jueves, 12 de septiembre de 2024

LA IMAGEN DEL ESPEJO Y UN RELOJ...

  _  1 _  ELLA.

            Se acurrucó, aún con más placer, en la anchura tibia de su cama. No quería despertarse. Abrió un ojo y vio el número del reloj despertador, era de color naranja y marcaba intermitente la hora... 4,12 A.M. y brillaba en la oscuridad, titilaba casi con alegría.¡No quiero despertarme...! pensó que era domingo y tenía derecho a un rato de paz. Se volvió hacia la pared y siguió durmiendo. En realidad había despertado, casi, con el sonido lejano del teléfono. El contestador había dado el clásico mensaje grabado: Habla con Emilia Pocard, no puedo atenderlo ahora, deje su teléfono y en breve le llamaré...¡ pero a esa hora! Siguió durmiendo, arropándose, comenzando a soñar como antes.

¡ Qué linda su abuela Matilde y su tía Carminia...le traían su muñeca Marilú, carita de loza y peluquita de cabello natural! Vestidita de blanco con ese mismo modelo que le había hecho su mamá para su cumpleaños de los seis y sin sus primeros dientes de leche. La besaban y abrazaban con mucho amor. Trató de soltarse de esa ligadura amorosa y en su afán cayó su muñeca y se destrozó. No podía llorar y su garaganta parecía de arena. ¿Era una pesadilla?  ¡ O estaba viviendo nuevamente ese momento con el enorme consuelo de su abuela y tía ! Entre nubes de color rosa pálido y perfume a jazmines, escuchó el suave sonido de voces y música. Volvió a despertarse o mejor dicho abrió los ojos, se estiró elongando todo su cuerpo con deleite. El reloj seguía marcando las 4,12 A.M. y sintió un cosquilleo en su cuerpo. También tenía algo de apetito. Se levantó y abrió los grifos de la bañera. Se bañó con hidromasaje entre burbujas de perlas perfumadas. Su cabello algo húmedo caía sobre los hombros desprolijamente. Se ató una toalla enroscada en la cabeza y se envolvió en un gran toallón porque no encontró a mano su bata. Descalza y algo mojada bajó la escalera, en la ranura de la puerta donde dejaban su correspondencia encontró también el periódico de la mañana. Se fue caminando sin mirar siquiera las cartas hacia la pequeña cocina. Colocó dos rebanadas de pan de naranja en la tostadora y manipuleó con un cartón de leche dejándolo sobre la coqueta mesada. Cuando todo estuvo listo el perfume del café recién colado al estilo "turco", le produjo otro instante de gozo. Se arrellanó en un sillón de la sala de estar. El gran reloj de su abuelo, hermosa pieza de perfección Suiza, marcaba detenidas sus agujas en las 4,12 horas...¡ era la primera vez desde siempre que ésto sucedía! Siguió comiendo con satisfacción rebanada tras rebanada, leyendo las noticias de política del matutino. Se sintió liviana y ágil, despreocupada escuchó nuevamente el contestador del teléfono y sonrió, ¡no voy a responder ya que seguro es de mi trabajo! Siguió leyendo un ratito... de pronto se encendió solo el televisor...¡ claro si lo tengo preparado para el primer noticiero del día! Volvió su cabeza casi con indiferencia y escuchó la voz del joven y apuesto relator que hablaba con aire compungido de un accidente automovilístico ocurrido en la madrugada. La lluvia, la autopista y un trasnochado alcoholizado...Miró sin ver y le pareció reconocer el lugar y el coche..., pero siguió leyendo los valores de la Bolsa y sintió un poco de frío cuando vio de reojo en la pantalla su rostro y su figura en la última convención de la empresa. ¡ Algo sorprendida puso atención en lo que hablaban..." Era una gran estadista...y su vida estaba puesta al servicio de una causa personal, levantar a la 'Magister Reginal Forest', la compañía que había heredado de su familia. Mujer de intachable trayectoria y fuerte carácter, manejó con prudente esmero a sus colaboradores que hoy la lloran...!" Se irguió y con sorpresa vio que sus pies casi eran inmateriales, que se deslizaba por el suelo en lugar de caminar. Vio también el reloj que seguía detenido a la hora 4,12 minutos y se acercó a la cocina y observó la leche sobre el rectángulo de mármol blanco, se tranquilizó, el café humeaba..., cuando llegó al pie de la escalera vio el diario enrollado como si nadie lo hubiera tocado. Se acercó y reparó en que ella lo tenía en su mesilla abierto, un movimiento impersonal movió sus páginas y pudo ver su rostro y su automóvil destrozado en un barranco y entre hierros retorcidos su brazo inerte. Se miró el brazo y ya no estaba...luego subió lentamente por la escalera y llegó al baño, allí su bombacha de encaje color lila, la que ella había usado anoche estaba colgada del grifo y gotas de agua caían en el piso de cerámico haciendo un pequeño charco, suspiró...ya no se veía su cintura, ella se había bañado y lavado su ropa hacía unos instantes. ¡Todo es un sueño, pensó, mientras se acercaba al lecho...vio su cama destendida y desarreglada como la había dejado!  Salió hacia el escritorio donde sonaba el teléfono pero ya no tenía manos. Regresó y encontró su cama que estaba totalmente acicalada y al pie de la misma ropa informal que ella había dejado el día sábado antes de salir para la inauguración de las nuevas oficinas en la sucursal de Pilar. Se miró en el espejo y observó como se diluía en una suave gasa de color transparente de cálido tono rosado. Allí quedó su última sonrisa y el reloj marcaba las 4,13 A.M. y el sol despuntaba en el horizonte desde el río. Amanecía un nuevo domingo trágico en la gran ciudad.

 -  2 - ELLOS.

            Llegaron con varios vehículos hasta el predio donde se ubicaba la casa de su ´jefa`y se trataban de regalar el doloroso premio de abrir la casa. Esa mañana parecía interminable. El juez era la única persona, con sus secretarios , que no eran como ellos casi de la familia. Jaime  Girbés tomó el manojo de llaves que le entregó el juez, jugó con cada una de las minúsculas llaves, hasta que una hizo ceder la cerradura y abrió la pesada puerta. Una amenazadora alarma comenzó a sonar. Un joven sereno se acercó y proclamó que no abrieran del todo, porque él que había conectado el seguro para evitar robos o posibles intrusos, conocía las consecuencias. Se presentó a los hombres que lo miraban incrédulos. Mi nombre es Julio Campi, soy sereno en el barrio y cuido a todos desde las doce de la noche a las doce de la mañana. ¿Quiénes son ustedes ? ¡Qué ha sucedido a la señorita... para que vengan así?

Todos se miraron y nadie se decidía a expresar lo ocurrido. La palabra muerte cayó como un manotazo de estiercol en la cara del muchacho. Se sentó en el suelo y comenzó a sollozar silenciosamente. Con las palabras que fue dictando pudieron detener el artefacto de seguridad. Bernardo Vargas empujó la puerta y algo le atoraba el espacio...era el periódico enroscado con un hilo azul que lo ataba, varias cartas y propagandas coloridas para llamar la atención impedían el movimiento. Dieron un empujón y la puerta se abrió, ya sin dificultad. Un riquísimo aroma a café recién colado penetró en los pulmones del grupo. Luego de recojer la correspondencia, se adentraron hasta la cocina donde con sorpresa vieron que humeaba la cafetera...y que el cartón de leche aún frío estaba fuera del refrigerador, eran las trece horas y hacía como nueve horas que Emilia se había accidentado. Bernardo y Jaime se miraron sorprendidos, sabían que ella era incapaz de dejar algo fuera de lugar antes de salir de su casa. El juez, con sus secretarios, fue tomando nota de todo lo que encontraba que le sirviera para luego hacer su tarea. Había cosas tan extrañas para quienes conocían a la moradora de esa casa...pero, dejando de lado las extrañezas siguieron guiando a quienes venían a poner orden en el tema legal.

            Al llegar al pie de la escalera vieron huellas húmedas en la alfombra. Luego en la alcoba todo en perfecto orden como era de suponer, mas una toalla también mojada al pie de la cama, sorprendió a los amigos de Emilia. En el baño un toallón caído en el mármol negro y en el grifo goteando una minúscula bombacha de encaje lila daba un toque de intimidad violada. El juez preguntó sorprendido...si aquella joven muerta sólo usaba ropa interior de ese color y de esa marca, ya que en la morgue ella llevaba puesta una igual a esa. Ambos se miraron y con un gesto de ignorar el tema hizo que el secretario abriera el vestidor donde una prolija revisión de gavetas mostró ropa de diversos colores...¡ entonces ella... en el momento del accidente usaba esa misma ropa...y ahora allí! Huellas de pies mojados marcaban el negro piso hasta el tocador. En el enorme espejo una luz tenue y como un daguerrotipo mostraba la figura indeleble de Emilia. Al acercarse una suave sonrisa se desdibujaba en el aire y en el azogue del mismo quedó la figura de la hermosa mujer.                                   

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