martes, 31 de agosto de 2021

DESPRECIO

 

            Tenía esa especie de cansancio que produce la gran urbe. Las ciudades con ese ritmo desenfrenado que impone con su tránsito alocado. La lluvia, perenne. El mal humor. Los vozarrones destemplados todo el odio de la gente desconforme. Iracunda.

            Buscaba un espacio libre. Libertad para ser él mismo sin cadenas humanas. Ni ganancias, ni pérdidas en la lucha diaria. Quiso detenerse. Miró el reloj. Estaba muerto a las once y cuarto. Una nube de gases de los vehículos lo envolvió con su cianuro. Cubrió el rostro con sus manos y sintió el calor salobre de la sangre que manaba de la frente. Una especie de muralla humana lo empujaba. Parecía que llegaría pronto.

            No quería seguir pero lo corrían, lo golpeaban y lo echaron a las vías sin pena. Todos querían ser los primeros. Él, con su pancarta con la foto de su amada Arminda, cayó bajo la locomotora. Encontró más rápido que otro a la señora “Oscura”.

            Los hombres indiferentes siguieron atropellando a los manifestantes. El desprecio por la vida se había incrustado en la masa informe de la muchedumbre. Nada importaba ya. Todos, uno a uno, fueron cayendo en el profundo hoyo de la que esperaba abajo. La dama sonreía sedienta.

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