lunes, 6 de enero de 2020

TERRIBLE TORMENTA




            Artemio…Artemio, llamó la abuela Laurencia a los gritos. Mire que viene la tormenta. Hay que llevar los animales al corral, las gallinas al reparo y tapar las plantas que están más expuestas.
            Desde lejos, si mirábamos el horizonte al sur, se veía una línea negra como de muerte. Era el granizo. Comenzó a soplar un aire fresco que se hizo viento helado. ¡Es la piedra, Artemio! Perderemos todo y las manos endurecidas por el trabajo y la tierra, se apretaban en la falda bajo el delantal de la abuela.
            El “Kalu” olfateó el aire y se echó debajo de la mesa de la cocina. Su cola parecía un abanico de pelo ralo en el piso de tierra y ladrillos viejos. El abuelo, me dio la orden de traer del galpón unas maderas que tenía apoyada sobre la pared y como pude con mis catorce años, las traje y se apuró a martillarlas en las ventanas que de viejas se astillaban. Luego salió con mi abuela y una pala, la llenó de ceniza del horno de barro y se fueron luchando contra la tormenta hacia el sur de la finca y allí entre los dos, hicieron una cruz en la tierra dura y de rodillas comenzaron a decir frases religiosas a un santito y a Jesús.
            Yo, los seguí, sin que me vieran, el viento me tiraba al suelo. Ellos apenas podían, con sus pesados años, llegar hasta el lugar donde hicieron el “conjuro religioso”. Cuando la abuela me vio, enojada me hizo seña y me hincó junto a ellos y me hizo rezar lo que me enseñó el “padre cura” en Catecismo. Y como por arte de magia o por la intervención de Dios, la terrible tormenta se fue alejando hacia el lugar en que la pala con cenizas señalaba más a la montaña donde no hay viñedos ni huertos.
            Supe después que aparte de ceniza, la abuela Laurencia había puesto sal gruesa en el lugar y cuando cumplí los veinte, antes de ir a servir a la Patria, me enseñó cómo se debía desviar la tormenta. Ahora cuando veo los nubarrones, hago un pequeño surco en el jardín de mi casa con ceniza y sal por si hay gente que no conoce cómo se alejan
las borrasca.

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