viernes, 1 de septiembre de 2023

EL RESPLANDOR

 

 Mateo se despertó con el rudo sonido de los truenos. Caminó descalzo por la tierra húmeda de su rancho. El perro que gruñía con desagrado estaba enfrentado a la endeble puerta de madera. La tormenta dejaba todo en breve tiniebla. Una cascada de luces intermitentes iluminaban las hendijas de las paredes de barro y cañas.

¿Pará, Zoilo, no ves que es tan sólo una tormenta! Que no pasará nada en este lugar que no pasara antes... aunque en el verano de tu llegada hubo una inundación del arroyo Los Hornillos, que rompió todo. Si comienza a soplar el viento desde el sur, ¡ahí, sonamos! Prendió un candil e iluminó las paredes y el techo. Todo estaba flojo y muy gastado.

Buscó leña seca del rincón. Dos ratas salieron corriendo y se treparon por uno de los sostenes del techo. ¡Estamos fritos, viene la inundación! Zoilo, vamos a tener que subir al entretecho el catre y el fuego... ¿Cómo? ¡No sé, pero si me quedo sin fuego nos morimos de frío! Un tremendo estruendo sacudió el chamizo. El costado que daba al sur, comenzó a estremecerse. ¡Vamos Zoilo! Tomó un costal con sus papeles, algo de dinero, una muda de ropa, queso y galletas. Atravesó un machete a su espalda y se calzó con lo mejor que tenía. Un par de botines viejos y una manta. Salió como pudo del albergue que lo había abrazado varios años. Subió al caballo y partió alejándose del lugar. Zoilo trotaba atrás con deleite y mojado por el chubasco. ¡Había olvidado el yesquero y decidió regresar! Llegó justo cuando se desplomaba la pared que daba al arroyo. Como pudo se acercó y cargó con dos o tres herramientas y el famoso yesquero de su tata Aurelio. Cabalgó toda la noche, cuando asomaba el día, los truenos y la lluvia continuaban. ¿Adónde iba? Si se acercaba al pueblo, enfrentaría a su enemigo el Melchor Zapata... bravo con el cuchillo y de mala junta.

Se desvió por el terraplén del ferrocarril y siguió un trecho largo hasta la fonda "Ocho soles" del gringo Fortunato Giordano. ¡Buen hombre, que siempre le había dado una mano! Ingresó, dejando en el palenque al tordillo junto a Zoilo que ya, seco, se lamía las patas heridas por las piedras y las malezas. El agua trae mucha resaca de variada naturaleza. 

Apenas ingresó, le pidió una grapa al dueño del boliche. ¡Amigo, he perdido todo, o casi todo, porque el agua se llevó parte de mi rancho! Mi caballo y mi perro son mi único valor. Tengo algunas monedas para pagarte si esta noche me dejas quedarme a dormir bajo techo. El buen hombre se acercó, lo palmeó y le dijo... No necesito tu dinero. Tienes un catre en este lugar y señaló una habitación pequeña cerca de la puerta.

Mateo, le agradeció. No podía llorar era un hombre de "fierro".  Pero le dio una mano fuerte y sentida. Abrazo de hombres de campo acostumbrados al dolor y a las pérdidas. De pronto ingresó Melchor Zapata. La mirada furibunda que desparramó por el boliche parecía el rayo más grande que había destronado el cielo. Se enfrentaron las miradas. Ambos eran hombres de ley.

Fortunato se adelantó y dijo: ¡Acá se respeta a los parroquianos! Un brillo destelló en el aire. Era el machete del bravucón. Mateo manoteó su cuchillo, pero de repente un resplandor abrió un fulgor inexplicable en el lugar. Temblaba el recinto y cayó el matrero como bolsa de estiércol al piso. Un ruido gutural salió de la garganta del hombre. Corrió Fortunato y luego Mateo, el varón había sido atravesado por una luz fulminante que entró por la ventana vieja y sin vidrio.

El raro resplandor bailoteó un rato por el espacio y salió como un ave brillante por la puerta que se acababa de abrir, Zoilo empujaba para entrar para proteger a su dueño.

Esa noche, sólo se oía el ruido de la tormenta a lo lejos.

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