No
entendía cómo su cuerpo se estaba transformando tan rápido. Una mañana comenzó
a experimentar una nutrida catástrofe. Una mancha de sangre ensuciaba su ropa.
Se escondió para lavarla, pero eso seguía ocurriendo.
Vinieron Coquito, Florencio y Chicho a
buscarlo para un picadito en la canchita. El padre refunfuñando lo dejó ir.
¡Cuidate Jorge! No llegués tarde y no sudés mucho… tu madre no te quiere todo
rotoso. Yo tampoco.
Jorge
corre con los chicos es un pateador de primera, de chico, en la cancha trataba
de mirar bien a los crack para hacer los mismos firuletes en el baldío con sus
amigos. Pero le dolía la panza. Tomó agua y se sentó. El Florencio, muy
compungido, cuando se paró, lo llamó y le mostró una mancha de sangre fresca.
¡Ah, eso, no sé, es que me golpeé con la pelota y me duele acá, y se tocó el ombligo.
Lo
acompañaron a la casa, luego de hacer un pacto de silencio. Si los padres se
enteraban, adiós a jugar en la canchita por un largo tiempo. ¡Jorge, menos que
menos decirle a los padres, eran tan cuidadosos y pesados! Entró discretamente
al baño, se bañó, lavó la ropa y después de apretarse bien esos malditos bultitos
que le habían salido, se puso un calzoncillo doble entre las piernas.
La
madre le sirvió la comida y lo miró. ¿Qué
te pasa, que te veo tan chusco y melindroso; en qué andás con tus amigos? En
nada mami, todo bien. Jugué mucho y estoy cansado. El jorgito se agachó. El
padre lo miró con dureza, acá quiero machitos, nada de boludeces. Si estás
cansado jodete, los hombres no se hacen con flaquezas. Sos mi campeón,
acordate. ¡Futuro As de fútbol de primera! La madre lo miró de reojo y se dio
vuelta.
Tres
días más tarde la cama estaba manchada. Dio vuelta el colchón, ya se estaba
asustando mucho. No se animaba a decirle a los amigos que le preguntaron si lo
había asistido un médico. ¡Sí, mintió, ayer me dio de alta era un cólico!
Pasó
un tiempo y la madre lo miraba con insistencia. Una noche escuchó una gran
pelea en el galpón. Su padre le pegaba a la vieja y ella le gritaba cosas
irrepetibles. Salió corriendo a defenderla. Ligó una trompada que le dobló la
nariz. Sangraba. Bueno, por ahora tengo una justificación a mi colchón sucio.
Pensó en decirle al padre que por su culpa había esa mugre allí. Pero algo
desde adentro le dijo que era mejor callarse.
La
madre del Coquito, lo llamó y le hizo unas preguntas muy extrañas. ¡Que si le
gustaba ser varón, que si había notado que tenía un cuerpo muy distinto a los
chicos, si comía bien… y finalmente, como al pasar, le dijo si ya no tenía
molestias con sangre como la otra vez! ¡La puta, seguro que al buchón se le
había escapado lo del partido… si lo sabía el papá le daba otra biava con el
cinto! Y mataba de un sopapo a la vieja. Se apretó más el pecho, dejó de comer
golosinas y pan, corrió todos los días como veinte cuadras, se revolcó en los
yuyales. Se peló con la máquina de afeitar del viejo. Parecía un presidiario.
Comenzó a hablar poco, la voz no se le cambiaba como a los amigos, lo cargaban.
Un
día en la callé lo empujó uno del grupo de los “chorizos”, fumaban,
bravuconeaban y tomaban cerveza. ¡Vení
machito de cuarta, vamos a ver con una pulseada quién es más valiente! Se
puso firme, plantó las dos piernas sobre el piso y le dio la trompada del siglo
al grandulón, que no se lo esperaba. ¿A ver quién es acá el más fuerte? Escupió
como hacía el Florencio, dejando una mancha blanca en la tierra y se fue
caminando, como un hombre que era.
Llegó
a la casa con los nudillos rotos y la rabia remendada. Su padre se enteraría lo
que había hecho y seguro, le compraría esa bicicleta con la que soñaba.
La
madre lo estaba esperando. Lloraba. ¿Otra
vez te pegó el viejo? Un día de estos lo voy a matar. La sentencia cayó
como un rayo en el corazón de la mujer.
No
Jorge, quiero hablar con vos. Mirá tu padre siempre soñó con tener un hijo bien
macho… pero yo… bueno sentate y escuchá. Cuando naciste, él, estaba en el
campo, yo no pude decirle la verdad. ¿Qué
verdad? ¿No soy hijo tuyo? Algo mucho más trágico. Vos, Jorge, no sos
Jorge, sos María Sol, naciste hembra y si él lo sabía te iba a matar a golpes.
¡Por eso mentí todo el tiempo que pude, pero, ya no se puede más, tu cuerpo y
tu sangrado menstrual, ha delatado a los ojos zorrunos de tu padre, la
condición de mujer. ¿Podrás perdonarme algún día?
El
inoportuno cuando ingresó las encontró abrazadas llorando. Había mucha historia
que cambiar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario