lunes, 26 de agosto de 2024

OJO POR OJO

 

                               Vivo de una sonrisa, que usted no supo cuándo me donó. Renato Leduc

 

     No es lindo estar prisionera en un lugar húmedo y oscuro. Aun no se porqué estoy acá. No puedo dormir ni descansar con el ruido de las rejas que hacen otras prisioneras. Mi historia comenzó hace muchos años. Yo nací en un pueblo pequeño, de la zona costera, acostumbraba a esperar la pequeña barca de mi padre que con mis tíos y primos mayores salían muy de madrugada a pescar a la mar.

Es cierto que no siempre regresaban con buena carga. El pescado estaba raleando en ciertas partes y a veces la marea roja, impedía que se recogiera algunas especies. Otras, el agua revoltosa y rústica impedía alzar las redes.

Lindo era ver la llegada de varios botes, que llenos de presas se podían vender en la rada. Desde que una tormenta rompió el casco, papá, cambió el carácter. ¡Era duro como las rocas que acordonaban la playa!

Mi madre había muerto hacía como dos años y eso le endureció más el humor. Nunca lo ví llorar. Y nunca supe de una caricia o beso de mi padre. Fui creciendo como la hermana mayor y asistiendo a toda la familia en la faena diaria. ¡No me gustaba esperarlos con los guisos de arroz y pescado que sobraba de la venta diaria! El silencio nos enroscaba en la madrea húmeda del mesón donde las cazuelas se mezclaban con los trozos de pan que aprendí a hacer junto a mi tío Alfio.

Me gustaba ver en la noche, desde la ventana las luces de los botes que estaban desperdigados por el mar. Parecían luciérnagas en la oscuridad y cuando la luna llena se enamoraba del las aguas, competían con el lucimiento de luces.

¡Pero ahora estoy aquí, encerrada por lo que me pasó una noche de verano en el puerto! Yo había ido como siempre a esperar casi al amanecer el bote con mi familia y me senté en una enorme ancla que dejaron perdida los marineros antiguos.  Coménzó a soplar un viento fuerte y helado. De las sombras apareció un enorme pescador que me tomó por la cintura y arrancándome la ropa, me desgració. Parecía una guerra entre el mal y el bien. ¡Yo siempre llevo una cuchilla afilada en las bragas! Se la clavé en el corazón al maldito. Y cayó boqueando como pescado sin agua sobre el cemento frío de la rada. Me quedé allí, sentada esperando a mi padre. Cuando llegaron, el silencio me envolvió y me caí desmayada junto al desgraciado muerto.

Mi padre tomó el cuchillo y se lo clavó en los ojos y le cortó el pene y los testículos. ¡No tuvo que hacerte eso! Dijo. Y ahora estamos ambos en la cárcel. Pero el está lejos y ya no puede pescar y yo no puedo cocinar para los pescadores. ¡Dicen que extrañan mis guisos! Yo los extraño a ellos y a los botes y las luces a lo lejos en la mar.

El tío Alfio viene y me trae comida fresca de su pesca, me acaricia y me besa la frente y su sonrisa me ayuda a seguir soñando con una vida normal. Siempre me dice: - Francisca, ya pasarán los tiempos y regresarás a casa y te podrás casar y tener tu familia.

Pero yo no le creo. Acá es muy dura la vida y hay muchas venganzas y odio a los carceleros que me dicen palabras muy feas y otras mujeres que han hecho peores faenas que yo. ¡Cuánto extraño a mi papá! Cuando cumpla los veinte, seguro que seré vieja y nadie me va a ayudar.

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