“Esta vez lo haré sin mezclar las pasas con el
alcohol” – dijo la cocinera mordiéndose el labio y miró por la ventana hacia el
jazminero. El día jueves anterior, había encontrado a Amiela debajo de los
jazmineros del jardín bajo el efecto de una terrible borrachera. ¡Esa mujer, su
ama, estaba pasando una terrible depresión! Cuando Javier se fue a Punta del este, ella se derrumbó. Cada mañana
despertaba con terribles jaquecas por la bebida, que desparramada en la
alfombra, denunciaba su impotencia.
La vieja cocinera tomó la determinación de
investigar con quién había viajado el hombre. Supo por Fermín, el chofer, que
lo había llamado el gerente de la empresa desde allí, el Uruguay, por un
encuentro con inversionistas chinos, que no querían ingresar al país. Así,
ella, Amiela, pensó que él, había huido con alguna fémina. Hizo unas llamadas
secretas al hotel donde se alojaba su muchacho ( ella lo había criado desde
pequeño) y luego de una charla bien clara, se comprometió a hacer lo que debía.
Cada día, Amiela, buscaba en cada
rincón de la casona una botella sin encontrar nada. Su samaritana, estaba
despierta a las necesidades de la joven mujer. No fue fácil impedir que
bebiera. Era una adicta. El socio, Fermín, no malograba el esfuerzo. Unos días
más y llegaría el amante esposo. Era cuestión de resistir.
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