martes, 3 de agosto de 2021

EL TAXISTA


 

Renato necesitaba viajar con urgencia a la capital. Su antiguo departamento de Caballito, estaba inundado y caía agua en catarata sobre el piso de abajo. Los inquilinos huyeron con tal de no pagar el arreglo. Según los vecinos, la pelea había sido feroz y el sistema de caños y grifería suplió el desapego amoroso de la pareja. ¡Se dieron con un “caño”!

Del aeropuerto en taxi le demoró treinta minutos por lo concurrido de la avenida y calles que sortearon. Tras de sí, dejaron dos manifestaciones políticas que se habían apropiado de las salidas rápidas a la capital.

El chofer era un rudo solitario, que apenas murmuraba un insulto cuando se encontraba atrapado por gente con carteles y ruidos múltiples. ¡Y Renato no tenía ganas de hablar, venía del campo, de la tranquilidad de los sembradíos de trigo! El ruido lo enfurecía. Lo transformaba en otro ser humano. El chofer lo depositó en un hotel a diez cuadras del departamento. Era confortable, pero tenía que dejar sus pocas pertenencias y salir a resolver su catarata loca.

Hizo el “cheking” y subió a la alcoba. Se duchó, cambió su ropa y salió volando de l hotel. Buscó otro taxi y grande fue su sorpresa que éste, durante el trayecto concretó el préstamo de tres diferentes personas que le pedían dinero o cambio de divisas. ¡Era una “empresa trucha de cambio y préstamos con un porcentaje alto de interés” según pudo escuchar. Entre atención y atención a esos clientes, le explicó, que él y su esposa, hacían eso con un dinero que heredaron de un familiar y que les iba muy bien, llegaban a fin de mes y al año, obtenían buenas ganancias.

Renato no sabía se reír o llorar. Su trabajo en la siembra, trilla y cosecha, significaba horas de salir de su lecho a las cuatro de la mañana con heladas o calor agobiante. ¡Este país da para todo!

Al llegar al departamento, luego de pagar una pequeña fortuna en el uso del taxi, se encontró con un par de personas que lo esperaban desesperados. Ya el agua llegaba al segundo piso. El conserje había cortado el agua de ese sector, pero igual fluía desde la central del edificio. Subió lo ocho pisos entre goteras, charcos y lagunas. Llegó a su antiguo departamento… ¡Un horror! Al abrir se encontró una pequeña pileta de natación donde flotaban papeles, ollas y muebles transformados en barcazas de seudo madera en forma de hojaldre. Un especialista lo siguió y comenzó a poner tapones en todos los caños quebrados y desde donde fluía agua fría o caliente.

¡Renato no entendía cómo no había un cortocircuito o el calefón que estaba encendido no había colapsado! Trabajaron varias horas. Quedaron extenuados y cuando todo comenzó a normalizarse, sonó su celular. Era el inquilino que preguntaba si podía ir a buscar algunas pertenencias. ¡Cara dura! Sólo por el daño tendría que hacerle un juicio enorme. Sin embargo Renato le dijo que en dos o tres días podía acercarse.

El conserje le dijo: ¡Yo lo ahorcaría! Hágale pagar todos los gastos de los demás damnificados. Y el buen dueño del departamento, dijo: ¡Es un muerto de hambre, no le voy a sacar un solo billete, es un inmaduro! Ya veré como resuelvo todo. Cerró la puerta, dejando todos los ventanales abiertos para que el aire secara la humedad. Pagó a cada vecino una suma de dinero y dejó avisado que regresaría en dos días. De todo ese lío sacó dos conclusiones: primero, trabajar lejos de la capital te asegura tranquilidad y segundo, hay gente tan amoral que sólo piensa en sacarle la paz a los demás.

¡Mirá que tener una casa de préstamos en un taxi y una de cambio de divisas extranjeras, es como crearte un banco en el taller de bicicletas de tu abuelo!


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