lunes, 23 de septiembre de 2024

AISHA

 

            Torpe, silenciosa, asustadiza. ¡Eso eres tú! Ya no me sirves para lo que te busqué. Entonces eras linda, sofisticada y seductora. Mírate ahora. Una verdadera muestra del paso del tiempo. Lárgate de mi casa, dijo Zair, sacando un minuto la boquilla de sus labios.

Abajo, en la trastienda estaba la nueva. Era de alrededor de quince años. La encontró en el alcázar descalza y con la ropa mugrienta. Pero le vio futuro... era una presa fácil. Tenía un rostro delicado, ojos morunos, grandes, de un raro color añil. Era mezcla de razas. Era un hallazgo. Le ofreció casa y comida a cambio de trabajo. La muchacha no dudó. Había escapado de su tienda.

Aisha, se encogió. Brotaron lágrimas de sus ojos negros. Sus manos encallecidas por el duro trabajo. Y su cintura con un dolor constante por el esfuerzo de acarrear costales de mercadería y en la noche servirle el cuerpo al hombre. Su alma impoluta, se desintegraba minuto a minuto. Lo odiaba. Bajó la voz y se escurrió por el laberinto de mercaderías de la tienda.

Zahira, se había acicalado y era una joya preciosa para la gula de su protector. El cabello le caía en cascada sobre la espalda donde el tatuaje ancestral había dejado una suerte de encaje precioso. Su cintura fina, caderas angostas pero delicadas, piernas largas, distraían la mirada de los compradores y vecinos.

Aisha, hizo un trozo de cordero con especias y el tajín despedía un perfume exquisito. El arroz con azafrán traído de Melilla le aumentaba la voracidad a Zair.

El sonido de los cascabeles de las pantorrillas de Zahira, despertó la curiosidad de la otra mujer. Sus tatuajes eran de una zona del desierto. ¿Cómo había llegado hasta allí y porqué? Se prometió escudriñarla con suspicacia. El tiempo es oro y a ella, si bien no le sobraba, supuso que la necesidad de la jovencita de hablar con otra de su mismo nivel, la ayudaría.

En la noche, no fue al lecho del dueño. Dejó que pasara el momento duro de su antiguo momento. Esa vez, ella lloró toda la noche y a la mañana supo que eso ocurriría siempre... claro, hasta que llegara otra más linda y joven. Cuando la trajo, echó a una muchacha de la tierra del Atlas. Con un pequeño bulto y unas chucherías, la dejó en la plaza cerca del almugávar. Ya caería alguna familia pobre que necesitara una sierva gratis. Y ella en ese entonces creyó haber tocado el cielo con las manos. ¡Qué decepción! Fue una esclava.

Se sentó Zair sobre cojines de seda. Y tomó la comida con ansiedad. El jugoso festín se deslizaba por su barba, que cubría parte de su ropa en el pecho. Con la mano izquierda, sostenía una pierna de la joven Zahira. Aisha, la observaba con descaro. Se notaba que estaba hambrienta. El hombre despidió a Aisha y atrajo a la pequeña que asustada escapó hacia el cortinado que separaba el sitio donde se comía de la zona de la mujer.

El hombre golpeó con su puño la bandeja y la carne voló por el recinto. La chica fue empujada por la mayor para que cayera frente al amo. Así fue brutalmente golpeada y luego con lujuria, poseída con ardor. Salió al rato Zair y se durmió en su lecho dejando a la niña descompuesta llorando. Entró la "jefa" y la abrazó. Lástima, sintió lástima y recordó su experiencia de aquel día que el amo, mucho más joven la había ultrajado.

Se durmió en los brazos de Aisha. Al amanecer cuando comenzaron a cantar en la mezquita, se despertó la casa. El olor a huevos cocidos y a pan de cebada, entró en los cuerpos de los humanos y de los animales domésticos. Una rata atravesó las alfombras y se escondió bajo un cojín para alimentarse.

Así pasaron unos días en que las acciones se repetían cada vez con mayor dureza. Una mañana al despertar Aisha, encontró a Zair con el cuello cortado y a la pequeña novata, con las manos tintas en sangre que se derramaba por el pavimento bajo su cuerpo. En silencio las mujeres, sacaron el cuerpo yerto hasta la zona trasera del negocio. Allí sería encontrado el malvado patrón. Ellas armaron un pequeño bulto y escaparon camino a las montañas para no ser vistas nunca más.    

 

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