viernes, 10 de enero de 2020

LA PROFESORA DE DANZA




La calle estaba desierta. Valerio, caminó adormecido por el frío. Le dolían las pantorrillas y el dorso escapular. Si lo veían sus amigos seguros se reirían de su ropa. Estaba vestido como le indicaba la profesora de danza. Él, amaba la danza, pero en la ciudad aun cabían los que creían que eso no era de “machos”. ¡Pobres idiotas!
El soñaba con recorrer el mundo. Comenzaría por New York, luego iría a Moscú y París. Soñaba con recorrer ese camino difícil pero increíble de la danza.
Todo comenzó una noche en el hotel donde lavaba platos, apenas tenía catorce años. Había una mesa llena de jóvenes que llegaron tarde, pero que con gran reverencia del patrón, fueron recibidos y cumplimentados. Pidieron pastas a la italiana y comieron con gusto a saciar. Él, los espiaba desde atrás de una ventana. De pronto una muchacha delgadísima se irguió y comenzó a danzar al ritmo de un tango que sonaba en un gramófono. Se paró un joven y comenzaron a bailar, dejándolo boquiabierto. Nunca había visto unos cuerpos moverse con esa virtud de ramas de plantas, parecían juncos o sauces, o telas tenues que dejaban su cuerpo como las cuerdas de una guitarra. Cuando terminó la música ellos rieron. Valerio se dio cuenta que estaba llorando. Era una emoción nueva. Un impulso lo hizo entrar y se animó a preguntarles qué era eso que habían hecho.
Lo miraron con extrañeza, pero le dieron una simple palabra. ¡Es nuestro trabajo, bailamos clásico, tango, jazz…! Bailamos, amamos nuestra tarea. Y preguntó dónde se aprendía. Un alto y fornido bailarín le extendió una tarjeta. Esta dama te puede enseñar.
Esa noche se fue con la idea de ir a buscar a la maestra del grupo. A la mañana se vistió muy formal y se fue en tren a la ciudad, al barrio y a la calle indicada. Era en una cortada de la parte antigua de la ciudad. Una casita pequeña, sencilla y con un perfume a pino de los pisos que estaban pulidos como vidrios. Tocó y esperó. Salió una mujer de unos cincuenta años, de cabellos ondulados y suelto, su ropa mostraba su libertad interior. Los ojos eran de un ser feliz, su boca sonriente. Valerio, nunca había conocido ese ejemplar de ser humano. Su familia vivía riñendo, trabajando y criticando a todos.
Entró y vio un espejo enorme. Ocupaba toda una pared, donde había una suerte de madera como para sostenerse. En un rincón un amoroso propagador de música. Muchos discos y también un piano. Negro, reluciente y con las teclas amarillentas por el uso.
Conversó unos minutos, hasta que llegaron unos estudiantes que estaban por comenzar la clase. Madame Lorette lo invitó a quedarse. Se enfrascó en la clase. Repetitiva, aburrida y disciplinada. Él, no sabía que así era el sistema. Hizo una seña y salió corriendo. ¡No volveré! Estoy loco si regreso. Esto es muy duro para mí, prefiero seguir refregando platos en el restaurante, algún día aprenderé de Julien a cocinar y seré su ayudante. Pero, esa noche no pudo dormir. Soñó que estaba en un teatro y que bailaba y que volaba junto a un pájaro humano envuelto en gasas de colores. Despertó asustado. Y supo que regresaría.
No había preguntado cuánto costaba estudiar cada clase. Igual, llegó esa noche y llamó a la puerta con la esperanza que no le abrieran. Allí estaba la maestra, parada y le tomó del brazo haciéndole entrar.
¡Ven prueba! Y comenzó a dar los primeros pasos. Se enamoró de su cuerpo, de sus músculos de su andar sobre el piso reluciente como cristal de azogue.
Pasaron varios meses y Madame Lorette entendió que ese chico era un elegido por los dioses de la danza. Pero una noche llegó su padre y cuando lo vio, le propinó una golpiza. ¡eres una vergüenza para nosotros! Sal inmediatamente de aquí. Se calzó y salió con la nariz goteando sangre. Caminó por la calle empujado por su padre y los amigos que lo habían acompañado.
La profesora de danza lo llamó por su nombre para que regresara, sabiendo que si no volvía, su vida sería un infierno. No regresó. En el periódico de la fiesta de la Libertad, apareció un pequeño anuncio de un joven llamado Valerio que colgaba del puente del río helado que cruzaba la ciudad.


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