El ruido me volvió loco.
Salí tan pronto pude. Corrí con la fuerza que mis patas me lo permitieron hasta
que de pronto me di cuenta que estaba en un lugar desconocido, lejos de mi
hogar. ¿Pero a quién se le puede ocurrir hacer semejantes estallidos en medio
de la noche? Es cierto que el cielo se pobló de luces d colores, pero con el
miedo que tuve no miré mucho. ¡Qué miedo! Me acurruqué debajo de unos ligustros
y allí me quedé dormido.
Un ser humano joven me vio
y me levantó, me acarició y como yo temblaba, me dijo…Napoleón debes ser mi
guardián. ¡Pero cómo si yo me llamo Tom! Quiero ir con mi dueño. Él, es bueno
conmigo. ¡Eh, llévenme con mis niños queridos!
Nada. Yo ahora soy
Napoleón y convivo con una verdadera jauría de perros que tienen diverso
carácter, poca educación y algunos son hasta sucios. La más vieja es una
hembra; se llama Aída. Es casi ciega y no tiene dientes, cosa complicada para
uno de nosotros. ¿Cómo roe los huesos? Es cómico verla comer. Es la única que
puede entrar a la casa. Nos vive gruñendo por todo, en especial a uno que se
llama Chaplin y es tuerto. Ese pobre tiene la pata trasera rota y se arrastra.
Anoche me llevé un gran
susto. De pronto apareció una rubia, de pelo largo y vestida de minifalda roja
con brillo y se acercó para hacerme cosquillas en la panza, yo salté… ¿quién
era esa? ¡Eh, tonto, soy yo Brian! Era mi rescatador, vestido así, todo como
mujer…detrás venían otros dos u otras dos, una pelirroja y una morocha, vestidas con ropas raras, con los labios
pintados de rojo y muchos colorinches. Eran Jonathan y Omar. ¿Adónde van estos
así, pensé? Tendré que averiguar.
Me acerqué prudente a
Fidel, era bastante viejo pero no me gruñó. ¿Che, porqué el Brian y los amigos
se visten así? ¡Ay, loco, nada, son
trans! ¿Qué? Son Transexuales. ¿Y
eso qué carajo es? Se sienten minas.
¿Cómo? Nada, loco, es tan antiguo como el
viento. ¡Ah, yo no sabía! Yo vivía con una familia muy rara, pero nunca
así. Ellos se juntaban a rezar entre muchos y leían libros, que decían
sagrados. Eran buenos mis dueños. Estos
también, a mi me rescataron de una tarada que me ataba y me pegaba. Por eso un
día pasó don Micheel y me agarró, me desató y me trajo. Él, es raro, pero bien
piola. Gracias por darme una lección, Fidel.
Me fui por el pasillo del
fondo y me quedé pensando en mi destino. De dueños serios y religiosos, a amos
“trans”; ¡qué cambio!
De día todo era casi
normal, para mí, que creía en lo “normal”. De noche se armaban unos raros
encuentros de música ruidosa de la que yo sólo espiaba. No me gusta el ruido.
Me da miedo. Una noche llegó una perra, hermosa, algo herida. Le decían Madona.
Era linda. La bañaron y la perfumaron. Se armó un revuelo entre los machos. Yo
la defendí y se quedó junto a mí. Era inseparable, pero yo no tenía ganas de
complicarme la vida con hembras, ni con machos; por lo que tomé la medida de
cuidarla sin darle mucha importancia.
Un día de mucho calor, don
Micheel sacó un auto rarísimo. Atrás llevaba un cajón de los que usan para los
muertos. Él, vestido con un pantalón de baño a lunares celestes y rosados, cada
uña de las manos y pies pintadas de colores y el pelo color verde, con una
chaqueta de piloto de color naranja, se metió en el cajón y acostado se hizo
llevar por el chofer a un “recital en un teatro”. No me animé a seguirlos, me
podía perder. ¡Pero qué loco! Fidel se me acercó y me contó: ¡Nuestro amo, es un músico famoso, lo
adoran multitudes! Tiene ganados discos de oro y platino. ¡Es un genio musical,
medio desquiciado, pero es muy generoso! Nada. Hace cosas raras, por eso lo
dejó la madre del Brian. ¡A la hija, la metió al río cuando era chiquita para
ponerle el nombre y casi la ahoga…lo llevaron preso! Me jodés. ¿La bautizó
en un río? ¡Está más loco que yo! No,
estaba volado con marihuana. ¿Qué es eso? ¡Che, Napoleón, sos tonto! No, nunca supe de esas cosas. Es una hierba. Déjalo así, mejor ni te
cuento.
Cuando la ví a la chica la miré diferente. ¡Pobre! Bautizarla en medio de
un río. Y nombrarla con un “Sirenita”, como si fuera un cuento infantil. Quisiera
volver con mis dueños de antes. Pero no creo posible que los encuentre. Acá son
raros pero me dan bien de comer y me siento cuidado.
Cuando don Micheel, llegó, se tiró por la ventana a la piscina. Yo pensé:
este idiota se mató. ¡Salió nadando como un pez! ¡Qué extraños son los humanos!
Gracias a la vida que nací perro.
Mañana, voy a intentar salir de casa para ver si me oriento y regreso a
casa. ¡Pero me da pena Madona, está tan triste que no quiere comer si yo no
estoy cerca! Es una chica buena, algo remilgada, siempre se esconde de los
otros perros y es amiga de los gatos… ¡Increíble! Se deja bañar por una gata
vieja que suele desayunar en la casa con Brian en la terraza. Mete sus patas en
la taza con café y se lame sin pudor. Y el muy cochino de Brian, sigue bebiendo
el café como si nada. ¡Un escándalo ver las costumbres de estos nuevos amos! Si
me viera mi otra dueña, diría que están endemoniados. Son algo exagerados, son
mugrientos, nada más.
Recién escuché una riña entre Fidel y Aída. Parece que alguien se robó la
comida de la mesa de la sala donde están todos los instrumentos de música. Por
las huellas era el Fidel. ¡Extraño que un buen perro robe comida siendo que acá
sobra para todos! Me puse a espiar y descubrí que era una amiga de Sirenita,
que trajo de la calle. Escuché la palabra “indigente” y me acordé que mi dueña
anterior cocinaba para esos, los indigentes. ¿Conocería a mis amos? Tal vez me
lleve a su casa. Me acerqué y descubrí que tenía en el bolsillo un reloj del
amo. Le ladré fuerte. Me pateó. Se amó. Vino Aída, Fidel, Chaplín, Caruso,
Tita, Tosca y Beethoven y ladraban como locos o gruñían a la piba. Brian se dio
cuenta que pasaba algo y la agarró del pelo. Le sacóo de un tirón la peluca.
¡Era un tipo! Me dio una patada y di como mil vueltas por el aire, lo mordieron todos los muchachos, hasta Aída
sin dientes…!
Ahora soy el rey del grupo. Todos me tratan bien. El amo, se acercó y me
puso sus flacos dedos en el lomo. Y se sentó al piano y me cantó una canción
que hablaba de mí. ¡Qué suerte que tengo! Soy un perro muy suertudo. Madona me
hace cariños y me lame la herida que me dejó la patada del ladrón. ¡Es divina
Madona! Pero no se lo voy a decir. No quiero tener problemas con hembras.
¡Napoleón…, vení! Me está llamando el Brian, otra vez está vestido de
“mina”, ¿qué quiere ahora? ¡Ay, me quiere poner un vestido de lentejuelas! Yo
me voy. Soy un macho. Déjenme de cosas raras a mí.
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