viernes, 27 de septiembre de 2024

HOSPITAL DE GUERRA TRIBAL

 


            No apareció como había dicho esa tarde en invierno. La esperamos casi tres días, pensando que los trenes suelen detenerse por la canícula veraniega en medio de la sabana. Pero pasaron muchos días, semanas y no llegó. Llegaron las lluvias y ya supimos que no vendría. Álvaro estaba agobiado con el trabajo en el hospital. El viejo enfermero ya no tenía la energía de cuando llegamos. Estaba cansado y un dolor artrítico le afectaba las piernas y las manos. Igual era imprescindible su ayuda.

            Nelson aprendió el lenguaje de las tribus cercanas, era una mezcla de árabe con francés y dialectos tribales. Pero el calor y la malaria lo tenían trastornado. Había comenzado a beber esa mezcla de ron con el destilado de una planta de la zona que tenía efectos mortales. Todos los días venían de lejos hombres consumidos por ese horrible menjunje alcohólico. Una enfermera nigeriana, había llegado para auxiliar a Ki tutú, pero Darsy no aparecía y dejamos de pensar en el milagro de su arribo.

            La región estaba en perpetuas guerras fraticidas. Era una mistura entre religión, poder tribal, enfermedades y miseria. Pasó un corto tiempo y llegó un jeep de la Cruz Roja con medicinas, donaciones y correspondencia. Entre ellas venía la foto de Darsy emboscada por un grupo islámico y prisionera dentro de un pabellón del antiguo Hotel Embassy de Banjul. El gobierno no podía hacer nada por ella y sólo esperaban un recambio con algún terrorista. Para colmo las carreteras estaban destruidas por el uso, el bombardeo irreflexivo de los bandos y la indigencia. ¡Pensar que en un tiempo, claro en pleno colonialismo, de esas tierras partían materias primas inestimables! Hoy todo en ruinas. Nelson dejó de beber y se propuso ir a rescatarla. Estaba loco. Pero nada es imposible en ese mundo desquiciado. Todo se compraba y todo se vendía. ¡Hasta la gente como esclavos! Siglo XXI y sin embargo era de esquizofrenia.

            Una mañana nos despertamos y faltaba Nelson, Yusuf, Dendée, Utusu- Obókô y Vhindaue. El jeep tampoco. Una carpa grande y varios utensilios de cocina y algunas armas, que por antiguas y herrumbradas asustaban. Nada que pudiera servir contra los rifles modernos y armamento de los terroristas.

            Nuestra enfermera nigeriana, se ofreció como guía para seguirlos. Nunca, esa locura era meternos en un lío sin solución. ¡Que se las arreglaran! Además entre yorubas y hausa, los litigios no terminaban y ella era un peligro por ser “fulahs” y musulmana, pero era mujer y era “tabú” para los enfermos y los habitantes de la región. Para colmo se estaba terminando el agua de las lluvias y una disentería asomaba por la región. Nos necesitaban más que nunca bien.

            Las noches se alargaban por la desertización y los animales se agolpaban en los abrevaderos. Las mujeres pastoras y los niños también. Nosotros no podíamos salir de las carpas por el continuo vigilar de los hombres que armados con lanzas y quién sabe que más, nos miraban con desaprobación.

            En la tarde del sábado, mientras fumaba un cigarro de tabaco fabricado por Diuré, un chico de unos trece años, que había llegado a las carpas escapando de la guerra y muerte en su tribu, sentí el ruido de un helicóptero que asomó por sobre la escuálida vegetación. Era de la Cruz Roja y sin posarse, echó varios fardos y desapareció por donde vino. El sol daba un color rojiazulado a las carpas y las fogatas breves y escuálidas comenzaban a simentarse entre los pasillos del conglomerado. Álvaro corrió junto a algunos jóvenes a recoger los bultos. Cercamos en un círculo de curiosos y maltrechos heridos para ver de qué se trataba. Allí había llegado medicina, instrumental y a medida que deshacíamos los envoltorios, el corazón saltaba de felicidad frente a semejante milagro.

            Entre las cajas había un enorme sobre con cartas, periódicos y papeles que traían mil noticias. Descorchamos un ron que estaba envuelto con una manta de lana y comenzamos a beber. La euforia nos hizo calentar el corazón. Una foto de Darsy, nos la mostró desfigurada por las penurias, pero había logrado escapar de sus captores y regresada a su tierra natal se estaba restableciendo para seguir su larga trayectoria como médico de frontera y de guerra. Una línea oculté a los que allí estaban husmeando: Darsy había sido violada y estaba embarazada. Cuando regresara Nelson, querría matar a quienes la violentaron. ¡Qué problema! Escondí el diario con la noticia.

            Tres días después regresaron Yusuf, Dendée y Vhindaue medio muertos, heridos y sedientos. Habían sacrificado a Utusu-Obokô y a Nelson. Lloré mucho y no pude dormir. Borracho deambulé entre las literas donde estaban los enfermos. Pensé en envenenarlos e irme. Pero caí en mi catre y  Diuré, me cubrió con el mosquitero para evitarme la malaria. Lástima, yo sufría de ese mal desde hacía varias guerras africanas y asiáticas.

            Muchos de los heridos y enfermos de disentería y malaria, se fueron, regresando a las aldeas en busca de sus familias. Otros quedaron rondando a la espera de algo de comida y cuidado de nuestra parte.  En plena sequía llegó Darsy, esta vez con un pequeño moreno de enormes ojos negros. Era el hijo que no quiso abortar. Trabajamos semanas y meses. Cuando nos llegó la notificación del gobierno que debíamos abandonar el campamento, una noche de borrasca infernal, nos atacó un grupo terrorista. Murieron casi todos y yo fui salvado junto a Darsy, por Yusuf. No miré hacia atrás en mi huída.

            Ahora camino por Londres y bajo la lluvia, mis lágrimas se mezclan con el llanto de mi hijo. Un pequeño árabe que adopté al casarme con Darsy. Espero la próxima guerra tribal, para desplegar nuestro hospital de campaña.

              

           

No hay comentarios.:

Publicar un comentario