jueves, 30 de noviembre de 2017

VIOLETAS

Ha nacido una cascada de pétalos violeta

Una reciente sonrisa desgajada se abre en labios dormidos

Una pluma que cae, se posa dulcemente en los pechos azulados

¿Criban el néctar de tu vientre como cumbres de luna?

Dejaré de beber la luz de tu la pasión escondida.


tus brazos me estrechan con dulzura de espuma

agasajan mi piel con perfume de incienso 

las violetas se duermen en mi pecho labrado con los besos

yazgo en un delicioso camino de batir de alas blancas

los ángeles me siguen para jugar conmigo

te espero en una esquina prendida en la ventana como enredadera

y caen tulipanes en cascada de fuego. Son pétalos violeta.

DÉJAME

Arrastro con las manos llagadas las estrellas
Derrocha mi corazón el sonido sutil de los suspiros.
Espero el cielo, espero el cielo prometido por la luna
Una distraída mariposa asoma por el perfil acuoso de una esfera
Caen, una a una, las palabras celestes
Una pequeña flecha acuña el corazón invertido.
Algunas venas desparraman sangre
Algunas venas atrapan sonidos de latidos musicales.
Mis manos sin llagas ya acarician la noche
y un mar de estrellas se esconden tras las nubes.
Déjame que me acurruque entre la seda de los sueños
que camine descalza en la arena húmeda de lágrimas
que adelgace los brazos con estrechos perfiles 
Entonces volveré a ser la amiga de las quimeras 

VIAJANDO POR INDIA

 EN EL ANDÉN DEL FERROCARRIL UN HOMBRE ESPERA EL TREN MIENTRAS LEE EL DIARIO
ANTIGUO PALACIO EN LA CIUDAD ROSADA, TODO ES DE COLOR ENCARNADO POR LAS PIEDRAS DE LAS CONSTRUCCIONES.

HA MUERTO UNA NIÑA EN MANOS DE UN HOMBRE MALVADO

Déjale amamantar con besos que atrapan mariposas

Cura las heridas y las penas donde las gaviotas picotean

Arrastrando heladas marejadas en las playas desiertas

Es una niña que perdió la infancia entre la hiriente realidad

Acabará cercenada en una alcantarilla cerca del agua con limo.

Será una muerte indigna para el ángel caído al precipicio de la vida.


Una niña que perdió el tiempo en las tinieblas

una voz apagada en las penumbras del viento.

Un rigor de mortal vestimenta ensangrentada por la mano cruel

un ángel que cayó precipitado desde los brazos insensatos 

muerte y furia. Ha muerto una niña de apenas dos años.

Déjame que amamante sus labios morados y sangrantes.

¡déjame darle un beso de distancia secreta! 

DE TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO

COMO EL HORNERO

          De cosecha en cosecha siendo obrero golondrina, llegó Cesario del norte a la tierra de los viñedos. Allá, en los montes de la región noroeste, ya han desmontado y no queda nada. Los algarrobos son la sombra de un remoto esplendor de la tierra. El nuevo patrón, pregunta al hombre: “¿Años?”
          —Veintiocho, ansí me anotó mi mama—. Y una mirada inquisidora se desliza por la piel descorchada de otro desalojado del terruño.
—Soy fuerte patrón, he levantao una zafra enterita en Tucumán y domé potros en tierra e’ Córdoba.
            Pequeño, de piernas gruesas, pies enormes y brazos como leña seca es el montaraz. Ojos negros achinados y crinado. Bajo el ala del sombrero desgastado y olvidado del negro con el que lo fabricaron, esconde fuerza y coraje. Usa bombacha amarronada y sin botones, alpargatas. Lleva un insignificante bulto, en que acarrea todo lo que posee.
          —¿Cuánto querés ganar?
          —Lo que le venga en ganas, comida y catre..
          —Andá, la Adelaida te va a enseñar el galpón donde hay otros jornaleros como vos. Acá nada de vino ni cerveza mientras se trabaja. Y cuidado con pelear. ¿Tenés cuchillo? Me lo dejás acá.
          —Yo soy tranquilo don, muy tranquilo y sólo pito un cigarro cada vez que lleno la panza.
           —Bueno, me alegra que seas tranquilo. ¡Dejame acá el facón, eh! Andá nomás.
            Camina, el Cesario, con la esperanza abrigada en el corazón. ¡Por fin trabajo! Hace como dos meses que sólo changuea por acá y allá. Nada fijo.
Desconfiado, husmea. El lugar es grande, Un galpón separado en dos con un panel de madera, donde esperan un par de catres con pellón de oveja y manta de lana, aguarda el cuerpo cansado de los peones. Ese espacio da abrigo a la fatiga por el trabajo de la viña en época de cosecha.
            “¡Mal clima nos está acechando! Anteayer, granizo, hoy lluvia. Mañana, espero que mejore, si no se pudrirá la uva!”, opina la Adelaida, mientras le entrega unos platos, tenedor y cuchara, con un cuchillo casi sin filo. Una palangana enlozada, muy cascada yace en un rincón con una jarra de plástico amarillo llena de agua para lavarse. La toalla de color cetrino pende de un clavo en los adobes descascarados. “Acá tenís un cajón con tapa para guardar tus cosas”. La voz cargosa de la mujer, quiere ordenar la vida entre los obreros golondrina. Adelaida, la Gorda, como le dicen todos, se mueve al compás rítmico de sus piernas enormes. Es un burdo barco graso que se desliza por la tierra apisonada con agua y escoba de pichana. “A las nueve se cena. No lleguís tarde que ti quedás con lo pior.” Parte arrastrando el trasero, afortunado en carnes, como triunfo de una vida plena. La cocina es su mundo.
            Cesario alborozado recibe los cachivaches en silencio.
           —Tá güeno. ¿Y cómo voy a saber la hora?
           —Ya te vay a avivar solito—. Se escucha la cháchara de la matrona.
            Negras nubes merodean sobre los viñedos. El muchacho se persigna y busca agua fresca en la bomba manual del patio. Allí se encuentra con dos braceros más, que lo estudian para sacarle algún comentario, Los evita.
          Ya en la cocina, sentado junto a una mesa de madera de pino, sin mantel y sobria en trastos, la Adelaida trajina ollas tiznadas con perfume de puchero. ¡Suculento golpe para el hambre de un estómago vacío! La albahaca y el tomate maduro, conspiran con la hambruna de todos. Ni nombrar el tufillo obsceno del orégano.
           —¡Mal tiempo doña! —comenta un boliviano color de aceitunas negras.
            —Ahorita salgo con la pala hacir una cruz de cenizas pa´ alejar la tormenta —contesta la doña.  “La ayudamos”, dicen todos para meter la nariz en la extraña ceremonia ancestral del campo.
             —Nosotros la hacimos de sal gruesa —mete Cesario—. Allacito en mi tierra, la fabrican de sal gruesa y es güena.
            Por la puerta abierta a la penumbra, que se desplaza solapada, ingresa el patrón acalorado:
         . —Mañana necesito ir a la ciudad con dos de ustedes.
           —Yo voy, si quiere —ofrece uno..
           —Yo también —expresa Cesario.
           —A las cinco en punto me tienen que esperar junto a la chata vamos a buscar fungicida y caldo bordelés, para el parral del este, que tiene peronóspora. Y también hay que traer cosas pesadas, solo no puedo ir. Y vos, Evaristo, andate preparando la mochila y el tractorcito con tanque, para fumigar, así apenas regresemos te hacés la parte más jodida. Te ponés un trapo en la nariz, te cubrís los ojos y le metés duro. Si se llena de hongos la viña, a la uva hay que ararla toda y esto se va a la mierda. ¡Qué clima de porquería, carajo! Esto no parece Mendoza”.
             En la finca oscurece. El resplandor que perfila olivos y vides imita un espantapájaros sombrío. La silueta grácil de la cordillera se recorta con la claridad de la nieve eterna. El espectro de la arboleda húmeda por la lluvia acaba de negarse a continuar para hacer daño, y surge un cuadro fantasmal. Un zorzal apunta hacia uno de los álamos que bailotea una danza perfecta junto a las acequias. La noche interrumpe adueñándose del parral. Todos duermen.
Al amanecer, una luz lejana se desparrama suave invitando al sol a entrometerse en la heredad.
—¡Si viene mucho sol, sonamos! Más humedad y más hongos. Pero sin sol no hay tenor alcohólico en la uva —le explica a los atolondrados obreros que escuchan sin entender mucho de lo que habla el patrón.
—Y diga, don ¿de ande sale eso?
—Si serás abombao, de l´azucar de los granos —explica el otro como si supiera.
Cesario observa y abre sus oídos grandes para aprender. ¡Le gusta esta tierra y piensa quedarse!
Aclara. La ciudad contornea sus edificios como gigantes enfrentados en una guerra cruel al campo. Luego de un breve recorrido, encuentran los remedios para fumigar y después de ir a los bancos, el patrón quiere regresar.
Odio la ciudad. El tránsito, la gente que te empuja y los ruidos.        
Hacia el este, Montecaseros está más cerca de la vida. Cesario piensa y pregunta si es posible construirse una pieza con adobes, para vivir solo.
—Acá, che patrón, sobra el barro.
—¡Ay, vos querés volar alto! Muy rápido. Esperate a terminar la cosecha. Ya veremos. Si sos bueno con la tijera y el tacho, capaz que te de un terrenito en el cuadro sur y te hacés un nido.
—Sí, como el de un hornero, don.
Sueña el golondrina con su nido de barro, como son los ranchos cerca del río, allá en su tierra. Sueña.  


Vocabulario:
Zafra: cosecha de caña de azúcar y tiempo de fabricación del azúcar.
Changuea: (changa) trabajo breve con contrato verbal, especialmente entre trabajadores sin educación formal.
Pichana: escoba que se fabrica con ciertos vegetales de la zona árida y xerófila.
Caldo bordelés: agroquímicos usado por los viñateros como fungicida.
Peronóspora: enfermedad de los viñedos característica por su color rojo-violáceo en las parras.





lunes, 27 de noviembre de 2017

VEJEZ

Hoy he caído dos veces. En la calle y en la puerta del baño. Si les cuento, me retan. ¡A escuchar la retahíla y no estoy dispuesta! El silencio cómplice será quien me acune. Tengo marcas moradas en los codos y en el alma.
            Hoy me he mirado en el espejo y comprendí cuánto han pasado los años. Fui joven, eso lo aseguro. Hasta fui niña una vez y mi madre me acunaba. Ahora, esto que vivo es la vejez. Fea palabra. Soy vieja. Salgo del estado de dolor asombrada y me acurruco en el sillón del living. Busco álbumes con fotos. Los recorro con ansiedad y esmero. ¡Era tan linda de joven! Miro asustada mi boda. Esa nube de encaje blanco era el amor. Ese hombre bello de smoking era el amor. Ya no está. Se fue hace muchos años. El amor se fue primero. Generosa compañera la soledad que me abraza.
            La casa se descascara. No me importa. Yo también me descascaro como ella. Miro la foto cuando fuimos a Río. Mi cuerpo en las aguas cristalinas, tibias y somnolientas en los brazos de hombre. Hoy me he caído dos veces. Y sus manos ya no estaban para sostenerme. ¿Un bastón, madre, te dará la firmeza que precisas? Me horroriza. Es la muerte que se acerca con un bambú que se aferra a mi mano temblorosa.

            La vejez me espera y acecha con su humo gris de olvido. Es el invierno con su luz que envuelve las arrugas del alma y la tristeza.

VALERIA

Su edad era esa intermedia entre niña y mujer. Su carita aun desdibujada solía resplandecer con un maquillaje fuerte que borraba sus bellos rasgos. Llegaba al colegio en el coche de la mano de un chofer que la había visto nacer y para quien era como su niña. Había sobornado a su modista con besos y promesas para que acortara la falda del uniforme y sus largas piernas juveniles, brillaban con las medias que le trajo su papá de París.
            Alegre, chispeante y siempre risueña, sus compañeros la miraban con un cierto desdén. Las chiquilinas, aburridas por su eterno bienestar, la envidiaban ya que sentían muy vacías sus vidas. Tenía apenas trece años y en primavera cumpliría sus catorce, para lo cual, sus padres habían programado un crucero por el caribe.
            De reojos la miraban los muchachos de los años superiores y más, cuando se conoció que su abuela materna, le había heredado un campo con un “castillo” cuyas partes principales viajaron desde Italia, Francia y otros varios países de Europa, en las bodegas de enormes vapores. Con ellos edificaron un suntuoso caserón que era el mejor proyecto del arquitecto irlandés de moda en los años veinte. La estancia poseía como diez mil hectáreas y sus haras eran famosas en Inglaterra por la calidad de caballos que allí se criaban. Así, era Valeria, la muchacha que lideraba el minúsculo grupo de elegidas por los hados.

            En la oscuridad del callejón donde encontraron refugio, tras una puerta semioculta por una hiedra, apareció el cuerpo desmadejado y sangrante de una despeinada matrona  sudorosa. Transportaba los despojos envueltos en sábanas sanguinolentas. Desde las ventanillas entrecerradas de un viejo automóvil unas manos temblorosas recogieron los desperdicios y desaparecieron. Arrastrando el cuerpo exánime de una mujer, un soberbio muchacho, se alejaba apresurado por el callejón. El cabello rubio, alborotado, encubría el rostro juvenil. Apenas podía cargar a la que allí desparramaba una estela de sangre que fluía despacio por sus piernas. Las manos cenicientas desenlazaban temblorosas sus ropas sucias.
            En la noche, parecían dos cadáveres palpitantes. Aterrados. Estaban aterrados. Imposible hablarse o compartir el dolor que cada uno tenía en su interior. Valeria, apenas podía sobornar la muerte que rondaba entre sus piernas. Su hermano, loco de terror, sollozaba por tener que enfrentarse solo a la abominable aniquilación que había compartido. Sintió deseos de soltar a Valeria y correr. No pudo. Ella confió desde el miserable momento en que supo con estupor qué le estaba sucediendo en su frágil cuerpo adolescente. Estaba sola, tan sola que sólo pensó en su hermano. Él, que siempre había sido su máximo enemigo, ahora era el único apoyo y sostén. Si su padre regresaba de Estambul y conocía lo que había sucedido, seguro, la internarían en algún colegio de Suiza o Austria, adonde no tuviera con quien hablar ni compartir nada.
            Su madre, estaba estrenando un nuevo marido y viajaba por las islas del Pacífico. Nunca entendería.
            Con sumo esfuerzo, logró colocarla sobre el asiento trasero. Envuelta en una manta dejó a su hermana. Deliraba. El dolor la hacía delirar. Subió al volante y manejó sin mayor apuro, para evitar encontrarse con la policía, hasta la casa de su chofer. Cuando llegó, hizo un guiño  con las luces y el viejo amigo salió a recibirlo. El espanto se reflejó en sus ojos. Un rugido abrió la garganta del hombre. Llamó a su mujer, quien al ver a  Valeria, se santiguó y sostuvo que tendrían que llevarla a una clínica. Estaba muy mal.
            Ya con la seguridad de años como padre sustituto, llegaron a la clínica del sur de la ciudad. Un médico de guardia, sostuvo con desesperación el cuerpo exánime de la joven que se desangraba. Como un rayo, colocó una bolsa de sangre. Sin preguntar ingresó a la muchacha al quirófano y junto a otros galenos, comenzaron la difícil tarea de salvar a Valeria. En el máximo secreto, hicieron todos los trámites, para que no se supiera quién era esa pequeña moribunda. La mirada áspera de los médicos, sellaron con su mutismo lo que había sucedido. Una joven sicóloga la despertó, pasado el trance de mayor peligro. ¿Qué había hecho para que, siendo tan adinerada cayera en semejantes manos asesinas?
            Su cuerpo estaba tan frágil, su salud tan al límite, que apenas podía abrir los labios para responder. Una historia de horror, que pudo ser su última historia, había convertido su alegre existencia juvenil en un verdadero abismo. Habló sin pausas. Su voz apenas audible parecía un mantra.
           
            Cuando llegó de Estambul, su padre, se sorprendió al ver la palidez del rostro de Valeria. Su risa muerta en los labios sellados. Sus ojos orlados de una espesa niebla oscura. Un mutismo insoportable la convirtió en una anciana de quince años. Nada parecía interesarle. Todo lo intentó, desde regalarle un auto deportivo de famosa marca, hasta invitarla a viajar en un crucero por las Antillas.  No hubo ninguna señal de volver a tener a su niña adorada. No volvió a sentirla parlotear por horas por el celular con sus amigas. Pedía que contestaran que estaba ausente cuando alguna amiga le llamaba. No salía. No jugaba más al tenis ni al golf. Una pequeña renguera hizo que el padre notara un cambio en el cuerpo. La llamó y la interrogó. Un grito de dolor hizo que su querido progenitor, diera un salto y abrazándola, le suplicó que le hablara sobre lo que le sucedía. Valeria sólo pudo llorar. No logró decir la verdad de su amargura. El tiempo pasó. Hubo otros viajes de su padre, y otros maridos para su madre.

            

UN REY DEL SIGLO XVII CREO EL OBSERVATORIO ASTRONÓMICO

 CUANDO EL SOL DA EN ESTE LADO DEL OBSERVATORIO SE CONOCE LA HORA EN OCCIDENTE, TIENE SEGUNDOS DE DIFERENCIA CON LOS RELOJES MÁS EXÁCTOS
 CUANDO EL SOL DA DE ESTE OTRO SECTOR SE CONOCE LA HORA DEL HEMISFERIO SUR.
AL SUBIR ESA ESCALERA, SE PUEDE SABER EN QUÉ LUGAR ESTÁ UBICADO CADA PLANETA DE NUESTRA GALAXIA. ES UNA MARAVILLA.

CUENTO CON NOSTALGIA

PEDACITO DE CIELO.
            Se descolgó del tranvía con el diario flameando en la mano. Miró a derecha e izquierda y sólo vio el cartel del almacén “El Progreso”. Desdibujado, apenas se veían las letras. Cerrado. Todo dormido alrededor. Moribundo. Los árboles agonizando sequías. Las veredas rotas. Las casas quietas. Se volvió. Quiso asirse al barral del vehículo, pero ya daba vuelta por la esquina alejándose.
            Parado. Mudo. Recorrió con sus ojos enrojecidos las pocas casas amortajadas y solas. Salió caminando por Mitre hacia el sur. Un aire helado le descolgó el sombrero y los recuerdos.
            Observó la otrora magnífica casa de Lucinda. La hiedra, ahora, invadía todo. Balcón, terraza, rejas, vereda… todo. La bella reja española se desgajaba por el robín y el moho. Un fuerte olor a orín de gato le cacheteó el recuerdo.
            Se detuvo un instante frente a la puerta y regresó en el tiempo. Apenas podía contener las lágrimas.
            Allí jugaban a la Rayuela con el Toti y el Colorado; cuando la vio por primera vez. Parada junto a la reja. Tenía un vestido de color celeste, trenzas con lazo y zapatos guillermina de charol negro. El pelo le pareció un rayo de sol, en primavera. Sus pasos se dispararon y cayó junto al “Cielo”. Los amigos a carcajadas lo despertaron de su sueño. Ella, la niña, no hizo sino correr y perderse tras el cancel con cortinas tejidas en un encaje de crochet.
            Tenía once o doce años. Era como un pedacito del paraíso en el barrio. Entonces, sus canicas le parecieron un bulto desubicado en sus pantaloncitos cortos. El trompo, un aguijón que le clavó su ponzoña allí, en el corazón que comenzaba a sacudir los catorce años. Pasaba todos los días para tratar de verla. Un día se atrevió y le descolgó en la reja una hoja con un verso que le copió a su hermana.
            Pasaron como treinta días. Eterno días. Logró hablarle y ella, con una sonrisa pícara, le regaló un jazmín. Se desveló cada noche. Supo decir su nombre y lo repitió como las preposiciones o las tablas de multiplicar. L u c i la, L u c i l a… Lucila.
            ¡Cuántos coscorrones se ligó en manos de su madre cuando le preguntaba algo y no respondía!  Sólo repetía el nombre, los escribía, lo soñaba.
            Llegó la fiesta de la Virgen de la Consuelo  y su tía Catalina lo obligó a ir a la iglesia. ¡Oh, qué sorpresa, ahí estaba ella vestida de ángel! Desde ese día rondaba por el templo a las horas en que pensaba estaría la niña.
Por eso, sólo por eso, ella aceptó hablarle. Recordó…
La “pasadita” ese era el deporte de los pibes de los cincuenta. Fue su mayor progreso. Ella le daba un jazmín o un clavel, él un verso. Ahora los escribía el mismo.

El timbre del tranvía lo despertó de su nostalgia. No conocía a nadie. Cada casa parecía un monumento a la soledad y al silencio. Se acercó a la esquina del café “Los tres Primos”. La vidriera empastada de grasa y de tiempo, lo invitó a pasar. En la semi penumbra, un tango triste gardeleaba historias como la suya.
Pidió un café. El anciano que lo atendió penetró su memoria y escarbó recuerdos. Lo nombró con su…-¿Vos no sos el Chino Rodencio?- y sentó sus várices a descansar. La mesa destartalada sacrificó silencio. – Sí, y ¿Usted no es Don Rubio?- atinó a alargarle la mano desdeñando miedo en señal de amigo. -¡Pibe cuánto tiempo! – ¡Treinta años apenas y muy malos para mí!.- revolvió el café espantando las moscas que intentaban apoderarse de la cálida bebida.- ¡Qué tiempos para recordar aquellos? Ya casi no queda nadie por acá de los que vivían entonces.- El viejo con una servilleta de color ceniciento, muestrario de variedad de uso y comidas, sacudió el recuerdo y espantó las moscas, un momento.
-Don Rubio ¿Qué pasó en mi ausencia? Cuénteme hombre…- ¡No puedo, el corazón lo exige, pibe, me falla cuando hablo, sabés…¡me falla!- Y bué, que vamos hacer.- Gardel comenzó a apagarse. La luz se quedó dormida junto con el recuerdo. Y se presentó la memoria en el viejo café…
-¿Viejita, me regala un peso? Quiero llevarla a la Lucinda al biógrafo. Vamos déme. –No puedo, la fábrica está en quiebra y nos han prometido echarnos si no vamos a la Plaza de Mayo. Sólo si cumplimos con el gremio podemos salir adelante. Chino, te juro que no puedo.- ¿Y papá, no tiene?- Callate. Ahí viene y está peor que nunca. Ahora toma. Está chinchudo y cabreado. No se le puede hablar.- Salí, andate, no me gusta que veas cuando estropea su vida.
-¿Viejo me da un peso, para el cine?- el zapatazo voló por el aire y golpeó fieramente a la mujer, que se acurrucó tratando de evitarlo. ¡Me voy! Gracias igual viejo.
Cuando regresó la madre estaba triste. Sus ojos eran dos lagunas violetas en medio de un globo oscuro. Arreciaban las palabrotas cuando entró el Chino. Ver a su padre así, lo desconcierta. Su padre no es un monstruo. ¡Qué le ha pasado? El sindicato le exige cada día más y más riesgos. El patrón lo tiene entre ojos, desde que va al comité. Los compañeros le piden que vaya a panfletear por la calle.
Así, su padre pierde el trabajo y su madre, que no sabe qué hacer, llora día y noche. El desconcierto lo aprisiona en un mar de dudas.¿Qué hacer? Sólo tiene quince años.
Lucinda un día desapareció del barrio. Antes de irse, su familia, lo invitó  a la casa. La mesa con un mantel blanco con plavinil  transparente, parecía el altar de la iglesia. Flores en el centro y una vajilla brillante, copas de pie alto y los cubiertos lustrosos  como espejos. El Chino, casi se sintió incómodo con tanto esmero. La comida extraña para él, pero sus ojos estaban sólo incrustados en el rostro de su enamorada. Comió. No sabía qué eran todos esos bichos con antenas y ojos. Crujían cuando los mordía. Era un gusto verlos disfrutar de la comida. El padre de Lucinda contaba anécdotas disparatadas y todos se reían. Así supo que se iban a vivir a Córdoba. Así lloró por dentro. Pero ese día cuando se despidió, ella le ofreció sus labios regordetes, que besó goloso. Ella con un mohín coqueto, le tembló de amor entre los brazos. Sintió la queja de su corazón pero no pudo impedir que se alejara. Él, se quedó vacío, sin fronteras de sueños y mucha nostalgia.
Al principio recibió cartas y tarjetas que se fueron alejando como el sollozo del cielo en la tormenta. Y su vida convertida en un infierno, por su padre sin trabajo, su casa se fue hundiendo en la pobreza. Trató de salir de ese mundo. Pero un día que llegó de una fábrica donde consiguió un trabajo, vio a su pobre madre tan amargada, que con furia tomó la decisión de irse.     La amargura salpicó su vida y su destino…en aquel obraje de Misiones dejó las luces de la adolescencia y juventud. Nunca había logrado dejar de pensar en Lucinda. No se casó, ni armó una pareja. Fue acopiando recuerdos y años. Su cabello comenzó a ralear. Delgado hasta lo increíble, sus enormes brazos parecían abrazar al mundo. Pero no tenía a quién abrazar. Quiso regresar y entonces…
Allí estaba. Esperando algo, cuando la vio llegar con su paso coqueto. Traía un jazmín en el cabello recogido. Se detuvo de pronto y lo miró sin sorpresa. –Te estaba esperando, dijo ella.- y se sentó en la mesa. Su mano tembló acariciando las finas arrugas de su frente de mujer hermosa. Y sus bocas sedientas por treinta años de espera se juntaron en el beso más tierno que pudiera esperarse.                                            

             

POESÍAS A MI MENDOZA Y SU VINO

Despliegue peregrino de verdes espalderos
canasto en sauce húmedo en manos de sus labriegos.
Evoco en tus penumbras la fiesta del verano
Me intriga el desamor de hombre ajeno,
el ávido ronroneo de fichas, en el bolsillo viejo.

La siesta destemplada después de la cosecha
despierta mi congoja de pueblera
contempla a lo lejos las paredes de la bodega nueva.
¿Qué tienes en las manos? ¿Qué buscas en la tierra?
La viña duerme quieta el sueño de otro tiempo
del verano u otoño que cubra su belleza.


CANTA... CANTA

por tu mirada violeta privada de sed y plata
atraviesa el niño rústico
cuyo corazón desgrana
una ronda
y por el espinillo tu voz caediza y clara
sentimental como el alma
de un pájaro de otro invierno

canta    canta.
Canta la entraña del ave, que planea sobre el mar
dejando un suave brisa con sabor a coral
abrazando el pecho del niño que mira el sol asomar
canta como un jilguero entre las ramas de un cerezo
que desgrana frutas rojas como besos de verano,
como caricias de ángeles que buscan tus manos
y tu mirada de plata y cobre brillante y noble.
Canta  canta amigo fiel.
Canta, tu sabes cantar.

ESPÉRAME

La  piel fatigada sangra
es marea sin rumbo

El terrible sortilegio de relojes
rodará al manantial.

Rojos misterios oirán tus miradas
mágicos pedregullos fatigarán tus manos
la existencia colmada será un arco iris.

Los sonidos saben que ocultaré
a mis peregrinos

El sopor nochero instalará una finísima pluma 
de sangre solar sobre la cumbre.

Correré una flecha en la marea
tu playa está inmadura.

Yo vivía entre la muchedumbre
salvaba los rumbos
luego el silencio.

Te ocultaré el párpado aquietado
la sonrisa abierta
la mano de ébano

te esconderé las miradas tras espinas
que sangran sin rumbo.
Espérame.


CUENTO ECOLÓGICO

HAN LLEGADO.
             Las “ursutas” tejen huellas fatigadas en la holladura. Un silbido desaguado escapa por la mandíbula desdentada del pequeño hombre que corre hacia su aldea. Su mente está nublada por la falta de oxígeno. No alcanza con su “cuyico”, agrega hojas de coca a las que se maceran en su boca. Un hilito verdoso escapa por sus labios agitados. Ásperas, sus manos, tratan de guardar en la “guayaca” el papel que recogió en el mercado. Ya está a la vista del caserío. Los adobes fuertes resisten el frío y el calor de la puna. Sangran sus pies cinabrios. Su piel y su rancho son iguales. Fuertes y toscos como la tierra que los “gringos” quieren quitarles.
            Kispe Mamaní, ha visto a lo lejos ya, la columna de humo. Los rumores de las máquinas que fueron a espiar los iniciados, cada amanecer los ruidos son más furibundos. Se acerca a la casa del Bacilio Condorí. El anciano, tenido por jefe, lo espera con su ceguera prudente junto a la pirca que separa cada casa habitación. Una turbamulta de perros hambrientos y ladradores, lo secundan. En la mano un cigarrillo de tabaco fibroso armado con miel, hace su intento de transmitir una fingida serenidad que escapa de sus humores de jauría arisca. Ni una mujer está por ahí, todas han bajado a los mercados para diligenciar sus tejidos y arropes de tuna, los quesos de cabra y el patay sabroso. No son buenos los tiempos. Un asesor del gobierno vino, hace como seis meses a convencerlos que las nuevas tierras que ofrece el gobierno son mejores que éstas. Pero ellos, hace muchos siglos que habitan esa zona austera del altiplano. Sus antepasados aimará y coya, cazaron y plantaron en la aridez de los valles y los huincas, los fueron corriendo hacia el alto. ¡ Otra vez no! Nadie quiere moverse, pero el humo es cada vez más denso y pasan por la carretera, vieja huella inca, un arrastre de camiones y grúas, con gringos rudos que hablan difícil. Ni Kispe ni Bacilio les entienden. Vinieron a comprar gallinas y ponchos de vicuña. Nada se llevaron. Las mujeres escondieron todo y se fueron cabreados como bribones greñudos.
            Kispe se sienta en la costra noble del terreno que sostiene a Bacilio Condorí. –Han llegado.- y en sus ojos abatidos una luz de odio destella empeños.
-                     ¿Qué manda, Bacilio? Lo que encomiende haremos.- y un distintivo de sugerente actividad clausura cualquier diálogo de paz.
-                     ¿Cuántos son? ¿Quién los acompaña? ¿Hay gendarmes o la polecía? Diga, hombre- satura el humo del cigarro casero la voz carcomida por la vida.
-          Son muchos y armados como el mesmo diablo. – y se seca el sudor que ultraja las carcomidas grietas de la piel oscura. –Los gringos son como cuarenta y tienen rifles.
-          Entonces no se hace nada, como siempre nos sacarán en caravana de cadáveres hasta el camposanto de los crestianos. No dejaremos que ganen con sus mañas. Un coya más o menos al gobernio no le hace. Haiga que contemplar como talan para hacer papeles. Mesmo como para plantar los granos. Nuestros padres incas llorarán su selva y nojotros que ni de letras ni de papeles conocemos, poco a poco nos enquedamos sin selva.
-          Bacilio y si se va con los señores del pueblo y les pide... , tal vez se apiaden, la selva también es dellos. La Pacha Mama, ahorita debe estar muy cabriada. –el silencio montaraz se aproxima a los hombres.
-          Ajá, tal vez. – las hilachas de luz cobijan los cuerpos mientras el humo penetra con su ardiente olor agrio los pulmones.
Los resplandores rojianaranjados derraman fatídicos las alas sobre la tierra. Arden los antiguos bosques de quebracho y van desbastando la otrora fauna y flora del noroeste puneño. ¿Allí sembrarán los gringos? Sólo muerte, sólo muerte.
Kispe Mamaní, pertrecha su mula para bajar al poblado. Una amontonamiento de viejos papeles envueltos en tela hilada en fina trama de vicuña, es el tesoro que guarda entre su saco de industria China. Se lo compró la Doralisa en el mercado. Allí estará el maistro para que lo acompañe. El es el que escribe lo que los hombres piensan en papeles con figuritas de colores que adornan las palabras. Con desenvoltura el maistro le habla a los jefes del gobierno. ¡Tal vez logre que lo escuchen!
Muy  a la hora de los insolentes colores del alba, cuando apenas se mueven las aves pregonando a Inti, sale con su carguero. Fluye por el risco cerca del río que de grana va tiñendo el agua. -“Si su Merced quiere dilatar al gringo que manda a quemar el bosque, si su Merced se apiada de los animales que se están cremando, si su Merced tiene misericordia con el pueblo coya... otros niños, más tiempo en el tiempo, lograrán ser grandes”- divaga en la quietud  del amanecer. El humo ha cambiado el color y es agrio y sombrío. Crepita en el silencio de los matorrales. El Kispe Mamaní recibe un balazo en la espalda. No cae, se arrastra. La mula se detiene y rebuzna. Aprieta los papeles que esconde entre su carne herida y sangrante. Sale de entre la maleza un sucio operario, lo sube al mular y le pega un chasquido con chicote de cuero trenzado. Corre el animal, herido su costado, llevando la fúnebre carga.
                        Casi al mediodía, en la plaza se arremolinan los hombres junto al animal que ha acercado su carga. En el atrio de la gobernación, el maestro extrae del cuerpo frío los papeles. Escrito con tinta muy negra, rubrica su Merced: -“Estos hombres libres son dueños de todo el valle”- Manchados de sangre están los sellos que tienen más de cuatrocientos años.
                        De un camión sale un hombre extraño cargando unas armas muy fieras. La gente retrocede y esconde, el miedo les inmoviliza y la pobreza es invariable.

                         En la República Argentina, Bolivia, Brasil, Perú, Ecuador se queman diariamente ciento de bosques para plantar soja y otros cereales. Los viejos habitantes de la zona cercados por la codicia van entregando en silencio sus tierras milenarias. Queman los leños sin piedad, siendo necesarios para los poblanos. Ni siquiera se usa para fabricar papel. Desde los aviones se pueden observar los grandes círculos de fuego que avanzan y el humo contaminante. La capa de Ozono, es cada día más débil.
             VOCABULARIO:
Ursutas: ojotas de cuero trenzado, calzado típico de los aimará y coyas de Noroeste de América del Sur.
Cuyico: hojas de planta de “Coca” que mastican permanentemente para soportar el Hambre y las alturas en la misma zona.
Guayaca: bolsa o monedero hecho con fibras vegetales, que usan los nativos, para guardar objetos.
Patay: torta que se hace con las semillas del algarrobo, árbol de América. Dulce y muy nutritiva.
Huincas: palabra “mapuche” que se usa para nombrar al hombre blanco.
Mesmo, gobernio, haiga, nojotros, enquedamos, dellos, cabriadas, maistro,: son  el sociolecto de los nativos que no hablan bien castellano-español.
Pacha Mama: madre Tierra. Venerada por los indígenas desde los principios de la historia.
Inti: Dios Sol de los Incas y Aimará.
Puneño: habitante de la Puna de Atacama.

Pirca. Paredes de piedras armadas con exactitud, para separar los corrales, las casas y para evitar que los guanacos, vicuñas y alpacas, como luego vacunos y equinos, se dispersaran por las laderas de la montaña.

EL JUEZ Y LA MUERTE

Un susurro penetró en el cerrado círculo. Un cubículo negro. Sombras y ventanas ciegas. Ella, con su cabellera enrulada, sus ojos fuertemente maquillados y labios rojos, ingresó sin dejar duda de su condición de letrada. Juez. La negra toga envolvió la figura. Sus títulos académicos la respaldaban. Diestra en la palabra y el discurso, áspera y arriesgada en la refutación. Muchas miradas la despellejaron viva. No quedó un solo trozo de su cuerpo que no fuera deseado por la lujuria, envidia u odio, de quienes se apretujaban para escuchar el juicio. Allí convergían los sentimientos simiescos de una generación de tinterillos abrazados a los códigos. Quemados por ansias de  poder. En un sitio casi invisible, estaba parado un chico. Un reo lo miraba con lascivia. Varias miradas saltaban en una rayuela inescrupulosa de uno al otro. Sabían que el defensor trataría de demostrar que el niño había sobrepasado todos los límites, llevando al pobre e inocente “inculpado” a invitarlo a su cubil para entretenerse con juegos innombrables. El muchacho sabía que un afilado cuchillo le incrustaba el filo sobre la garganta mientras las manos torpes lo desgarraban.  Parecía muerto cuando lo dejó en la playa. Así lo encontraron sus amigos. Los periódicos mencionaron que era el hijo de nadie. Vivía en la calle, en puentes o atrios de conventos. Que merodeaba el mercado en busca de comida.
                        La juez observó el rostro del reo y vio en él, una luz cetrina. Abigarrada. Burlona. Vio el desprecio a su condición de mujer y erudita. Miró al joven. Vio a un animal atrapado por la vida. Aterrado. Sin futuro ni esperanza. Comprendió el papel que le regalaba el destino y sentenció a muerte. ¡Muerte al malvado! La cámara de gas, dijo sin elevar la voz. ¡Muerte al lujurioso! Aunque sabe que nada devolverá al muchacho lo perdido. Y corren los periodistas como liebres, nadie esperaba semejante sentencia. Se desploma el inculpado. Llora el adolescente.

                        Como juez, esgrime una presencia valiente y camina sin inmutarse hacia la salida. Su cuerpo es ahora más fuerte y seguro. Indiscutiblemente la vida ha ganado una batalla. Y también la muerte, la zorruna está allí babeándose por el triunfo que ha obtenido.

PERSONAJES EN EL FERROCARRIL



EN DUBAI EN LA ZONA DONDE ESTÁN LAS TIENDAS DONDE LLEVAN A LAS DUNAS Y A COMER EN CARPAS LOS BEDUINOS.
EL TIEMPO 2

Hay un tiempo sacrílego de luna desgajada,
vierte sudor de fuego de lágrima azul.
Es tiempo de solsticio, de naufragio silencioso,
inmolado en simetría de una vida malograda.
Muere en el mar,
agazapado en la tiniebla,
el horizonte sumiso y desgarrado,
me detiene allí,
donde limita el olvido y desperdicia la sed.

Hay otro tiempo sin tiniebla
aurora liberada en un sótano blanco
y el lienzo es espuma quieta,
juego infinito de boca y ojos confundidos.
Labio ardiente,
entre los labios de manzana,
abrazo de tentación mojada en beso
ícono desnudo en alabastro,
iluminado por el sol.
La pupila es de incienso y oro.

Nuevo milagro de los dioses. 

CUENTO INFANTIL

DE TU CUENTO A UN INVENTO.
            Te voy a contar la historia de una niña que se llamaba Regina. Era muy, muy mimosa. Su abuela le contaba cuentos, le hacía milanesas con puré y le compraba juguetes. Pero Regina nunca estaba feliz.
         Un día el cielo apareció gris y lleno de nubes oscuras. Presagiaba una tormenta y hacía mucho frío. La niña, no quiso ir a la escuela. Su mamá y su papá que trabajaban todo el día, tuvieron que llevarla a la casa de la abuela para que no se quedara sola en la casa.
         Aprovechando que estaban juntas, la abuela la invitó a jugar a cocinar masitas de chocolate y coco. Regina se encaprichó y sólo quería ver televisión. La abuela la dejó en el comedor mirando un programa infantil, pero el sueño la ganó y se quedó dormida. Así comenzó a soñar.
         Regina soñó que se elevaba en las alas de un pájaro enorme de pico afilado y garras de acero. Volaba tan alto en el cielo, que desde ese lugar podía ver la cumbre de la montaña, los enormes ríos que desaguaban en las plantaciones de los valles y hasta un azul lago rodeado de pinos.
         El sol le hacía cosquillas en la cara y escuchaba el relincho de caballos salvajes. Jugó con cachorros de perros y pequeñas cabritas. Juntó mariposas y escarabajos azules. Nadó en un arroyo de agua dulce y tibia. Seguía volando por entre las nubes. En un rincón, inventó un huerto con manzanas gigantes, aves con pelos, árboles de color celeste y gatos con plumas de color rosado.
         Caminó por las hojas de una palmera de cartón y se vistió con una capa de azúcar amarilla. 
         Regina estaba muy feliz. Reía y reía entre las enormes plumas de las alas del ave. Pero... de pronto sintió un rugido tan fuerte que la despertó. Era un trueno que anunciaba la lluvia. Un tremendo chaparrón desdibujó el jardín.
         Una taza de chocolate caliente con galletas dulces, le hizo despabilarse. Los brazos amorosos de la abuela, fueron el refugio de su temor a las tormentas.

         Ya siendo noche llegaron sus padres a buscarla. La abuela estaba un poco triste. Regina, sólo hablaba de su aventura en el sueño. La pequeña le prometió que otro día vendría, pero sólo para volver a soñar como ese día. ¡Así conocerá los hermosos cuentos que inventa y la abuela le hará ricas galletas! 

miércoles, 22 de noviembre de 2017

DEL LIBRO DE "TRENES, HOMBRES Y OTRAS COSAS"

TRABAJANDO EN LAS VÍAS

El punto rojo del cigarrillo se destacaba en la oscuridad. El vapor que salía de la locomotora parecía un fantasma socorriendo a los vivos. Sólo un muerto, puede dar esa sensación de humareda vaporosa y frágil.
Los chirridos de las ruedas sobre los rieles aquejaban los oídos, a pesar de ya haber perdido casi toda la capacidad de escuchar de los hombres de ese rincón de los trenes.
Con tanto humo seguían fumando para apaciguar la soledad. El miedo de perder un miembro cuando se movía un vagón o se caía una de las pesadas ruedas o ejes del tren que arreglaban. No se podían distraer. Para evitar la muerte o quedar como el Ramón Oviedo, en una silla que le fabricaron los compañeros en los talleres.
El olor del cigarro los concentraba en su mundo. Los trenes.
Deoclesio se limpió con estopa la grasa y sacudió el pantalón con tanta fuerza que sin darse cuenta dejó manchas de sangre en su trasero. Tenía agrietadas las palmas por el duro esfuerzo. No sentía dolor. Era como una queja de su cuerpo eso de andar dejando huellas rojas en la ropa. Un día alguien al pasar le comentó que parecían flores las manchas. ¡Qué coraje! Flores… esos pedacitos de piel que se iban quedando dormidos en los rieles o en las herramientas.
Un sacudón lo sacó del embrujo, en el mismo instante comprendió que se había distraído y pudo ser “finado”. Y, ¿qué le pasaría a la Aurelia si el se marchaba como el vapor del tren? ¡Nada! O tal vez un poco más de miseria. Ya estamos acostumbrados.
El Florencio le pegó un grito, que apenas sobresalió del chasquido de los fuelles del viejo mamotreto que estaban reparando.
-¡Deoclesio, pase una pinza y la “francesa” que dejó en el banco del taller!- y se escabulló entre los maderos de la factoría haciendo un mutis con los alborotados sonidos que ya le atormentaban. Tomó las herramientas y miró con ganas la puerta de salida. Le faltaba como una hora para que sonara el silbato de final de trabajo.
- Acá tiene, masculló no la pierda como la semana pasada que después hay que pagarla.
El movimiento de los fierros les contagió una breve euforia. ¡Eran los mejores! Sacaban trenes de esas chatarras destruidas por el herrumbre y el carbón.
El agudo sonido de la sirena los reconfortó. Dejaron la máquina y guardaron las piezas y útiles para no tener que pagar de su magro salario. Pero Deoclesio no vio la maniobra de su compañero que escondía una de los instrumentos de más valor.
Al llegar a su casita, pequeña pero cuidada con esmero por su mujer, dejó su ropa de trabajo y dándose un baño, se acomodó en el sillón que desvencijado se adaptaba a su cuerpo. Tomó unos mates y escuchó unos tangos en la radio. Luego llegaron los hijos del centro donde trabajaban y cenaron; después, se fueron a terminar el colegio en la escuela parroquial. ¡Si no tienen un título, serán siempre como su padre, un obrero que gana poco y “labura” mucho!
Se quedó dormido en el sillón. Lo despertó una sirena aguda, no era la de la fábrica. Incendio en el conventillo de la vereda del sur. Salió para ver si podía ayudar, no le permitieron acercarse. Clavó la vista en el fuego y supo que el tren a vapor iba a desaparecer. Como no lo había pensado antes. ¿Qué trabajo haría él, si se terminaba el ferrocarril a carbón? Miró la alta columna de humo negro y suspiró. ¡Dios no permitas que se cierre el taller!
Pasaron unos años y sus hijos con su título a cuestas y con la clausura de los trenes a vapor, lo jubilaron. Ya no tenía que pelear con la grasa, ni el carbón ni el hollín, ahora podía conocer otra zona de su ciudad, ir con su “vieja” al cine de barrio y sentarse a tomar un café en el Bar Los Nombres del Amor” que estaba enfrente de la estación de trenes eléctricos. Descubrió que su compañero había robado tantas herramientas que se había organizado un taller de reparación de autos y de puro “macho” le colgó en la puerta una noche, un cartel que decía:¡Ladrón…! Y se armó un gran revuelo y él, lo disfrutó cuando llegó en un auto de la policía esposado. ¡”Chorro”! Tuvimos que pagar con nuestro sueldo las cosas que te “afanaste”. Y se fue riendo porque el Florencio lloraba cuando se lo llevaron a la comisaría.

Al final él, era el héroe de esa historia, se acomodó la medalla de oro, que le dieron por los cuarenta años al servicio de los ferrocarriles y que tenía su nombre: Deoclesio Martínez.

PAZ II


La guerra entrometida separa las pitanzas
ha ganado en los cofres de  avarientos señores
la guerra   la señora que engorda  con sus mitos
la guerra que ha dejado sofocado a los duendes           también a los demonios
Nada queda   es la noche  otra noche hambrienta de pecados
ha caído una campana  que anunciaba  a Gloria
Nada queda             en las ventanas         se rompen los cristales como gotas de agua
se caen    se caen  sobre la tierra yerma
mañana, si vuela una semilla y penetra la tierra
florecerán los prados   emergerá algún árbol solitario
y cantarán los pájaros    otra vez cantarán

y los niños             y         las mujeres ...

A OLGA OROZCO


Olga Orozco:   “Es como balancearse en el vacío....
                                   “es como envenenarse.....”


Cómo será la cera con que fraguaron tu boca
si de ella van saliendo  marejadas de soles.
Cómo será la cinta que dibuja tu frente
si en la superficie escribo el sabor de los nombres
que palpitan de pulpa frutada de ciruelas.
Cómo será la piel de la cintura estelar de tu cuerpo
si se enrosca con versos de  prolongado vuelo.
Amanecerá quizás en la cabellera suelta una danza
infinita de crepúsculos violetas.
Oscurecerá en los ojos de pupilas inquietas
con perfume a naranjas calientes de  recuerdos.

Será como acuchillarse en las nubes sedientas
será como amortajarse en los capullos abiertos
será como extraviarse en las calles desiertas
será como despertarse en el lecho sin besos.
Será cuando me nombres con suspiros ajenos
o cuando me convides tu risa despareja
o cuando pase el agua por las piedras del cielo
o cuando ronco para no gritar en duelo.


¿ES POSIBLE LA PAZ?


PAZ.
Escombros en las trincheras de calles sin salida
Hay  niños que se arrastran entre el lodo y la carroña

Vestigios de alaridos con hilachas al viento el sonido de esquirlas en los altos espectros
edificios confusos hostigando el silencio        nadie cansa las calles

Un rumor de gargantas que zozobran su duelo
son mujeres perdidas con el hambre en los senos
son pequeños espectros con costillas heridas

Nadie arrulla en las plazas            descampados desiertos
ya extinguidas palomas escaparon en vuelo
y una sola metralla convirtiendo los huecos en cestillos
de cieno pernocta en los lagares de plomo y humo negro.

Nada queda de la tierra que frutecía perfumes celestiales
yertos campos sedientos de arados y simientes escupen huesos pútridos de antiguos labradores
escondrijos               escombros            esqueletos de árboles
un cielo que pernocta con espectros sin nombre
entre los pastizales se entreabre una rosa cuajada de rocío
llora           un pájaro llora           un solitario pájaro       un cuervo

un niño dormido  solloza entre los brazos sedientos de la muerte.

FOTOS DE DUBAI