Las metrallas y obús, hacían vibrar la tierra. Habían recalentado el aire
con el humo apestoso de la pólvora. Caían los trozos de paredes y árboles de la
pequeña aldea. Allí habitaban un puñado de resistentes pastores nómadas que no
permitían que les quitaran las tierras de pastoreo.
El más anciano había atrincherado a las mujeres y niños cerca del pozo de
agua en una cueva antigua de los antepasados.
Esa gente buscaba sacarlos para hacer perforaciones para extraer petróleo.
Lucharían hasta el fin.
Una noche Lumamba se escurrió espiar a sus enemigos. Los vio tan frágiles.
Eran unos hombrecitos blancos con ropas gruesas y botas de cuero. Transpiraban
con un sudor pestilente y amargo.
No tenían agua, o tenían muy poca. Entonces, corrió en la oscuridad hasta
donde estaban sus mayores y les relató lo que vio. Ellos comenzaron a pensar
qué hacer y entre todos lo comisionaron a Lumamba para que se acercara a pleno
día con un odre con agua. Pero ese líquido estaba enfermo con la dolencia de
los intestinos.
El muchacho se animó, se colgó el agua de su frente y apareció por un
matorral como por casualidad.
Cuando lo vieron le apuntaron con unas armas metálicas, pero él, valiente
les hizo seña que solamente llevaba agua. Ellos al ver que el muchacho tomaba
un sorbo le arrebataron el odre y se lo disputaban bebiendo ávidamente. Él,
había escupido a la tierra lo bebido.
Así a los dos días los que quedaba en pie eran muy pocos y todos con sus tripas
hinchadas y malolientes.
El anciano se acercó y les dijo: No van a robar nuestra tierra, hombre
blanco malvado. Aquí habitan nuestros ancestros y moriremos defendiendo lo
nuestro.
Lumumba es ahora un héroe y puede asistir a la ronda donde los ancianos
hacen sus principales trabajos y leyes.
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