lunes, 11 de septiembre de 2023

MALIK JAIDUR

 

 

El viento caliente y húmedo arrasó con la plantación de caña de azúcar. Las vacas pastaban pisoteando lo que nunca llegó a ser una buena cosecha. Los altos ficus y palmeras caídas unas y amarradas entre sí otras, parecían una catedral desvencijada.  El gran templo de piedra estaba atestado de mujeres y niños. Allí en ese olvidado poblado de india, no había refugio seguro donde esperar el paso del siniestro. Parecía que Khandwa sufría la Apocalipsis ingresada por los blancos. El olor fétido de los animales muertos y del lodo contaminaba la región. Malik caminó hacia el río Narmanda pero los caminos estaban desdibujados y había hombres y mujeres que peregrinaban en busca de agua y comida. Arrastraban en carretones sus pocas posesiones, algunos animales atados a las varas del vehículo y a los ancianos y niños sobre los hombros de los más fuertes o sobre los bártulos.

Se hizo la noche y el aullido de los simios y de algún felino engrosaban su terror que ocultaba por dignidad. Se detuvo bajo un árbol, pero los insectos le herían la piel, despiadados. Siguió caminando. Su prometida había quedado con la familia en los desechos de la aldea. Era tan pequeña, sus ocho años, le impedían traerla consigo. El dios Brahma debía estar muy enojado con su pueblo, ya que no era el tiempo de monzones. Los demonios estarían acechando. Buscó refugio en una cueva entre piedras y plantas caídas. Se quedó dormido. Lo despertó un extraño ruido. Se restregó los ojos y luego de hacer una oración a los dioses, derramó un resto de arroz de su bolsa para tranquilizar a los espíritus, luego colocó un puñado en la escudilla y le agregó especias, con algo de agua que consiguió entre las piedras ablandó su bocado. Esa, que estaba tan seca, apenas pudo tragar eso que parecía comida. Salió del minúsculo espacio y siguió un sendero entre ramas y cañas desplomadas. El ruido que escuchaba se iba haciendo cada vez más fuerte y de repente entre los matorrales vio un gigantesco monstruo que echaba humos y vapor. Malik Jaidur nunca había visto una locomotora del ferrocarril. Desde el techo un sin fin de hombres le gritaron que subiera. Le ayudaron a trepar y el joven campesino subió buscando una aventura, no se imaginó una vida tan difícil.

Cuando el tren llegó a Pakistán, se transformó en un “paria” ya que allí no conocía a nadie, no hablaba esa lengua y nadie lo recibió con el afecto que recibía en su aldea. Pero… encontró a otros indúes que le enseñaron a fabricar canastos de fibras vegetales. Ahora el joven era un emigrante tratando de sobrevivir para regresar a su antigua vida. Y soñaba cada día y cada noche que ese tren que lo trajo lo llevaría de nuevo a su querida aldea para casarse como estaba prometido.

 

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