El
joven escribano se sentó sin poder pronunciar una sola palabra. Su intervención
en el robo al banco lo dejó perplejo... Él nunca había participado en esa
reunión ni había firmado ese acuerdo. ¡ Allí frente a sus propios ojos estaba
la prueba... esa era su letra y esa su firma...! ¿ Quién pudo haberla
falsificado tan bien? Recordó un sueño
que tuvo la noche anterior y sintió que de alguna manera todo estaba
relacionado.
Sí,
en su sueño, él, hablaba con Gervasio Respeche y le entregaba una serie de
cartas y papeles. Luego veía unas manos atadas y ensangrentadas. Una cabeza sin
rostro cercenada. Un sopor asfixiante, olores repugnantes y un chirrido agudo,
lo atrapaba, no podía despertarse. Cuando logró hacerlo tenía un cansancio enorme
y estaba transpirado y tenía la boca muy amarga. Estaba seriamente comprometido
con la estafa millonaria. Muchas pruebas en su contra lo señalaban. No
recordaba haber participado. Lo apresaron. Su abogado desapareció. Llegó
inesperadamente “alguien” a rescatarlo. Su mujer no estaba en el país y no supo
quien lo patrocinó.
Sostuvo
su posición. Él no tenía ninguna participación. Vio a Gervasio Respeche pasar a
su lado con las manos esposadas. Rodeado de varios uniformados y hombres de
civil. ¡ Se sorprendió! La sonrisa ácida del antiguo gerente era una
contundente mueca sarcástica.
Quedó
libre bajo palabra y regresó a su casa. Ese alguien había pagado una fianza
poderosa. ¡Estaba libre!, y salió apurado para alejarse de allí. Llegó frente a
la puerta e ingresó confiado. Encendió la luz y a sus ojos resaltó el brillo
lujurioso del sillón de seda rojo, que su esposa había hecho ubicar en el
salón..., una fugaz imagen le acometió. Ese sillón estaba en su sueño. Recordó
otras caras. Parecían máscaras. Pensó: - ¡Cuándo fuimos a Venecia con Respeche
compramos esas extrañas máscaras de carnaval! - Se desprendió el botón de la
camisa y estiró bruscamente la corbata para sacársela. En el espejo alcanzó a
ver unas marcas en el cuello, dos pequeñas heridas en forma circular. Miró con
atención sus muñecas, le dolían, y, vio también una marca morada como si en
algún momento hubiera estado fuertemente atado. Sintió un insultante perfume a
combustible, algo parecido al fuel oil. Luego se sentó entre los suaves almohadones
mullidos del sillón. Apoyó una mano... entre los cojines encontró su lapicera
de oro... - la misma tinta... - se escuchó decir- de los papeles del banco... -
en su memoria flotaba esa idea extraña. ¡El sonido del teléfono lo estremeció!
Era su socio que necesitaba, urgentemente, hablarle. Cuando trató de pararse,
en una hendidura del sofá, una jeringuilla hipodérmica minúscula, se incrustó
fatídica en su mano. Olió la muerte. Vio como se iniciaba un fuego junto a la
ventana principal del salón. Un sudor frío le recorrió las vértebras y comprendió... ¡ Había caído en
una trampa mortal y del infierno nadie podría ya salvarlo!
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