jueves, 19 de septiembre de 2024

EL TEJEDOR


     

      La alegría era su identidad. Cada día bajaba al mercadillo con una sonrisa contagiosa y opulenta. Nada le impedía tener es humor de niño grande.

      Se levantaba con el sol naciente y se sentaba en una terraza pequeña que sobresalía en el frente de la vieja casa. Las piedras imitaban los colores del arcoiris y del sol que comenzaba morado y terminaba plateado, pasando como sus tejidos por los amarillos, naranjas y rojos. Era feliz. Cantaba esas antiguas canciones de su pueblo y despertaba a los pájaros que revoloteaban buscando las migajas de pan que le dejaba caer como una lluvia de sueños.

      En la aldea lo miraban extrañados. ¿Qué hace tan feliz al “gitanillo”? ¿Estará enamorado? ¿Será que ha ganado la Loto? ¡Algo esconde!

      Sus tejidos eran de una belleza tan extraordinaria, que de otras aldeas y ciudades venían a la feria a comprar sus telas. Su madre ya anciana teñía los hilos con una vieja receta de su abuela. Era su secreto. Tonino, la conocía y rogaba que su madrecita no faltara nunca.

      Un día en el mercado, vio a la joven más linda que jamás creyera su Dios le hubiera mostrado al mundo. Era una moza pequeña de estatura, cuerpo perfecto y suave en el andar. Reía cunado su ama le decía al oído alguna palabra o algún mozalbete le tiraba un piropo o le diera una flor. Él, tomó un clavel y se plantó delante. – ¡Tome usted ángel de Dios, que si pudiera le daría la mejor tela por mí tejida! Los ojos pardos, doraron el rostro de Tonino que quedó enamorado al instante.

      -Sal de acá, muchacho, -dijo el ama- que esta niña es la flor más apreciada de mi pueblo. Vete.

      Quedó el tejedor asombrado ante tanta hermosura. La siguió con la vista mientras se iba calle arriba hacia la ermita. Hasta allí la siguió, dejando sus preciosos tejidos sobre la mesa. Un vecino pícaro le escondió las telas. Y cuando regresó, estaba tan embobado que sólo optó por reír con la chanza de su amigo.

      Soñó con la niña y la buscó por todos los rincones cercanos a su aldea. Y, una mañana, pasado un tiempo, la vio llegar del brazo de un caballero mustio y sombrío. Levantó la vista justo cuando la joven muchacha le señalaba un hermoso tejido de color cereza. El hombre sacó su bolsa y pasándole una moneda de plata le dijo:- ¡Tómala hija, es tuya!- con ella puedes hacerte un vestido. Tonino, tomó una faja de un verde brillante y le agregó como regalo. La dulce sonrisa dejó al muchacho mudo. Torpe, como cabra de campo, no le habló y la bella siguió su camino.

      La alegría del tejedor del valle de Las Vertientes crece en la espera del regreso de la mozuela que el adora en escondidas. No sabe que la niña pronto ingresará a un convento de Carmelitas Descalzas.

      Un día vinieron unas religiosas y le encargaron tejidos blancos como la espuma del mar y nieve de las montañas. Metros y metros tejió. Nunca supo que eran para hacer el hábito de las jóvenes novicias. Cuando las vio pasar en procesión hacia el convento no reconoció a su amada. Y sigue esperando con una canción de amor mientras teje y teje cada mañana.

 

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