Te voy a contar la historia de una
niña que se llamaba Regina. Era muy, muy mimosa. Su abuela le contaba cuentos,
le hacía milanesas con puré y le compraba juguetes. Pero Regina nunca estaba
feliz.
Un día el cielo apareció gris y lleno
de nubes oscuras. Presagiaba una tormenta y hacía mucho frío. La niña, no quiso
ir a la escuela. Su mamá y su papá que trabajaban todo el día, tuvieron que
llevarla a la casa de la abuela para que no se quedara sola en la casa.
Aprovechando que estaban juntas, la
abuela la invitó a jugar a cocinar masitas de chocolate y coco. Regina se
encaprichó y sólo quería ver televisión. La abuela la dejó en el comedor
mirando un programa infantil, pero el sueño la ganó y se quedó dormida. Así
comenzó a soñar.
Regina soñó que se elevaba en las alas
de un pájaro enorme de pico afilado y garras de acero. Volaba tan alto en el
cielo, que desde ese lugar podía ver la cumbre de la montaña, los enormes ríos
que desaguaban en las plantaciones de los valles y hasta un azul lago rodeado
de pinos.
El sol le hacía cosquillas en la cara y
escuchaba el relincho de caballos salvajes. Jugó con cachorros de perros y
pequeñas cabritas. Juntó mariposas y escarabajos azules. Nadó en un arroyo de
agua dulce y tibia. Seguía volando por entre las nubes. En un rincón, inventó
un huerto con manzanas gigantes, aves con pelos, árboles de color celeste y
gatos con plumas de color rosado.
Caminó por las hojas de una palmera de
cartón y se vistió con una capa de azúcar amarilla.
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