1- LA ENVIDIA
Cuando llegó a la
dirección que le diera Micaela, se recortó la figura escultural de Guillermina,
que contra el enorme paredón del cementerio pareció un pájaro derrotado. Una
lágrima de desencanto se desprendió de sus bellos ojos dejando un surco en el
suave maquillaje sofisticado. Cerró los puños y con dolor comprendió el error,
haber confiado.
Pecosa, de cabello castaño oscuro y ojos verdes,
Guillermina era una nena de esas que en el barrio todos miraban. Tenía una
sonrisa alegre y jugaba con destreza. Su padre tenía un negocio de comestibles.
Su madre era una mujer simple. Adoraban a esa hija que había llegado casi
cuando las esperanzas de amor se pierden.
Un
día cruzó el farmacéutico y tomándola de la mano la invitó a jugar con su
pequeña. Fue un encuentro feliz. Se hicieron inseparables. Micaela era hábil en
el piano, con los patines, declamando y era muy hermosa. Juntas hacían las
tareas escolares, aprendieron a jugar tenis, hacían gimnasia y disfrutaban de
todo lo que el mundo de los adolescentes les llenaba la vida. Comenzaron a
salir de compras y a bailar las matinés con los chicos de la escuela. Se
enamoraban y dejaban de “amar” con el mismo ritmo de todas las muchachas de su
edad.
El
primer concierto de Micaela fue un éxito y su figura de niña frágil le atrajo
un puñado de cargosos admiradores almibarados, que ella despendía con una
chispa de superioridad. Guillermina la admiraba. Veía sus pequeñas manos jugar
en el teclado y soñaba con tener la misma habilidad, pero no estaba dotada para
la música. Se terminó su adolescencia con sólo dos diferencias: Guillermina
había crecido y estaba altísima, su figura se destacaba por la perfección de
sus medidas y Micaela quedó con su cuerpo casi infantil, sin curvas y de
estatura normal. Los chicos del barrio le hacían toda clase de burlas pero ellas
no hacían caso a los torpes compañeros. Las largas piernas torneadas, la
cintura fina, los senos graciosos y la belleza atigrada de la primer muchacha
era un suplicio inconfesado para la otra. Nada hacía parecer que Micaela
sufriera. Pero la madre, que observaba, se preguntaba cuándo comenzarían los
problemas.
Ingresar
a la universidad les dio un respiro. Se trasladaron a la capital, alquilaron un
pequeño departamento y cada una comenzó la carrera elegida. Micaela además
continuó sus clases de piano en el conservatorio nacional con maestros de
prestigio internacional. Mientras estudiaban no tenían tiempo para arreglarse,
sí para sentirse acompañadas en ese mundo insólito de la gran ciudad. En sus
ratos libres, Guillermina completaba sus clases de idiomas extranjeros e hizo
un curso de modelo a sugerencia de otras compañeras de la facultad. Cada día
estaba más hermosa.
Ambas
recibieron su título con honores. Eran ganadoras en todo...pero, Micaela veía
celosa, cómo su amiga atraía la mirada de los hombres que a ella le
interesaban.
Regresaron
esas vacaciones a su pueblo que las recibió con ardor y sorpresa. Eran un
orgullo para todos. Así fue que el día que se llamó a un casting de animadoras
para el canal de TV. de la pequeña ciudad, Micaela le dio a su amiga del alma, una
dirección equivocada y ella apareció en el programa mostrando todas sus
habilidades. Es lógico saber cómo murió esa amistad.
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