COMO EL HORNERO
De cosecha en cosecha siendo obrero
golondrina, llegó Cesario del norte a la tierra de los viñedos. Allá, en los
montes de la región noroeste, ya han desmontado y no queda nada. Los algarrobos
son la sombra de un remoto esplendor de la tierra. El nuevo patrón, pregunta al
hombre: “¿Años?”
—Veintiocho, ansí me anotó mi mama—. Y una mirada inquisidora se
desliza por la piel descorchada de otro desalojado del terruño.
—Soy fuerte patrón, he levantao una zafra enterita en Tucumán y
domé potros en tierra e’ Córdoba.
Pequeño, de piernas gruesas, pies
enormes y brazos como leña seca es el montaraz. Ojos negros achinados y
crinado. Bajo el ala del sombrero desgastado y olvidado del negro con el que lo
fabricaron, esconde fuerza y coraje. Usa bombacha amarronada y sin botones,
alpargatas. Lleva un insignificante bulto, en que acarrea todo lo que posee.
—¿Cuánto querés ganar?
—Lo que le venga en ganas, comida y catre..
—Andá, la Adelaida
te va a enseñar el galpón donde hay otros jornaleros como vos. Acá nada de vino
ni cerveza mientras se trabaja. Y cuidado con pelear. ¿Tenés cuchillo? Me lo
dejás acá.
—Yo soy tranquilo don, muy tranquilo
y sólo pito un cigarro cada vez que lleno la panza.
—Bueno, me alegra que seas tranquilo. ¡Dejame acá el facón, eh! Andá
nomás.
Camina,
el Cesario, con la esperanza abrigada en el corazón. ¡Por fin trabajo! Hace
como dos meses que sólo changuea por acá y allá. Nada fijo.
Desconfiado, husmea. El lugar es grande, Un galpón separado en dos
con un panel de madera, donde esperan un par de catres con pellón de oveja y
manta de lana, aguarda el cuerpo cansado de los peones. Ese espacio da abrigo a
la fatiga por el trabajo de la viña en época de cosecha.
“¡Mal clima nos está acechando! Anteayer,
granizo, hoy lluvia. Mañana, espero que mejore, si no se pudrirá la uva!”, opina la
Adelaida, mientras le entrega unos platos, tenedor y cuchara,
con un cuchillo casi sin filo. Una palangana enlozada, muy cascada yace en un
rincón con una jarra de plástico amarillo llena de agua para lavarse. La toalla
de color cetrino pende de un clavo en los adobes descascarados. “Acá tenís un
cajón con tapa para guardar tus cosas”. La voz cargosa de la mujer, quiere
ordenar la vida entre los obreros golondrina. Adelaida, la Gorda, como le dicen todos,
se mueve al compás rítmico de sus piernas enormes. Es un burdo barco graso que
se desliza por la tierra apisonada con agua y escoba de pichana. “A las nueve se cena. No lleguís
tarde que ti quedás con lo pior.” Parte arrastrando
el trasero, afortunado en carnes, como triunfo de una vida plena. La cocina es
su mundo.
Cesario alborozado recibe los
cachivaches en silencio.
—Tá güeno. ¿Y cómo voy a saber la
hora?
—Ya te vay a avivar solito—. Se escucha la cháchara de la matrona.
Negras nubes merodean sobre los
viñedos. El muchacho se persigna y busca agua fresca en la bomba manual del
patio. Allí se encuentra con dos braceros más, que lo estudian para sacarle
algún comentario, Los evita.
Ya en la cocina, sentado junto a una mesa de madera de pino, sin mantel
y sobria en trastos, la
Adelaida trajina ollas tiznadas con perfume de puchero.
¡Suculento golpe para el hambre de un estómago vacío! La albahaca y el tomate
maduro, conspiran con la hambruna de todos. Ni nombrar el tufillo obsceno del
orégano.
—¡Mal tiempo doña! —comenta un
boliviano color de aceitunas negras.
—Ahorita salgo con la pala hacir una cruz de cenizas pa´ alejar la
tormenta —contesta la doña. “La ayudamos”, dicen todos para meter la nariz
en la extraña ceremonia ancestral del campo.
—Nosotros la hacimos de sal gruesa
—mete Cesario—. Allacito en mi tierra, la fabrican de sal gruesa y es güena.
Por la puerta abierta a la penumbra,
que se desplaza solapada, ingresa el patrón acalorado:
. —Mañana necesito ir a la ciudad con
dos de ustedes.
—Yo voy, si quiere —ofrece uno..
—Yo también —expresa Cesario.
—A las cinco en punto me tienen que
esperar junto a la chata vamos a buscar fungicida y caldo bordelés, para el
parral del este, que tiene peronóspora. Y también hay que traer cosas pesadas,
solo no puedo ir. Y vos, Evaristo, andate preparando la mochila y el
tractorcito con tanque, para fumigar, así apenas regresemos te hacés la parte
más jodida. Te ponés un trapo en la nariz, te cubrís los ojos y le metés duro.
Si se llena de hongos la viña, a la uva hay que ararla toda y esto se va a la
mierda. ¡Qué clima de porquería, carajo! Esto no parece Mendoza”.
En la finca oscurece. El resplandor que
perfila olivos y vides imita un espantapájaros sombrío. La silueta grácil de la
cordillera se recorta con la claridad de la nieve eterna. El espectro de la
arboleda húmeda por la lluvia acaba de negarse a continuar para hacer daño, y
surge un cuadro fantasmal. Un zorzal apunta hacia uno de los álamos que
bailotea una danza perfecta junto a las acequias. La noche interrumpe
adueñándose del parral. Todos duermen.
Al
amanecer, una luz lejana se desparrama suave invitando al sol a entrometerse en
la heredad.
—¡Si viene mucho sol, sonamos!
Más humedad y más hongos. Pero sin sol no hay tenor alcohólico en la uva —le
explica a los atolondrados obreros que escuchan sin
entender mucho de lo que habla el patrón.
—Y diga, don ¿de ande sale eso?
—Si serás abombao, de l´azucar de los granos —explica el otro como
si supiera.
Cesario observa y abre sus oídos grandes para aprender. ¡Le gusta
esta tierra y piensa quedarse!
Aclara. La ciudad contornea sus edificios como gigantes
enfrentados en una guerra cruel al campo. Luego de un breve recorrido,
encuentran los remedios para fumigar y después de ir a los bancos, el patrón
quiere regresar.
—Odio la ciudad. El tránsito, la
gente que te empuja y los ruidos.
Hacia el este, Montecaseros está más cerca de la vida. Cesario
piensa y pregunta si es posible construirse una pieza con adobes, para vivir
solo.
—Acá, che patrón, sobra el barro.
—¡Ay, vos querés volar
alto! Muy rápido. Esperate a terminar la cosecha. Ya veremos. Si sos bueno con
la tijera y el tacho, capaz que te de un terrenito en el cuadro sur y te hacés
un nido.
—Sí, como el de un hornero, don.
Sueña el golondrina con su nido de barro, como son los ranchos
cerca del río, allá en su tierra. Sueña.
Vocabulario:
Zafra: cosecha de caña de azúcar y tiempo de
fabricación del azúcar.
Changuea: (changa) trabajo breve con contrato verbal,
especialmente entre trabajadores sin educación formal.
Pichana: escoba que se fabrica con ciertos vegetales
de la zona árida y xerófila.
Caldo bordelés: agroquímicos usado por los viñateros como
fungicida.
Peronóspora: enfermedad de los viñedos característica
por su color rojo-violáceo en las parras.