miércoles, 24 de abril de 2019

DAYANY, FINAL



Una y otra vez, bostezó mientras miraba indiferente una revista de moda olvidada por algún distraído sobre la mesa. Su garganta agobiada de palabras inútiles encerraba el odio que lo consumía. Dejó la taza con restos de café sobre la superficie de mármol y usó el platillo para abandonar los pétalos mustios de un clavel que como lágrimas de sangre desgajó entre los dedos nerviosos de la espera. No apareció. Otra vez no se presentó. Lo dejó esperando cuatro lánguidas horas. Largas. Su camisa arrugada y húmeda había atrapado el olor asqueroso del cafetín de mala muerte donde lo había citado.


Pasó el tiempo. Una mañana encontró a Dayany en la puerta de su departamento durmiendo en la alfombra de la puerta de servicio. Con un pantalón de denín una blusa de algodón vulgar y calzada con unas sandalias raídas y rotas. La despertó y la invitó a pasar. Le pidió asilo por unos días. Él, tuvo miedo. Dayany era extraña y su vida lo dejaba lleno de intrigas. No estaba para ser su siquiatra. Tenía que viajar a China para hacer unos reportajes al premio Nobel de la Paz y el diario no le pagaría un peso extra para ir con ella. No quería dejarla en su casa. Comió como lo hacen los hambrientos de África y se bañó una hora en el jacuzzi. Se apoderó de alguna camisa de su amigo y se tiró en el balcón a dormir. Él, tenía que salir. Tuvo que dejarla. Cuando regresó había cocinado un menú propio de un gourmet. La mesa era un primor. Sergio no entendía a esa mujer. Ella le propuso quedarse unas semanas hasta que él regresara de China. Sintió miedo pero cedió.
El viaje fue excelente, logró unas fotos que servirían para un Pulitzer y palabras de los integrantes del grupo de detenidos por los Derechos Humanos de Pekín. Regresó con la esperanza de encontrar bien su casa y su enamorada. Al llegar, estaba sentada en la computadora chateando con quién sabe quienes y del dormitorio principal salió Shina en bata. Le agradeció la hospitalidad y se sentó con un whisky en la mano mientras Dayany, se sentaba en su regazo besándola en la boca. Luego con las manos lo atrajeron a su lado y comenzaron a besarlo desde los pies a la cabeza.
Sergio las expulsó de su casa. Ellas dejaron su ropa y posesiones en el departamento. Un año después Dayany lo citó en el café de mala muerte en que lo había dejado plantado muchas veces. Nunca volvió a verla. 

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