viernes, 27 de septiembre de 2024

LA CHUCHI

 


            No sé por donde empezar, si por el final o el principio. Por ahora veo que empecé siendo yo sola en la plaza, con la foto y el cartel. Me acompañaron mis abuelos. Al día de hoy ocho meses después hay como quinientas personas. Cada 17 de mes- número de la mala suerte- vengo con lluvia, sol, caminando con la foto de la Chuchi y pidiendo Justicia.

            Siempre vienen las maestras que nos ayudaron en la escuela primaria. La Chuchi, se caminaba veinte cuadras hasta la casa de la señorita Isolda para que le prestara libros. Leía muchísimo. Era una extraterrestre en la Villa.

            La foto que traigo es de cuando ganó la bandera en sexto. Está linda. Era tan hermosa que siempre la elegían reina de la primavera. La Chuchi, era alta, me sacaba una cabeza y más, delgada, flaca por falta de comida. Su mamá vivía en cama con un vaso de vino o directamente tomaba de la botella. ¿El padre, vaya una a saber quién era y dónde estaba? Tenía un pelo largo hasta más abajo de la cintura y ojos grises como nubes de tormenta, la Chuchi. Tormenta fue su corta vida.

            Una mañana, mi amiga, me pidió si podía bañarse en mi casa. Yo viví siempre con mis abuelos, porque mi mamá me tuvo y se fue. Nunca más supimos de ella. A mi papá tampoco lo conocí. El abuelo Felipe, trabaja con la chatita haciendo transporte en la feria. La abuela Rita, cose para una fábrica clandestina de Avellaneda. Le pagan por quincena y nunca me faltó nada. A la Chuchi sí, le faltaba todo por eso mi abuela la invitaba a comer de vez en cuando o le regalaba un sánguche de bife, con huevo duro y queso. Yo le daba mi leche en la escuela y la torta que nos daba el gobierno. Yo soy más rellenita que ella y los chicos me hacían burla.

            Sigo con la historia, señorita, me fui por las ramas. Comenzó a venir siempre y me ayudaba con las tareas. Cumplimos los doce y ella parecía una mujercita, bella y hablaba como una grande, porque vivía leyendo. Se comía los libros que le daban la seños de la escuela. Yo seguí la escuela secundaria, ella no pudo y salió a buscar trabajo.

            Encontró de ayudante en una panchería de Constitución y eso fue su perdición. Allí conoció al Tuerto. Él, le presentó a un muchacho muy lindo y que parecía un príncipe de película. Jonathan no sé cuanto. La llevaba y la traía a la Villa en un auto de esos que salen en las propagandas. Se vestía como grande. Se maquillaba mucho y parecía una modelo.

            Un día vino a pedirme si se podía quedar en mi casa. Tenía un labio partido y un moretón en las mejillas. Nos dijo que se había caído en la calle. Mi abuelo no le creyó. Es viejo y sabe. Así una noche de tormenta sentimos un ruido en la puerta. Se asomó el abuelo. Estaba tirada en la calle y sangraba. La abuela Rita la envolvió en toallones y nos fuimos al hospital. Quedó internada y la médica habló con la abuela. “Una gran paliza, embarazo perdido, aborto, posible muerte”. Yo no paraba de llorar. Se quedó mi abuela y fui a buscar a la madre. Estaba borracha y me tiró con la botella. Le dije de todo; se paró como pudo y salió tambaleándose a la calle. Se cayó y quedó tirada la muy puerca y el hombre con el que vive la arrastró hasta la vereda y se detuvo allí. La lluvia no la despertaba. ¡Era patética!

            Vino a buscarla el “Príncipe”, tenía que trabajar en el burdel. Era la fundamental bailarina en el caño y no podía perder la clientela. Se la llevó de prepo y la madre, vieja desgraciada, la dejó ir sin decir ni mu. Después supe que era el “príncipe” el que le daba plata a la gran hija de puta. No la vi por un largo tiempo. Yo terminé el bachiller con 17 años y rendía para asistente social cuando apareció en casa. Estaba destruida. Parecía una mujer de cuarenta años. Tenía un bebé. Una nena hermosa parecida a ella. Carina. Me dijo que si le pasaba algo me la quedara. Yo no la entendí. ¿Qué le podía pasar?

            Una mañana cuando salía para la facultad, se me acercó una mujer policía. Me preguntó si yo era Elisa Medina. Le dije sí. Venga su amiga Elizabeth Soria está muy grave y la llama. ¡La Chuchi se llamaba Elizabeth Soria! Yo ni me acordaba.

            Llegué al hospital en el coche de la policía. Estaba en terapia. El “Príncipe” la había rociado con nafta y prendido fuego. Era un monstruo. Se moría. La doctora me pidió que acercara el oído a los labios de la Chuchi. El olor me asqueó, la carne quemada es asquerosa, pero lo hice.”Te dejo mi hija, cuidámela como si fuera tuya” y sentí un ronquido que salía de la garganta de la Chuchi. Me sacaron de la sala y me dieron a la Carina que ya tenía un año y medio.

            La mujer que me la entregó me dio unos papeles con sellos del juzgado en que me hacían responsable de la bebé. Yo lloraba a moco tendido. Había muerto quemada por el precioso Jonathan. Gracias a Dios fue preso. Después en el velorio supe que había zafado de la cárcel, porque es hijo una diputada nacional y tiene un montón de amigos en la casa de gobierno.  

¡Por eso vengo todos los 17 de mes con la foto y el cartel pidiendo Justicia! ¡No puede ser que ese maldito siga en la calle después de lo que le hizo a la Chuchi. La próxima, será otra y otra, total nadie lo puede encerrar. ¡Ah, cada vez viene más gente y más fotos de otras mujeres quemadas o asesinadas por sus parejas y hay más carteles!

Sabe señorita periodista ¿la Chuchi murió con 18 años y nadie reclamó su cuerpo? La enterramos con la ayuda de mis abuelos, las maestras de la escuela y algunos vecinos. De la madre no supimos nunca nada, dicen que desapareció de la Villa. Pero hay tanto muerto tirado por ahí, en las alcantarillas. ¿Quién puede preocuparse por una borracha empedernida? Gracias por venir.

            JUSTICIA, JUSTICIA, JUSTICIA!!!!!!

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