Hoy he caído dos
veces. En la calle y en la puerta del baño. Si les cuento, me retan. ¡A
escuchar la retahíla y no estoy dispuesta! El silencio cómplice será quien me
acune. Tengo marcas moradas en los codos y en el alma.
Hoy me he mirado
en el espejo y comprendí cuánto han pasado los años. Fui joven, eso lo aseguro.
Hasta fui niña una vez y mi madre me acunaba. Ahora, esto que vivo es la vejez.
Fea palabra. Soy vieja. Salgo del estado de dolor asombrada y me acurruco en el
sillón del living. Busco álbumes con fotos. Los recorro con ansiedad y esmero.
¡Era tan linda de joven! Miro asustada mi boda. Esa nube de encaje blanco era
el amor. Ese hombre bello de smoking era el amor. Ya no está. Se fue hace
muchos años. El amor se fue primero. Generosa compañera la soledad que me
abraza.
La casa se
descascara. No me importa. Yo también me descascaro como ella. Miro la foto
cuando fuimos a Río. Mi cuerpo en las aguas cristalinas, tibias y somnolientas
en los brazos de hombre. Hoy me he caído dos veces. Y sus manos ya no estaban
para sostenerme. ¿Un bastón, madre, te dará la firmeza que precisas? Me
horroriza. Es la muerte que se acerca con un bambú que se aferra a mi mano
temblorosa.
La vejez me
espera y acecha con su humo gris de olvido. Es el invierno con su luz que
envuelve las arrugas del alma y la tristeza.
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