Mis manos vuelven a sangrar y me
duelen. Mis labios cuarteados por el frío tiemblan y el aire huele a azufre.
Las cenizas vuelan por todos los rincones. Algunas encendidas aun, y de una
manera lenta, parecen como luciérnagas enceguecidas en la noche que corre para
cubrirnos el miedo.
El cielo está tan rojo que parece hermoso.
Es como esos cuadros que solíamos admirar en París cuando fuimos al museo de
Orsay. Las nubes se van poniendo negras y un pudor eléctrico nos hace unirnos cuerpo
a cuerpo en el suelo áspero que ha quedado depredado con las granadas que
echaron los “Otros”. Hay restos de casas
en llamas, vuelan de ventanales rotos unas cortinas que parecen los velos de
las novias en los templos.
Fulvio y Darío, se han animado. Se
han parado y van a ir caminando por la vieja calle por donde vehículos volteados
y rotos parecen monstruos fatigados. Regresan pálidos y aturdidos. ¡Hay
cadáveres por todos lados! Corre la sangre por las orillas de las veredas. Todo
está destruido. Se sienten los sollozos de algunas personas que como nosotros se
refugiaron en los subtes. Hasta los perros han caído en tierra. Darío vio un
gato subido a una ventana que chicoteaba con el viento.
¡Todo esto por una libertad que
desconocemos! Si al nacer nos pusieron un chip y ya saben donde encontrarnos.
León, Dafne y Rita, aunque se
oculten bajo ese montón de escombros las van a encontrar. Los Otros son los
Jefes y nosotros ya vinimos con La
Marca.
Mejor no sentamos y comencemos a
orar como nos enseñaron los venerados ancianos. Pronto llegarán y seremos como
ellos quieren, esclavos para trabajar para sus necesidades primarias.
¡Triste destino del siglo XXV! Antes la gente no tenía el chip y era
verdaderamente libre. Eso me contaron mis ancestros.
¡Allí vienen por nosotros! Adiós
amigos míos.
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