lunes, 16 de septiembre de 2024

ANTIGUO ESPEJO

 

            Se miró por última vez. Estaba despeinado y asomaban sus canas como traviesos gnomos de cuentos por su largo cabello. ¡Ese soy yo! Pero no creo que haya vivido este tiempo de terrible pesadumbre sin dejar nada más que ciertas rayas en mi piel morena. Caminó arrastrando los pies por el pasillo que lo separaba del baño. Él, Benjamín, había recobrado la pequeña luz esa mañana.

¿Cuánto tiempo estuvo echado en su hamaca, sorbiendo lamentos y palabrotas de ira? Ese tiempo le dejó un sabor muy amargo y pesadumbre. Miró a su derredor y advirtió que el jardín estaba seco, las paredes descascaradas, y en las jaulas, ya no quedaban pájaros, solo unas pocas plumas mustias y huesitos flacos.

Le costó mover los pies y las piernas, las tenía delgadas y flácidas. Sin fuerza. Caminó por toda la casa. El polvo había cubierto los muebles y los vidrios con unas telillas grises que opacaban la luz. El sol apenas entraba por las ventanas. El olor... ese olor a moho y verdín lo espantó. ¿Cuánto tiempo pasé en este lugar? Miró el calendario y advirtió que ya había pasado mucho tiempo. Un verano o dos. O tal vez más. Había despertado de una larga agonía. Y sólo recordaba unos rostros desdibujados y sombras que se desplazaban cerca de su cómodo lecho. ¿Cómodo? Si ahora lo miraba y parecía un jergón sucio y mohoso.

¿Cuánto espacio había entre su ayer y ese día? No podía concentrarse. Se tocó la frente. Tenía un bulto con unos raros ganchos de metal. Ignoraba porqué estaba encorvado y sucio. Era un color rancio ocre su poca ropa. Sintió un ruido en la puerta que daba a la calle. Se escondió tras un pequeño mueble y miró a esa persona que había ingresado. Era una mujer de cabellos blancos y rostro triste. Traía en la mano un manojo de acelgas y una fruta. ¿Benjamín, cómo amaneció hoy? Le traje algo de comer. Ya se lo preparo. Y conseguí su fruta predilecta. Manzana de color verde. ¿Dónde está? Ayer se volvió a escapar y el médico lo dejó sedado. ¿Benjamín, dónde está?

La vio reflejada en el espejo y le pareció una máscara deformada de Jacinta, su vecina. ¡Perdón... ya veo que hoy está de buen humor! Acá le dejo la comida y me retiro. Avisaré a su médico que está despierto. Y la mujer salió corriendo por el pasillo hacia la calle, cerró con llave y solo sintió una leve discusión con alguien que le reprochaba dejarlo así... ¿Así cómo? Entonces, abrió la celosía que daba a la calle y vio que estaba encerrado con unas fuertes varas de hierro.  Llamó. Gritó. Nadie acudió a su llamado y sólo atinó a regresar al lecho y dejarse estar hasta que despertara nuevamente.

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