Caminaba sola. Eunice, por la calle solitaria soñaba con su infancia y los recuerdos. Armaba y desarmaba guirnaldas amarillas con sus recuerdos. Cerró los ojos de impecable color tristeza. Entre su pecho y su pulso latía un suspiro de hojas secas y crujientes. Cada pisada que daba, pintaba marcas sobre la tierra enjoyadas en ocres, dorados y rojos. Su cuerpo se iba transformando, transmutando en un retroceder de tiempo incontenible. Su cabello gris se alargaba en una sinfonía de ondas castañas y sedosas mientras se alisaba con dedos sarmentosos y los ojos pedían lentamente el color ceniciento; cobraban luz y vida. Volvió a ser niña. Pequeña Eunice con su vestido lacio, holgado, largo y el perfume a jazmines desolados. Eunice recobrando la sonrisa y la melodía de las rondas.
Tras los álamos robustos que rondaban entre hojas de amarillos y bermejos, vio la figura frágil del hada del jardín de primavera. Tan sutil con su túnica de gasa y su corona de flores silvestres. Sonreía y la miraba con ojos de esmeralda. La tomó del lazo del delantal de organza y le colocó una coronita de flores silvestres que emergían de sus manos, de la nada. Todo olía a perfume de jazmines, a frescias, a violetas y voló un pájaro de cristal y miles de alas de mariposas la siguieron, perdiéndose en el humo gris de las chimeneas del puerto, que con el viento se transformaban en plumas rojas. Eunice se reía, rodeó el tronco del roble y del abeto, y allí, justo, justo allí, enfrentó al unicornio de color azafrán y plata. Los ojos de ágatas doradas la miraron un minuto, tan solo un instante y recobró la risa. Era muy raro el unicornio. El que ella poseía cuando niña era de porcelana. Se lo dio la abuela antes de embarcar e irse. No la vio más. Su hermoso unicornio era de terciopelo tibio. Suave y alegre en su mirada triste. No hablaba. Los tomó a los dos... al hada del jardín y al unicornio y se sentó en la alfombra de plumas y hojarasca. La rodeó una tenue melodía de celestas y agua. Jugó a acariciarlos, a las antiguas rondas infantiles. Ya cansada se detuvo en medio del jardín de otoño. Se fue quedando quieta y una lágrima salió rodando lentamente de sus ojos cerrados.
Alguien que caminaba en la plaza al amanecer, encontró una anciana muerta en un banco de cemento. Rodeada de palomas, cubierta de hojas amarillas y en las manos jugaba con la brisa
una guirnalda de flores frescas perfumadas. En el regazo como un nido tibio unas pequeñas figuras.... un hada de cristal y un unicornio de porcelana.
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