miércoles, 17 de noviembre de 2021

UN AMOR SIN RESPUESTA

 

            Un fuerte portazo hizo vibrar los cristales de la oficina  de  María Julia. Otra vez había discutido con Jorge. Siempre cabía entre ellos ese arma mortal llamada “competencia”.¡ Jorge medalla de honor en medicina pierde la beca a Frankfurt por no saber alemán y María Julia pierde el cargo de jefa del hospital por ser mujer...! – Luego, los logros de Jorge en diagnósticos que se diluyen tras el interminable trabajo de papeles en la dirección del nosocomio.

            Todo el personal observa calladamente esa pelea constante. María Julia siempre está impecable, - piensa él. Para ella no hay cansancio ni fatiga. Una sonrisa que corona su belleza europea, su ropa elegante incluso cuando tiene puesta la bata para operar. Sus manos hábiles y seguras con el bisturí. Nunca una duda, nunca un signo de dolor frente a lo irremediable. María Julia solitaria, siempre lista para remplazar a su colega enfermo o con problemas de familia. En las guardias nocturnas los días en que todo el personal quería irse a casa para festejar, allí la sonrisa amable de ella. La alegría festejando algún chiste o comentario de un compañero de tareas. Su color dorado en la piel que manifiesta el suficiente tiempo al aire libre. Cosa, que él, detesta más que su euforia cuando todos gritan un gol frente al viejo T.V. de la sala de terapia. María Julia nunca olvida un cumpleaños, un aniversario del hospital o el día del secretario o del enfermero o... Ella es la mar de detallista.  Sale con un portazo porque él no le quiere  aceptar que la sala de cirugía tiene un virus inter-hospitalario y que hay que clausurarla. A él ponerlo frente a los medios y ¿su reputación? - ¡Nunca jamás haría eso!-

            Doctor...el teléfono celular de María Julia, digo de la doctora, no responde. Es la primera vez que falta y sin aviso. ¿Qué hacemos?

-          Bueno ya mando a una persona a su departamento.

-    Gracias, sí, luego le aviso. Y el comentario en voz imperceptible en los labios de todo el personal.

 

            El joven chofer parado frente a la puerta del departamento. Golpes persistentes. Silencio. La vecina abre y sostiene que no debe estar...- Siento la ducha desde anoche- y el portero tratando de abrir. Una llave en la cerradura. Rompen la puerta. En el piso del baño una María Julia aterida, con sus ojos vidriosos y casi exánime apenas abre los labios. La ambulancia desparrama miedo con su sonido agudo en las calles inhóspitas. Cae una lluvia fuerte sobre el cristal del chofer y las lágrimas, hacen competencia con

 

las gotas enérgicas que golpean. Todo el hospital está alerta. Jorge espera con un enorme nudo en el pecho. Percute su corazón en las sienes. Sacan la camilla. El pulso ha llegado a cuatro. Un tomógrafo está listo. El laboratorio parece una colmena.

            Tumor encefálico muy avanzado con dolores que han hecho crisis. – Hace por lo menos un año que ella trajo una ecografía y una tomografías, diciéndome que eran de un paciente. El nivel de glóbulos era bajo en rojos y tenía alrededor de 15.000 glóbulos blancos - , murmura un médico sorprendido por su ingenuidad.

Está muriendo...- Y él, abrazando el cuerpo que no había advertido es ahora casi la mitad del que fue, besando desesperadamente los labios apenas tibios. Y rogándole que  siga viva porque no podrá amar nunca a nadie...ella, sólo ella,  puede salvarlo de su egoísmo y la  soledad.

            Nadie se atreve a sospechar la desesperación de amor que quema el pecho del frío director del nosocomio más moderno. Su vida no tiene sentido sin ella. Llama a sus colegas de Europa y  de Estados Unidos. Llegan, algunos en persona, y, otros mandan todo tipo de sugerencias.

            La mirada afiebrada de María Julia sostiene un mudo diálogo con los ojos de él. Nadie más sorprendida que ella. En ese mundo algodonoso que la alejan de él, piensa... ¿Por qué nunca dio una señal? Apenas tuvo el primer síntoma hubiera buscado su ayuda. Nunca sus ojos le transmitieron el amor que hoy delirante le proporcionaba de mil maneras distintas. Siempre hay una mirada hacia adentro y otra hacia fuera. La mayoría de los humanos no queremos mirar por miedo. La verdad  y el antifaz que nos esconde nuestro espíritu.

            María Julia cerró los ojos y expiró sabiendo que había sido amada por el hombre que más había amado después de su padre.

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