La pequeña población donde Maida nació, es un rincón lleno
de gente simple y le gusta de la charla larga que se produce al ocaso en el
mesón “El Disparate”. Allí se concentra todo el parroquiano que regresa de sus
tareas diarias en el campo o en las oficinas estatales.
Su padre un tonelero que hábil con las herramientas provee a
varios pueblos de los alrededores. Su madre, Gimena, una mujer que se siente
feliz con su trabajo hogareño. Tiene cuatro hermanas y dos hermanos que la
miman y la cuidan mientras hacen sus tareas de escuela. El pastor alemán se
llama Lemus y no saben quien le dio el nombre, pero los sigue como su fidelidad
le dicta.
Maida es una niña tímida y suave, diferente a sus hermanos
que ruidosos, van y vienen por el pequeño hogar y la huerta que rodea la casa.
Con ellos vive el abuelo. Un anciano callado y sabio que sabe de plantas,
cosechas, siembra y animales de granja.
De vez en cuando se sienta en la mesa del bar y toma una
cerveza y charla con los parroquianos. Lemus siempre a sus pies esperando un
bocado que deja caer sin disimulo. Algunas veces el saca el violín y ejecuta
antiguas melodías de su infancia y juventud. Sus dedos algo agarrotados por la
artritis y el paso de los años logran un bello sonido a pesar de eso.
Pero los años pasan y Maida crece con una enorme necesidad
espiritual que la acercan a los enfermos, niños solos y ancianos que sienten
que esa niña les lleva un arco iris de paz y ternura. Los padres la observan y
murmuran preocupados que no es de este mundo real, sino de uno más lírico.
Excelente alumna y buena con el violín que heredó del abuelo, canta en la
iglesia con el beneplácito del cura. Ella cree que tiene un llamado especial de
Dios para hacer de su vida un camino religioso.
Ingresó en un convento. Su vida allí fue un mundo de paz y
oración. No perdió la alegría pero al paso del tiempo comenzó a sentir una
pequeña comezón en el corazón. ¿Qué sería su vejez? Sus hermanos con hijos y
familias alegres y ruidosas, la visitaban una vez al año y ella disfrutaba al
llegar y sufría al irse los amores de los sobrinos.
Un día preparó su pequeño bolso y pidiendo permiso a la
superiora se retiró del convento.
Pasó un par de meses y conoció a Daniel, un ferretero que ya mayor
estaba solo y le ofreció matrimonio. La duda era grande, pero pudo más la
ternura de ese bondadoso compañero que le mostró otra cara del la vida. así ya
mayores, una mañana alguien dejó en su portal un niño de apenas meses y ambos
llenos de alegría lo recibieron con los corazones abiertos. Con el paso de los
años, el muchacho se puso rebelde y una noche, discutieron con él porque llegó
bebido. Al día siguiente encontraron a la pareja con un cuchillo en el pecho
bajo un charco de sangre. Aun busca la policía al desgraciado hijo
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