lunes, 25 de septiembre de 2023

EL CAMINO

 

 

            ¡La sorpresa entretejía curiosidad y alegría! La Medina era un anzuelo entre tantas caminatas por lugares hermosos. No alcanzaban los ojos para observar cada estante del mercadillo, cada mesa o ventanuco donde se podía encontrar ese mundo mágico, para mí, de la vida de la lejana Tánger.

            Luego de atravesar el laberinto onírico de callejuelas y portales que se achicaban para que la mirada intrusa de los aventureros como yo, dejé caer mi mochila en un banco de piedra. Desgastado por el uso de los habitantes que merodeaban ajenos a mis expectativas.

            Quedé bebiendo una simple botella de agua, que compré a un niño de ojos brillantes y alegres. Al alzar la vista, me quedé prendado de una mujer anciana que me observaba curiosa. Yo era un extranjero, de quien sabe qué lejano país, que había irrumpido en ese rincón mágico. Y, sí, venía de muy lejos.

            ¿Sabría ella dónde quedaba en el mapa, mi país? ¿Conocería lo que es un “tango”, una “milonga” o un cafetín de Buenos Aires? Nunca le hablé para no romper el embrujo de su: “estar parada mirándome absorta”.

            Un pañuelo rosa pálido, le cubría la cabeza y parte del rostro. Su cuerpo hablaba de una obrera del hogar, de una mujer con años cocinando y lavando ropa de hijos y parientes. Tal vez hasta de extraños como yo.

            Le sonreí. Ella mostró su sonrisa desdentada y dulce. Recordé a mi abuela. Era como encontrarme en las antípodas con la hermosura del amor de abuela. Llevaba una bolsa de tela rústica a rayas rojo y blanco, donde parecía que se movía un ser mítico. Emergió la cabeza de un gato blanco. Ella asustada escondió al animal, para que no lo viera. ¡Qué pena! Era tan bella la figura de la anciana con el gatito asomando de su bolsa…comenzó a caminar lentamente. Iba girando la cabeza que se envolvía en el chal rosado como una flor. Se perdió tras un portal donde habían colgado ropas típicas marroquíes.

            Me paré, y salí de la medina con el corazón alegre. Había recobrado ese cariñoso recuerdo de mi amada abuela que había partido de este mundo cuando era un niño. El sol comenzaba a esconderse entre las murallas amarillentas de un edificio antiguo. Lejos, en mi camino, se perfiló la ilusoria imagen de un ser angelical, era como un ángel que por una rara cuestión me nublaba la vista. Estaba llorando.

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