¡No me
arrepiento de haber denunciado al “Gordo Tobar”! Él, se apareció en mi casa con
una borrachera de esas que apenas pueden caminar, gritando que yo le debía
algo. ¿Qué? Nunca supe. En la mano aparte de una botella de grapa, llevaba un
cuchillo grande como para degollar cerdos, que es su trabajo. Nos asustamos
muchísimo con mi compadre y en un momento se echó sobre la “chata” y comenzó a
vociferar que le habíamos robado la mujer. ¿Quién querría a esa flaca
escarbadientes que parecía un alambre sin forma? Pero él, dale con los gritos y
en medio de la trifulca, se vino el “Guatón Fernández” tan serio como un
policía que es y nos comenzó a amenazar que estábamos rompiendo con la
serenidad y la paz del lugar y que nos llevaba a la comisaría para impedir un
derrame de sangre.
Nosotros ni
siquiera habíamos bebido una sidra y eso que había ganado el “Tomba”. Y nos
llevó a la rastra. Mi mujer lloraba y los chicos, tengo cinco hijos, se
aferraban a mis pantalones que casi quedo en “pelo” de los tirones. Y bueno,
cuando pude traté de zafar y le pegué, es cierto, una trompada al “Guatón” y
allí mismo me esposó y me dejó encerrado. Al compadre no le hizo nada y lo dejó
ir.
¡Pero Señor
Juez, yo qué culpa tengo que el Señor Tobar se “encurdelara” y me viniera a
querer exigir cosas sin sentido! Ayúdeme, sáqueme de aquí. ¿Mañana si no me
presento en la fábrica me echan y de qué voy a vivir yo y mi familia?
La muy
sonsa de mi mujer dice que mejor me quede acá, que no sirvo para nada, que me
dejo manejar por cualquiera y encima se quiere ir a la casa de mi suegra.
Bueno, no
se si eso no sería mejor, unos días sin gritos de los mocosos, sin las peleas
de ella y sin verle la cara a mi cuñado que trabaja en el mismo lugar que yo.
¡Ese es un zopenco! Señor Juez, déjeme unos días y así descanso de todo este
lío.
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