NO TAN SIQUIERA LIMPIA
Lo peor que le pudo pasar a Petronila, fue nacer con la piel tan oscura.
Los ojos de un estridente color negro y rulos en su bello cabello descolorido.
No era rubio, no era castaño, no era negro. De pequeña no sintió el peso de su
figura, pero de grande, es decir cuando comenzó a ir al colegio, los chicos le
preguntaban si estaba quemada por un incendio o si el sol se había enojado con
ella.
Nada que pudiera decirles, servía
para evitar las burlas y chismes. Porque hay que reconocer que los pequeños,
repetían historias que escuchaban en sus casas cuando por las tardes de calor
se sentaban bajo los “castañolas” para
beber te frío. Allí se hablaba y comadreaba siempre como si la vida de todos
los que habitaban ese paraíso fuera un motivo importante en la historia de la
humanidad.
Cuando nació el hermano, al que
bautizaron Marcelo, lo primero que miraron fue el color de la piel. Y era de un
pálido rosa viejo, con algunas manchitas o pecas más oscuras, pero el cabello
definitivo era castaño oscuro con reflejos dorados. Petronila, lloró toda la
noche. Miraba por la ventana el cielo y le parecía que la luna se reía de su
pena.
Fue creciendo con una belleza que
trastornaba a cada madre envidiosa, lo que atrajo una especie de producción de
tráfico con manos santas y aprendices de curanderas. Cintas rojas envolvían la
cuna, luego los tobillos y hasta llegaron a colgarle un diente de tigre del
cuello, para espantar el mal de ojo. Eso no evitó que creciera cada día más
lindo, inteligente y con una sonrisa que atrapaba estrellas.
Las muchachas se acercaban a
Petronila, sólo para poder hablar de su hermano. Incluso algunas le regalaban
gatitos o cotorras, para que le entregara papeles con cartas de amor. Cuando
cumplió diecisiete años, Marcelo era el chico más codiciado de todo el pueblo.
Como era buen alumno consiguió una
beca y se fue a una ciudad cercana para hacer su nueva etapa de técnico
agrario. Y allí, se dio cuenta que la vida no era tan fácil como siempre le fue
presentada. Extrañaba mucho a su familia y a Petronila, a quien llamó para que
lo acompañara en la ciudad. Ella pudo estudiar enfermería y conoció a personas
buenas que no la miraban por su piel, sino por su bondad y predisposición para
el aprendizaje. Su tono de piel combinaba muy bien con el traje que usaba en el
sanatorio donde hacía las prácticas y un compañero se enamoró de ella. Y le
pidió que se casaran para la primavera. Los padres estaban felices y Marcelo se
puso furioso. Los celos no le permitían disfrutar de la alegría de su hermana.
Una noche que salió con varios
estudiantes, bebió demasiado. Se puso a pelear con unos pandilleros que terminaron
dándole un botellazo en la cabeza. Cayó mal herido. Luego lo levantaron entre
varios y lo tiraron en una cuneta. Allí lo encontró Petronila y Julián, su
prometido en plena madrugada. Nada se pudo hacer, estaba muerto. Y ella con los
ojos llenos de lágrimas sólo atinó a decir: ¡No tuviste hermano ni tan siquiera
limpia la piel! Ahora qué me dirá mamá… todo es culpa mía, seguro. Y sintió los
brazos amorosos de Julián que la protegían del dolor.
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