¿ACASO NO TENGO DERECHO DE
LLORAR?
Me miró con la sonrisa lado a lado, parecía un
payaso burlón. Yo llevaba una túnica color malva para representar a la diosa
del bosque en la fiesta de la escuela. Tenía el cabello como nunca suelto sobre
mis espaldas y caía en cascadas hasta la cadera. Me sentía frágil y
avergonzada, pero a la vez me miraba en el vidrio reflejada y lo que veía me
gustaba. ¡Pero allí estaba él, ese montón de estupidez caminando, que me miraba
y me hacía morisquetas!
Rosita, la señora que
me había vestido y maquillado, estaba feliz. Junto con mamá se reían por la
desfachatez del mirón. Pasó Juliana vestida de princesa y Rebeca como hada.
Estaban preciosas. ¡Por supuesto los varones no querían participar! Le costó
muchísimo a la profesora convencer a Carlos del otro curso que se vistiera de
cazador y a Roberto de rey. Cada uno tenía aprendido su texto y de memoria, nos
preguntábamos unos a otros si con los nervios podíamos salir frente a toda la
escuela a participar de la obra de teatro. El profesor Mauricio de gimnasia,
había disfrazado el arco de fútbol como un gran castillo y con cartón hicieron
árboles y colocaron ramas verdaderas entre ellos. El murmullo llegaba hasta
nosotros.
Sonó una corneta y
salió el rey y la princesa. Todo comenzó maravillosamente bien. El cazador se
encontró conmigo que caminaba por el “bosque” y el hada me ayudaba con las
guirnaldas de flores. De pronto en medio del segundo acto, se escuchó un ruido
muy raro. Un balcón del primer piso del colegio, cayó sobre la concurrencia
como plomo. Todos corrieron al patio y nosotros, quedamos solos en el castillo
y bosque de cartón. Rebeca se abrazó a Juliana y yo no sabía hacia donde
correr. Vi a mi madre apretada por un trozo enorme de cemento y a Rosita que
intentaba rescatarla. Llegaron los bomberos y sacaron a todos caminando por un
espacio entre los escombros. Llegué hasta donde mamá agonizaba. Yo no entendía
lo terrible que me estaba ocurriendo. Pensé ¿Y ahora qué haré? Papá estaba
trabajando en Canadá y los abuelos estaban en La Pampa. Era una diosa falsa y
sola.
La directora me ayudó a
sacarme el traje y a vestirme con el uniforme escolar. Los médicos se llevaron
a mi madre y allí quedé yo, sin sabre adónde ir ni qué hacer.
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