En Villa la Virtud, contaba el tío
Pepo, los estudiantes se sentían agobiados por las horas de encierro entre
cuatro paredes del aula. Se escapaban por una puerta lateral. Tomaban el Bondi
y se iban a lo del “Cañito Azul”, un bodegón de mala muerte. El viejo
Eleuterio, que ya no veía bien, les servía una ginebra doble y comenzaban a
jugar “truco”, cuando escuchaban el reloj de la Catedral dar las seis,
salían corriendo. Entraban a la escuela por la misma puerta que habían
escapado, y salían por la fachada principal, porque muchos padres los iban a
buscar. De más está decir que nunca ninguno terminó quinto año.
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