver su ojo puesto como una enorme mora. Creo que dijo algo así como “Aprendé a cuidar tus cosas chambón”, o algo similar. Lo siguiente que recuerdo es el abrazo más fuerte y largo que le he dado a un ser humano en mi vida.

-Entonces, si entendí bien. Es una despedida. A eso venís hasta acá, a despedirte…  -permanezco en silencio y con una mirada le pido perdón- Y como siempre demostrás una vez más que como no podés con algo, simplemente te escabullís por la salida más simple. No cambiaste nada.

-No se trata de un escape. Matías no te puedo explicar un montón de cosas. Cosas que me pasan y que ya no puedo manejar, cosas que van más allá de un solo problema. ¡No es tan simple por Dios!

-Como sólo soy un bruto que a lo único que alcanzó en la vida es a cuidar que una prensa no le rebane el brazo, seguro no lo voy a poder entender. Baltasar, que tengas mucha suerte.- se incorpora y da unos pasos antes de volver al ataque-  Lo único que te pido es que pienses en el viejo. Acordate que perder a nuestra madre es algo que aún no ha superado y ya pasaron cinco años. Cinco años. Mientras vos estabas en la capital haciendo tu historia, llenándote de conflictos sin resolver y reflexionando sobre la verdad de vaya uno a saber que cornos, yo me lo banqué al viejo solito. Sabés lo que es levantarte en las noches y escuchar a tu padre llorar en la cocina a escondidas. Verlo envejecer cada día por dos. Seguro de eso no tenés ni idea porque estabas demasiado ocupado mirando la pelusa de tu ombligo. No me vengas con discursos de existencialismos insoportables.- otros pasos y regresa a mi- Te cambio mi vida por la tuya un solo día y después hablamos de conflictos por resolver. Si has hecho el viaje hasta aquí para obtener licencia para matarte, lamento tener que decirte que de mi cuenta ese papel no te lo firmo.

El resto de esa noche la pasé en la pequeña terminal a la espera del primer autobús rumbo a la capital. Mientras me arropaba adormilado en el duro banquillo de la estación retumbaban en mi mente las palabras de Matías. Siempre tan práctico. Tan real, tan abrumadoramente real y yo tan estúpidamente insolvente en todo. Mientras yo abría cuestionamientos del ser, existencias y del porqué del universo, él venía y lo devastaba todo con un,”todo muy lindo pero hay que pagar la luz a fin de mes”.

Me hubiese gustado tanto ser como Matías.

 

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