lunes, 5 de septiembre de 2016

CUENTO CORTO

LOCURA ¿ INESPERADA?

            Cada tarde de invierno, Elisa confeccionaba una nueva miniatura pintada en pequeño punto cruz, coloridos dibujos aparecían de la nada. Sus expresiones eran observadas por su hermana, quien había dejado su vida de lado para cuidar de quien le fuera entregada por sus padres al cuidado desde niña. Elisa era “especial”, tan especial que no hablaba. La única forma de comunicación que tenía era su insólito trabajo de aguja. En las tardes de estío, se sentaba en la hamaca del jardín y escuchaba los viejos foxtros de la vitrola que recuperaron del desván. Allí encontró, Isabel, discos de pasta tan antiguos como su memoria. Eran, tal vez, de su madre ya muerta hacía algunos años. Y allí estaban, dejando recorrer al tiempo sus pobres historias de mujeres solteras. Nadie tenía interés en esas cincuentonas, agrestes, que vivían de la pobre pensión heredada de su padre. Allí no había nada interesante que obtener para la comunidad descarnada y ambiciosa.
Isabel, repartía su tiempo en la reiterada tarea de despolvar muebles y cortinas; cocinar escuetos menús, cuidar la casa que se disgregaba de tiempo en remezones ruidosos de madera pudriéndose. La arboleda, que rodeaba estrujando la vivienda, servía para que Elisa soñara con las aventuras transmitidas en la imaginación su protectora. Largos cuentos fantásticos comenzaban en primavera y se iban entrelazando con personajes fabulosos y reales durante días y días. Un clima de leyenda entramaba el miedo y el regocijo. Luego, con el frío del otoño y el invierno, encerradas en las paredes inexpugnables, la “diferente” transformaba en exquisitas escenas la ficción del cuento.      Isabel, cansada, aborrecía ese tiempo de encierro y silencio ficticio. Ya no esperaba nada. Sus fatigas la sumían en un agotador sopor y desesperada hurgaba en el rostro imperturbable de  la bordadora. Una noche comenzó a sufrir una fiebre intolerable. Animales fantásticos crascitaban disputando su cuerpo tembloroso. Belisa estaba junto a su lecho con la mirada perdida. Acercó el fonógrafo, comenzó a sonar los discos que escuchaban siempre y se fue ataviando con encantadores atuendos que encontrara en los baúles. En la mente febril de Isabel aparecían imágenes difusas y hostiles. La “idiota” tomó las manos mustias de su cuidadora y comenzó con sus acerillos a pasar hilos de colores dibujando una escena de su mente enferma. Selló la boca en verdes mustios, los párpados con rosa antiguo y así fue bosquejando un cuadro bucólico y fantástico. Varias semanas pasaron hasta que llegó un vecino en curiosa búsqueda de Isabel. El horror impregnó de alaridos el caserón, al descubrir el enorme y cuidadoso diseño en toda la piel de la mujer yaciente. Isabel, totalmente desnuda y prolijamente bordado sobre el lecho abandonada a su suerte junto a la “loca”. El mismo foxtros seguía sonando cada tanto rayado hasta el hartazgo. 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario