lunes, 10 de mayo de 2021

UNA TRISTE TRAICIÓN

           

            Andrés era mi mejor amigo. Nos conocimos a los siete años en la escuela de campo y nuestros padres trabajaban en la misma finca. Salíamos con el calor del verano a pescar mojarras en el arroyo con una caña hecha con sauce y piolín de algodón y un tarrito de lata de esos que mamá usaba cuando no tenía dulce casero al que le habíamos hecho una manija de alambre de atar las viñas. Y en invierno, con el frío que nos ponía los pies amoratados; usábamos con unos carboncitos encendidos y en el aula cada chico calentaba los pies y el ambiente. En esa época no se hablaba de estufas. Yo tenía los pies, las manos y las orejas moradas de sabañones. ¡Nunca supe porqué ni cómo salían los muy malditos! Siempre juntos con él, con Andrés. Cada pibe ayudaba con sus medias viejas y armábamos una pelota de medias para jugar al fútbol, claro que en “pata pelada” para no romper el único par de zapatillas decentes que teníamos.

            Me acuerdo que se nos llenaron las piernas de pelo y seguíamos con los pantalones cortos. Un día mamá me llevó al pueblo y me compró un pantalón de denín. Más grande para que me durara. Cuando él me vio se echó a reír, su mamá le había hecho en su máquina uno tipo bombacha de campo y a mí me encantó. Tuve la increíble idea de cambiárselo y me ligué una paliza de las buenas en manos de mi papá.

            Fuimos creciendo. Ayudábamos en la finca cuanto pudimos pero poco, porque nos costaba estudiar, un poco por no tener la cabeza puesta en eso y otro por la poca ayuda de libros en casa y de mis padres. La falta de dinero era un problema, siempre había algo más urgente que comprar libros.

            Igual, yo luché y seguí como pude la secundaria. Tenía que viajar en lo que podía hasta el pueblo y repetí dos veces un curso. Me recibí con más edad que el resto de los muchachos y chicas. ¡Y ahí, residió mi mayor problema!

            ¡Ay, las mujeres! Sí que son un problema. Me enamoré como un zopenco de Clarisa. Una petulante y risueña pelirroja del otro curso. Era, por supuesto, dos años más chica que yo. ¡Pero temblaba todo cuando la veía¡ Su papá, un gringo colorado y forzudo me miraba con cara de odio cuando se cruzaba conmigo; debe haber sido por la cara de idiota que yo tenía.

            Una mañana vino Andrés y me contó que su papá se había ganado mucha plata en la quiniela y yo festejé con él. ¡Para qué! Cuando se enteró la pelirroja, se acercó a mi para que yo le presentara al Andrés y ahí me di cuenta que vale más un billete que una cabeza educada.

            ¡Lo peor, que Andrés se puso de novio con ella y dicen, dicen que se van a casar! Y yo, “pelandrún”, sigo estudiando para ser ingeniero y las chicas que me rodean son más feas que un pisotón descalzo o los malditos sabañones. A eso le llamo una gran traición.  Hasta he soñado que le metía un cuchillo en el corazón al Andrés, pero no, él es mi mejor amigo. Por una mujer no vale la pena… desgraciarse.

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